SOCIEDAD › EMPRENDEDORES DIGITALES, DE SILICON VALLEY A BARRACAS

Una tormenta de ideas en busca de inversores

Buenos Aires fue epicentro anoche del proyecto internacional “Geeks on a Plane”, por el cual un grupo de desarrolladores llega a una ciudad para escuchar ideas y ver dónde invertir.

 Por Soledad Vallejos

Desarrolladores tragos en mano, pantallas de tablets navegando para dar con ejemplos de proyectos en pleno desarrollo, smartphones actualizando estados en redes sociales, tarjetas personales que también son de negocios: sobre ese paisaje caía ayer la noche en Barracas. ¿Por dónde irá el dinero virtual en el futuro inmediato? ¿Qué profecía podrá estar cerca de La Verdad de la web que se viene? ¿Cuáles serán los rasgos de los mercados prometidos y a punto de estallar? Unas 200 personas, en su abrumadora mayoría varones, de los cuales la mitad no llegaba a los 27 años, se habían reunido para intentar develar los caminos por venir y conocer a pares pero también hechizar a empresarios conocidos con el sugestivo nombre de “inversores ángeles”. Pero no sólo eso: la velada también deparaba el contacto con una troupe de desarrolladores angelados, llegada a Buenos Aires por obra y gracia del proyecto internacional “Geeks on a Plane” (GOAP) y el local Palermo Valley (PV). La alquimia llegó a su punto justo alrededor de las ocho, cuando a la tarima altísima, escoltada por una pantalla por donde pasaban tweets, treparon el argentino Wenceslao Casares (uno de los pioneros del mundo.com local) y el norteamericano Dave McClure (inversor de Silicon Valley que en 20 años acertó no pocos pronósticos) para una entrevista pública que, tecnología obligaba, cerró con preguntas que el público enviaba por Twitter.

Podía pasar tranquilamente por vernissage o after office, pero en realidad era el inicio de la velada geek: el momento del networking, más conocido como esa instancia de conversación que parece casual pero en realidad busca aliar trabajo con capital. A fin de cuentas, como señala al pasar un editor vinculado al mundo digital, “esto no es para hacer sociales, sino para generar negocios. Y está bien”.

Sobre el pequeño mar de mochilas, bolsos en bandolera, jeans, camperas con capucha y elegancia deliberada que pretendía ser simple sport, flotaba cierto espíritu de Babel, aunque a escala y limitado al español y el inglés. En remeras y camisas lucían etiquetas de distintos colores: las azules sindicaban a quienes eran GOAP, los integrantes del selectísimo grupo de programadores viajeros llegados para recorrer Latinoamérica y escuchar otras ideas al tiempo que descubrían in situ qué podía animar otros mercados. Casi recién llegados de Chile, ayer en la noche llevaban ya cerca de una semana de travesía por Latinoamérica.

Manuscritas, las etiquetas indicaban nombre de la persona y nombre del proyecto, o bien su entidad bienhechora, vale decir, su ser inversor.

En un rincón del Centro Metropolitano de Diseño, que prestó su muy trendsetter sede en Barracas, alguien explicaba en inglés a su interlocutor que se había “cansado de la compañía”. Un día, contaba, dejó de trabajar para otros “y me puse a desarrollar mi proyecto”. Trago de por medio, su oyente asentía con una sonrisa; era un colega y compartían la dicha de tener experiencias en común; hacía sólo unos minutos había sido su turno de contar que “el riesgo siempre está en el desarrollo”. Un poco más allá, cerca de la barra devenida fuente permanente de tragos, tres, cuatro chicos sentados en unas butacas concentraban toda su atención en una tablet sin preocuparse por posibles bebidas volcadas. Hacia el otro lado, un desarrollador porteño había logrado el sueño de muchos de sus colegas allí presentes esa noche: tener cinco minutos cara a cara con un inversor ángel. La oportunidad podría no ser menor, porque esta categoría especial de empresarios refiere a personas afectas al riesgo y capaces de apostar, a la vez, a diez proyectos tan en ciernes que aún son ideas, y esperar que, en un tiempo determinado, una o dos de esas apuestas se conviertan en un éxito contante y sonante.

Cuando promediaba la hora de networking, Vanesa Kolodziej, de PV, tomó el micrófono y pidió: “Levanten la mano los que tengan menos de 27 años”. Eran la mitad de los presentes. “Ustedes tenían 10 años cuando Wences (Casares) estaba haciendo su primera empresa (Patagon.com)”. Poco después, Casares comenzó a guiar a McClure por un camino que buscaba definir nuevos perfiles de nuevos negocios.

El equipo ideal “hoy es un promotor, un diseñador y un programador”, afirmó McClure, antes de redondear la idea por si no había sido explícito: “El marketing se vuelve cada vez más importante, en especial para el consumidor de los productos web”. A lo largo de casi una hora, McClure insistió una y otra vez en la necesidad de vender, más que una idea (y hasta un servicio), el paquete de una idea. “Por lo menos una persona del equipo (de un proyecto exitoso) debe ser experto en marketing online, del marketing en redes también.”

Media concurrencia se amontonaba cerca de la tarima para escuchar; la otra mitad no había logrado desenfrascarse de sus propias exposiciones de ideas. Desde la tarima, Casares preguntaba por la forma más osada de “ver los mercados internacionales” más promisorios. “Existen mercados objetivos por idioma” sin explotar, contestó sin dudar McClure. “El mandarín, por supuesto. Pero también el español y el árabe: es un mercado de más de 500 millones de personas. Y ese mercado todavía puede crecer en Internet.”

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Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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