SOCIEDAD › CIVILES ARMADOS, ARSENALES Y POLICIAS BRAVOS EN EL GRAN BUENOS AIRES

Comerciantes malevos, comerciantes que matarían

Una recorrida por el conurbano descubre disquerías con arsenales, boutiques con rifles, armas en los garajes. Los comerciantes discuten apaciblemente si conviene o no matar al asaltante, rumorean sobre saqueos y acusan a la Iglesia de fogonear la situación social mientras fantasean sobre “acuartelamientos en Azul”.

 Por Marta Dillon

“De cuarenta comerciantes, cuarenta y uno están armados. Es así, negra, nunca nos vamos a terminar de organizar. Pero yo hace 30 años que estoy acá y tengo métodos mejores: veo un drogo, toco pito, y en seguida vienen y lo chupan, lo llevan acá atrás y lo cagan bien a palos.” El peso del cuerpo descansa sobre un costado, sobre ese pie que se apoya en el mostrador como si fuera un malevo en la barra de un bar. Hasta la boca se le tuerce en una mueca que parece copiada de una mala imitación de arrabalero. “Yo no puedo quedar escrachado ¿me entendés? Y... es peligroso. Porque a los malandras los negreo, les hablo de igual a igual, no tienen que saber que los marco.”
Algo parecido al orgullo le suelta la lengua a este comerciante de la avenida Crovara, en La Matanza, a 20 cuadras de Ciudad Oculta, la villa de Mataderos de donde, dice, vienen muchos de esos que él tiene que señalar porque “hay que cuidarse”. Es uno de los tantos comerciantes del conurbano bonaerense que en el último mes han declarado sin pudor que la única salida para defenderse de los rumores cruzados –la vuelta de los saqueos, los robos indiscriminados– es comprar un arma y estar listo para disparar. Para él, como para muchos otros consultados al amparo del anonimato, también hay razones diversas para esa exhibición. “A veces tenés que agrandar la nota, es estratégico, porque acá nos juntamos con los comisarios y quedamos así. Antes no los cagaban a palos, lo que pasa es que ahora se cargan a uno y después los citan a declarar, les hinchan las pelotas.” Cuidar la seguridad, en la avenida Crovara, parece tener más de un sentido.
El hombre tiene sus métodos. Treinta años al frente de su negocio de ropa para damas, caballeros y niños le dieron la experiencia suficiente como para saber cómo cerrar –“me voy enfrente y relojeo desde el auto mientras las pibas guardan todo”– y con quién hacer alianzas. Pero aunque muchos de los comerciantes de la misma avenida hablan de alianzas, admiten que “acá cada uno cuida lo suyo”. En la vereda de enfrente, por ejemplo, está Ricardo “Maverick”, un apodo que se ganó por pasearse a la noche con dos “chumbos” en la cintura. Tiene una disquería de la que hace dos semanas incautaron cientos de CD “truchos”, pero eso no le quita valor frente a la posibilidad de saqueos. “Acá se está preparando algo grosso para Semana Santa, ya nos lo dijeron los comisarios.” ¿Por qué habría saqueos en ese momento? “Porque la Iglesia se está metiendo muy fuerte ahora, ¿no sabías que en Azul ya están acuartelados?” ¿Entonces lo “grosso” no tiene que ver con los saqueos? “Es todo junto, acá vamos a la guerra civil.” Ya es demasiada información, las interpretaciones corren por cuenta de quien lo escuche, él no puede desatender su negocio. Y no es momento de mostrar las armas.
Uno dice que no la tiene encima, que la guarda en el garaje de las ambulancias –un estacionamiento en medio del centro comercial–, “ahí hay como veinte muchachos, si veo algo raro –dice el hombre de la ropa– los llamo y ellos salen calzados”. Pero en el garaje lo niegan, “¿armas acá? de ninguna manera”, dice uno de los muchachos. Si alguna vez mostraron el armamento fue porque era necesario. “Es que la policía no da abasto, ya mataron varios chorros pero no se puede con todos, vienen de Puerta de Hierro, de Ciudad Oculta, de San Petersburgo, esto está lleno de villas”, dice un hombre tras el mostrador enrejado de una ferretería que por supuesto no se identifica. “¿En enfrentamientos? A veces, a veces tienen la mala suerte de querer robarle a un policía. Pero la otra vez entraron en un pool y los quemaron a todos adentro.”
Los rumores sobre posibles saqueos circulan, para eso se supone que los comerciantes se arman, y el viernes parecían haberse actualizado. Es que ese día no se entregó leche en sachet, la más barata, la que hasta ese momento se vendía a 70 centavos. Sí queda de la más cara, leche en cartón a 1,15 o 1,20. “Y te das cuenta que la gente se pone nerviosa, están esperando que alguno rompa todo para prenderse. La bronca es lo que sobra.” Del otro lado de la reja, el dueño de un almacén en las cercanías de Fuerte Apache se anota del lado de los que no dispararían frente a un robo o un saqueo. “Qué vas a hacer, tampoco hay mucho para robar, además le llegás a tirar a uno y a la semana aparecés muerto. Vienen a vengarse.” Y lo mismo dirán la mayoría de los comerciantes de la zona. La violencia es algo que sucede en la zona, pero se describe como una reyerta entre bandas. La policía mata, “los chorros” también, aunque todos pertenecen a un indefinido “acá nos conocemos todos” que es capaz de dejar a salvo a quien “sabe manejarse”.
En Ciudadela, casi al límite de Ramos Mejía, el dueño de un bar dice algo parecido. “Acá había una bandita de 15 o 20 chorros. Pero ya mataron a varios, ahora está más tranquilo. Yo armas no tengo, porque llego a matar a uno y después no duermo. Para estos tipos es distinto, es como matar a un mosquito, después se van a comer.” Y quien atiende en la ferretería de la esquina del bar, en la calle Díaz Vélez, desde Gaona hacia La Matanza, puede corroborarlo. “Y los queman, pero esos pibes ya están muy quemados. Antes te venían a comprar el pegamento, ahora se dan otra cosa, no sé quiénes les venderán. Aparecen muertos, a veces los mataron en otro lado y los tiran acá.”
En una recorrida desde Ciudadela, cerca de Fuerte Apache, hasta La Tablada, se pueden escuchar relatos similares en distintos comercios. Relatos sin matices, sin sorpresa, apenas un encogimiento de hombros para mencionar lo que en apariencia resulta obvio. Más allá de Cristianía, una zona que todos conocen como “muy pesada”, en un negocio de repuestos los dueños dan argumentos repetidos para explicar por qué no se decidieron por las armas. “Llegás a matar a alguien y después vos tenés problemas y ellos se convierten en héroes. Además después te vuelven a buscar”, dice una mujer rubia y de ojos claros. El trabajo sucio lo tiene que hacer otro. “Si querés buscar algo fijate allá –dice la señora de los ojos azules y señala una fotocopia pegada en la vidriera del negocio–, el domingo pasado mataron a un pibe que no tenía nada que ver (ver aparte). Ese sí que es un buen caso.” Los otros, los que algo tuvieron que ver, habitan en la tierra de nadie.

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Con las armas en la mano, esperando saqueos míticos y contando con la policía “que chupa”.
 
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