SOCIEDAD › MARCELA LAGARDE, ANTROPóLOGA Y FEMINISTA, EXPLICA LAS CLAVES PARA LA IGUALDAD EN LA PAREJA

Cómo negociar en el amor

Impresionada por la marcha “Ni una menos”, la emblemática feminista mexicana mostró de qué manera el amor patriarcal tradicional se basa en la opresión femenina. Y brindó pautas para que las mujeres puedan liberarse de ese cautiverio absolutamente naturalizado.

 Por Sonia Santoro

En medio de la expresión popular del #Niunamenos, Marcela Lagarde, la gran maestra feminista de América latina, estuvo en Buenos Aires y habló sobre los pliegues de la construcción del amor tradicional patriarcal, tal como lo conocemos. El amor como cautiverio, el amor como opresión: “No concibo el amor sin el análisis del poder”, advirtió. Explicó que “muchos hombres anticipan verbalmente la violencia física o verbal, la violencia económica, patrimonial y no les creemos hasta el día que actúan: te destruyen tus cositas, te cortan tu ropa, te empujan”. Y propuso “nuevos modelos de convivencia y cuidados distintos, con solidaridad y con responsabilidad”, partiendo de que las mujeres antes que nada sean egoístas, se conozcan y crean en sí mismas.

Fue un viaje agitado para Marcela Lagarde y de los Ríos. Llegó al país para participar del III Foro Internacional sobre los Derechos de las Mujeres, realizado por el Consejo Provincial de las Mujeres de la provincia de Buenos Aires. Estuvo en el Teatro Argentino de La Plata, en una jornada donde el eje fue “Poder con mujeres. Otra construcción es posible”. Durante la convocatoria del #Niunamenos, estuvo frente al Congreso para ser parte de esa movilización que tanto sueña que ocurra en su país.

En el Museo Evita participó en un conversatorio sobre “Claves feministas para las negociaciones en el amor”. Si bien ella es internacionalmente conocida por su trabajo, investigaciones, militancias para que las mujeres puedan vivir sin violencia y por haber acuñado y popularizado el término feminicidio, sus reflexiones sobre el amor atraviesan muchos de sus trabajos. Incluso ahora mismo está haciendo otro libro investigando a las feministas y su relación con el amor.

Un conversatorio tiene algo de las viejas tertulias donde se aprende a partir del intercambio de ideas. Allí, ella hizo de todo, siempre con su calidez acompañada de una lúcida oralidad para allanar temas tan complejos. Intercambió un libro con una mujer boliviana que le agradeció sus palabras. Profundizó algún concepto a pedido de una antropóloga que la llamó “la reina de mi marco teórico”. Habló, enseñó, aconsejó, divirtió a las asistentes y las hizo pensar.

–¿Cómo surgió la idea del libro Claves para la negociación en el amor?

–Alguien me preguntaba hace tiempo ¿qué tiene que ver el feminismo con el amor? Estaba como horrorizada de que yo como feminista hablara del amor. Y yo aproveché para contar que el amor ha sido uno de los grandes temas del feminismo de todos los tiempos y ha estado en el centro de las preocupaciones vitales de las feministas. Es una clave importante la condición de modernidad de mujeres como feministas que reflexionan sobre el amor por un lado, pero al mismo tiempo, rebeldes, subversivas, trastruecan el contenido, se preocupan por cambiar el contenido del amor. O sea, se vuelven críticas del amor y una de las críticas más importantes de las feministas y por ende de los feminismos ha sido la crítica del amor hegemónico. Entonces no se usaba esa palabra pero desde Gramsci para acá planteamos la hegemonía. Yo desde ahí he hecho mis reflexiones personales sobre el amor como investigadora, como antropóloga. Me interesó mucho mirar la hegemonía amorosa y qué papel jugaba en nuestras vidas pero también en eso que en antropología llamamos la organización social de género. Entonces para mí ha sido un tema constante. Mi libro “Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas” –fíjense los nombres de los estereotipos simbólicos– está atravesado por el amor. Es un libro, en parte, sobre el amor como cautiverio. Yo recuerdo que en el examen de lo que fue mi tesis doctoral alguno de los sinodales se quejó de que no hablase yo de las dulzuras del amor. Le dije “estás leyendo un libro sobre la opresión amorosa, por favor ubícate”.

La frase provocó una de las primeras carcajadas del público, que fue de la reflexión a la risa, durante la hora y media que duró el encuentro.

–Fui de la investigación empírica de las mujeres concretas –relató Lagarde–, con sus guardianes de los cautiverios, con sus directores espirituales, políticos, líderes, todos los hombres con los que convivimos las mujeres, y fui encontrando esos estereotipos simbólicos. Esos son el resultado de la investigación, no fueron la hipótesis. Fue el resultado después de entrevistar más de 100 mujeres de distintas clases, de distintas etnias. Estudié en muchos ámbitos diferentes qué pasa con el amor y qué pasa con la vida cotidiana de las mujeres en ese entorno amoroso supuesto. Bueno, yo a eso le llamé cautiverio. No es nada más una metáfora. Es un verdadero cautiverio. Yo me tomé la palabra de los textos medievales. Estaban cautivas las mujeres encerradas material y simbólicamente, pero sobre todo políticamente. He tenido desde entonces para acá una observancia política del amor, no concibo el amor sin el análisis del poder que implica el contrapoder, la falta de poder, la construcción de la dominación, la construcción del encantamiento, porque el cautiverio en muchas ocasiones implica que las mujeres nos sintamos cautivas, viviendo entre rejas, entre muros altos sin poder salir, entre puertas y ventanas cerradas, todo ese mundo difícil de la vida amorosa a la usanza. No la que nos inventan, que nos fantasean, que nos idealizan como el espacio de la gran felicidad, sino la que se da en la vida cotidiana de la mayoría de las mujeres por lo menos en mi país. (...)

