SOCIEDAD › OPINION

La experiencia del Camino del Inka

Por Juan Martín Repetto *

El patrimonio de nuestro país ha estado siempre amenazado por su permanente exclusión como tema en la agenda política. Uno de nuestros desafíos como Nación hoy es intentar revertir este “abandono patrimonial”. Para hacerlo, el mejor camino es lograr la participación de la comunidad, advirtiendo que patrimonio y desarrollo social son temas complementarios y deben ser dos caras de una misma moneda.
La Secretaría de Cultura inició el año pasado un proyecto para promover políticas de puesta en valor patrimonial como motor del desarrollo. Esta tarea se desarrolla en Cuyo y el Noroeste, en zonas donde se concentra una gran riqueza patrimonial y, paralelamente, altos índices de desocupación y pobreza.
Para el Planeamiento Estratégico surgen distintas especulaciones sobre quién tiene la legitimidad para seleccionar lo que debe ser preservado, a partir de qué valores y en nombre de qué intereses y grupos. Hasta hoy, estas preguntas eran contestadas por los “expertos”. En el último tiempo asistimos a un nuevo escenario, en donde aparentemente esta percepción ha cambiado; de los claustros académicos se ha abierto a la consideración de la ciudadanía en general.
Diría Rodolfo Walsh que “la historia parece propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. Debemos entonces saldar la historia de identidad con nuestras raíces: la indígena, la negra, la mestiza y la europea. Los sectores de poder que representaban los intereses de la oligarquía local forzaron el olvido de todas menos la europea, asignándole a ésta el valor de depositaria de la cultura y la civilización.
En el campo de esta especialidad hay un debate aún no saldado entre dos posturas encontradas; una, en la que entendemos que el patrimonio es portador de un mensaje trascendente que supera su materialidad, la otra, que ve a nuestros monumentos y sitios, nuestros centros históricos, en fin, cualquier bien patrimonial, desde la visión esteticista y un banal concepto de la historia, acercándonos al inmenso e inminente peligro de considerar a Hispanoamérica como un gran parque temático, un subproducto de la aldea global, un sacrificio final de nuestra cultura en el altar de la globalización y el mercado.
El desafío, entonces, es activar la participación no sólo en el goce del patrimonio, sino fundamentalmente en la apropiación completa por parte de la comunidad de este bien que le pertenece y despejar interrogantes de origen para cualquier proyecto, como son responder las preguntas ¿qué, por qué, para qué y para quién recuperar?
La reflexión sobre los proyectos de revitalización de los conjuntos arqueológicos urbano y rurales como el gran sistema patrimonial Camino del Inka parte del reconocimiento de que son únicos e irrepetibles y por ello es importante reconocer a éstos por sus características totales y peculiares, aun fuera de su materialidad, aunque “este afuera” tenga pocos “valores artísticos”, según el concepto académico, pero la población se identifica con ellos para mantener un anclaje con su memoria histórica.
No debe ser entonces sólo una valoración monumental, se deben tener en consideración otros muchos valores, entre ellos los simbólicos-culturales. Para preservar este espacio es necesario controlar y regular la entrada de otros usos, entre ellos los del turismo cultural. Porque proyectos mal concebidos o implementados muchas veces son la principal amenaza o factor de riesgo para la comunidad y su desarrollo. Por esto, la verdadera noción de Turismo Cultural debe fundamentalmente estar vinculada con el desarrollo social.
Intentar reactivar los valores locales debe ser una estrategia general para intentar detener el estado recesivo de esos grupos culturales y potenciar su capacidad de desarrollo local, que permita su autosustentabilidad, transfiriendo a los actores sociales locales elderecho a contestar las vitales preguntas: ¿qué preservamos y cómo? Participación es, entonces, la palabra que sintetiza el primer e imprescindible paso que debemos dar para la apropiación, preservación y puesta en valor de esos patrimonios locales, que son sin lugar a dudas motores del desarrollo y soportes fundamentales de la memoria colectiva.
* Vicepresidente de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos y Lugares Históricos.

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