SOCIEDAD

Lo que dicen los datos

OPINION

Pablo Vommaro *

La perspectiva generacional

La mayoría de los jóvenes que responden que no estudian ni trabajan son mujeres que están a cargo de tareas de cuidado. ¿A quiénes nombramos como jóvenes ni-ni? Ocho de cada 10 jóvenes que abandonaron sus estudios quieren retomarlos. Entre quienes dejaron sus estudios, 3 de cada 10 lo hicieron porque tuvieron que trabajar y 2 de cada 10 porque sentían que la escuela no les servía. Si sumamos a los que desistieron de continuar la escolaridad por maternidad o paternidad, más de 60 por ciento de los jóvenes que abandonaron la escuela lo hicieron por condiciones sociales que podrían revertirse con políticas públicas que incorporen la perspectiva generacional, sean integrales y se sitúen en los territorios singulares. El plan de terminalidad educativa FinEs es una experiencia interesante al respecto. ¿Los jóvenes no quieren estudiar?

En los últimos años, las juventudes han ganado un lugar de relevancia social creciente que las convirtió en protagonistas a nivel nacional, regional y mundial. A partir de esto, en diferentes países de América Latina se vienen realizando Encuestas Nacionales de Juventud. En este marco, la realización de la primera Encuesta de Juventudes a nivel nacional es un hecho celebrable.

La centralidad juvenil en la vida social encuentra su contracara en los estigmas con los que se pretende descalificar o subordinar a las juventudes hoy, sobre todo si hablamos de los jóvenes de barrios populares o con modos de vida que no siguen los patrones dominantes. Como vimos, los resultados de esta encuesta pueden ayudar a desandar algunos de estos estigmas para avanzar hacia la enunciación pública de opiniones fundadas, basadas en datos concretos y comprobables. Es decir, considerar a las juventudes no desde miradas adultas estigmatizadoras, sino partiendo de sus propias realidades, sus experiencias, sus voces y saberes, para poder conocerlas, escucharlas y reconocerlas.

La encuesta también evidencia que entre los jóvenes que tienen trabajo, uno de los elementos que menos les satisface es el ingreso percibido. Esto pone el foco no solo en la empleabilidad y las capacidades juveniles para insertarse en el mercado laboral, sino sobre todo en las condiciones de trabajo y las características de ese mercado, muchas veces expulsivo y precario.

Como recién se comienzan a conocer los resultados de esta encuesta, tendremos mucho más para decir en los próximos meses. En base a lo conocido hasta ahora, subrayamos: 1) la necesidad de producir una mayor articulación entre este tipo de encuestas y los espacios científicos que vienen trabajando con juventudes desde instituciones públicas. 2) la posibilidad de formular políticas públicas de juventud integrales –no solo sectoriales– y con perspectiva generacional –no adultocéntricas–. 3) la consideración de las diversidades como característica actual de las juventudes. 4) la asunción de las múltiples desigualdades que afectan a las juventudes para poder construir políticas públicas que tiendan a la igualdad a partir de la diversidad, produciendo lo común en la diferencia.

Un último dato: a los jóvenes se les pide más capacitación, pero la ENJ muestra que la mayoría consigue su primer trabajo a través de contactos o conocidos, sometiéndose a reglas de un mercado laboral que los excede.

* Doctor en Ciencias Sociales, investigador del Conicet, Co-coordinador del EpoJu/UBA.

Avances y desigualdades

Silvia Elizalde *

Indiscutiblemente, las nuevas generaciones habitan hoy un marco social e histórico en muchos sentidos contrastante al que experimentaron sus propios padres cuando tenían su edad. Al menos en lo concerniente al reconocimiento de derechos y a una discursividad social más amplia asociada a las relaciones de género y sexualidad, pero no sólo. Los últimos años en el país han sido escenario de agudas transformaciones culturales y políticas en relación con la construcción y visibilidad públicas de las identidades y prácticas de orden sexual y de género, producto de las conquistas históricas y recientes de los feminismos y los grupos de diversidad sexual. Hoy estas luchas encuentran eco en varias de las leyes vigentes en la Argentina, así como en la experiencia misma de mayor libertad –vivida como “natural”– por parte de muchos chicos y chicas. De hecho, desde mediados de los 2000 a esta parte, contamos con leyes de salud sexual y reproductiva, disposiciones sobre anticoncepción de emergencia y ligadura tubaria, programas de educación sexual integral, ley parto humanizado, contra la trata de personas, contra la violencia hacia las mujeres, y leyes de matrimonio igualitario e identidad de género, muchos de cuyos impactos de protección y ampliación de derechos alcanza a las y los jóvenes. Sin embargo, las mujeres –y las más jóvenes y pobres, de modo patente– seguimos sin disponer de un marco que despenalice la interrupción voluntaria del embarazo y evite, de este modo, la reiteración de cientos de muertes de adolescentes y adultas por complicaciones de abortos realizados en condiciones precarias o inseguras.

En este sentido, y lo señalo también de modo más general, las comparaciones entre generaciones, sobre todo en su cruce con el género y la clase, no pueden traducirse en descripciones homogéneas o en bloques más o menos yuxtapuestos de rasgos constantes. Ni antes se era joven de un único y homogéneo modo, ni ahora los chicos y las chicas encuentran una sociedad ubicuamente “evolucionada” respecto de la que habitaron sus padres en materia de género y sexualidad. La persistencia de mandatos patriarcales, del sexismo expreso o inferencial, de la homofobia en sus diversas caras, de la violencia en su repertorio aparentemente nuevo cada vez, pero ideológicamente inconmovido, atraviesa y tensiona de múltiples maneras la sociabilidad juvenil, se actualiza en algunas de sus prácticas y modos de relacionamiento, al tiempo que renueva opresiones y construye desigualdades de nuevo cuño entre los géneros.

Si desde el último cuarto del siglo XX las mujeres vienen consolidando una posición destacada en la estructura formativa de la escuela secundaria, con altos niveles de finalización de ese nivel en el tiempo estipulado –dato que hoy vuelve a confirmarse y que redunda en una mayor instrucción global de las chicas respecto de sus pares varones–, esta ventaja suele truncarse –hoy, como antes–, ante el límite que impone una maternidad temprana. O, incluso, sin llegar a esta situación extrema, ante la demanda de la familia de origen de colaborar –u ocuparse íntegramente– de las tareas de la casa y/o el cuidado de hermanos menores, abuelos o enfermos.

Por un lado, es cierto que hoy muchas chicas –sobre todo de sectores medios– gozan de posibilidades más amplias que sus madres a la hora de vivir y gestionar su sexualidad, en la medida en que disponen potencialmente de un arco más extenso de alternativas culturales, tecnológicas y de mercado que podrían operar a favor de esta mayor autodeterminación. Sin embargo, por el otro, la feminización del cuidado sigue traccionando en detrimento de una gran mayoría, ya sea bajo la forma del mandato, la prescripción o la culpa, con énfasis distintos, claro está, según las modulaciones de la estratificación social y los pactos familiares e inter géneros. En este contexto, las más pobres son quienes siguen teniendo menor margen de maniobra para resistir o negociar con su entorno respecto de este imperativo de la domesticidad.

* Investigadora del Conicet en temas de juventud, género y sexualidades en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Coordinadora del Programa de Actualización en Comunicación, Géneros y Sexualidades de la Facultad de Ciencias Sociales de esa universidad, y docente de grado y posgrado en UBA y UNLP.

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