El cautiverio implica también el estar encantadas, cautivadas, a través de los mitos, de las ideologías amorosas, que son de lo más importante para que la vida se de como se da. Esas ideologías no se estudian en las facultades de las ciencias políticas, en casi ningún lugar, salvo en espacios feministas. Y eso es lo que está en el origen de por qué yo me interesé en el tema y lo investigue como antropóloga. Pero luego como feminista tallerista, activista, lo he trabajado muchísimo. Las negociaciones en el amor vienen de un taller que di en Nicaragua hace muchos años. La palabra “negociaciones” viene de Clara Coria, que además de mi amiga es mi maestra. Lo que ella dice es que para entender que tienes que negociar o que ahí hay negocio, nos cuesta un rato a las mujeres. Porque creemos que es una relación que no tiene nada que ver con las negociaciones ni nada, y “pongo el corazón por delante, las hormonas y la pasión total y absoluta, y cómo voy a pensar en negociar, eso sería tramposo, traidor y heriría los sentimientos de otra persona...”

–Los hombres no piensan eso...

–Los hombres luego te digo cómo. Lo que yo quería resaltar en el taller es que la negociación primera que hay que hacer es interna. Una con una misma. Esa mismidad, que es también un tema que he trabajado toda la vida, me parece básica para el amor. Quién diría, cuando en el mundo allá afuera nos dice a las mujeres que no seamos egoístas, y que hay que ver al otro. O sea, una cosa exótica. Cuando nosotras apenas nos vamos viendo a nosotras mismas, ya nos llaman a ver al otro. Cuando son los hombres los que apenas están descubriendo que viven en el mundo junto a otras personas. En cambio, lo que Clara nos dice en sus bellos textos es que antes de salir a decir esta boca es mía, tengo que ponerme de acuerdo conmigo misma, porque si no, sin tomar decisiones me voy a poner en bandeja de plata a la otra persona que sí va a negociar, sea quien sea.

–En el libro dice que para las mujeres es muy fuerte el definir la identidad a partir de a quien amamos, y para los hombres no es así. Y también, que “el primer principio para el amor es el no te creo”. ¿Cómo es eso?

–El “no te creo” porque las mitologías amorosas construyen creencias y las mentalidades desarrolladas en las mujeres son mentalidades de fe, de creencias, de dogmas y en lo primero en que se nos hace creer es en los demás y no en nosotras mismas. Y veamos qué es lo que hacemos nosotras para ir logrando que las mujeres confiemos, en el sentido de confiar en alguien. En primer lugar que confiemos en nosotras, porque el sentido común es creer en los demás, en creer en sus palabras. Es más, tanto “el no te creo es válido”, como el “créanles”. Porque los cónyuges te dicen muchas cosas y no les crees. Y tratas de convencerlos. Y te avisan. Y quiero decirlo por el tema de la violencia, muchos hombres anticipan verbalmente la violencia física o verbal, anticipan la violencia económica, patrimonial y no le creemos hasta el día que actúan: te destruyen tus cositas, te cortan tu ropa, te empujan. Pero ya te lo habían dicho.

–Pareciera que las mujeres, que son tradicionalmente las cuidadoras, no saben cuidarse a sí mismas.

–Esa es una de las más graves estructuras patriarcales. No es que no se nos dé cuidarnos, es que lo perverso del orden patriarcal es tener millones de especialistas en cuidar a los otros. Millones enseñadas a descuidarnos en parte. O a cuidar mucho ciertos aspectos de nosotras, de nuestra vida, que no necesariamente son los prioritarios, con el descuido de otra parte de nuestras vidas. Y el amor como lo conocemos tiene una gran parte de cuidado. Y en el modelo más tradicional es cuidado absoluto, cuidado del cuerpo, de la sexualidad del otro, del placer del otro, de la casa del otro. O sea, lo totalitario patriarcal es un cuidado absoluto, pero al mismo tiempo con cierto descuido en tu salud, o en tu formación, o en tu espiritualidad. Y también mientras más nos descuidemos, más está el deseo profundo, inconsciente de ser cuidadas, entonces las mujeres cuidamos por carencia, no por convencimiento y necesitamos cambiar eso si queremos cambiar la forma de amar a la pareja.

–¿Qué les pasa a las mujeres cuando esperan que las amen como ellas aman y no les devuelven eso?

–Pues hay una gran frustración. Hay una gran tristeza. Hay un duelo. A veces no lo hacemos. Nos cuesta mucho hacer ese duelo. Pero si queremos dejar de tener la fantasía de que nos amen como nosotras amamos, tenemos que hacer el duelo del reconocimiento de que no se puede. Entonces, más bien veamos cómo se puede, qué sí se puede, en estas condiciones, con estas personas y dejemos de fantasear, omnipotentemente, que podemos cambiar al otro para que nos amen como queremos que nos amen.

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Imagen: Corbis
 

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