SOCIEDAD

Strippers,un estímulo para la vista

Por C. R.

Ella baila y se desnuda al ritmo de Lady Marmalade, mientras a todos se les hace agua la boca. “A mí me gusta bailar, no pienso en nada, ni me doy cuenta de que me están mirando. Es algo natural”. Verónica (19) dice que no percibe el calor general que genera su performance. Lo dice y parece sincera, aunque en su última entrada haya tomado a un supuesto “espectador” como objeto sexual. Ella apenas se quitó la mínima pollerita escocesa. Nunca la tanga ni el corpiño, pero al moreno víctima de sus efusividades no le dejó encima ni el perfume. El moreno, una vez terminado el show, sigue jugando su rol de “espectador”. Recoge sus ropas y ni siquiera se despide, mientras Lady Marmalade hace el mutis final y se va dejando el tendal. Laura (33) y Marcos (38) dicen ser “novios de trasnoche”, sin explicar lo que eso significa. Presenciaron el show y los dos, ella también, coinciden en que Verónica “es la que enciende el fuego”. Laura admite que el moreno, con su pasividad, “le pone un toque al show porque es difícil que los hombres se entreguen de esa forma. Y está bueno, muy bueno”, repite mientras mira a su pareja como pidiendo permiso para jugar el mismo juego. Marcos se hace el otario.
Daniel, el dueño de Aristoy, un boliche marplatense donde las parejas pueden presenciar el show de strippers –todas son mujeres, salvo el moreno “espectador”– y acelerar los ratones, cree que en el verano “hay más onda y más libertades mutuas, por eso algunas parejas se animan y vienen, aunque acá la mayoría son siempre los hombres”. Daniel, que por su estilo también podría ser dueño de otro tipo de negocio en cualquier barrio porteño, cree que en los últimos tiempos “las mujeres se animan un poco más y a veces vienen grupos de chicas, incluso menores a las que no podemos dejar entrar”. Y asegura: “Cuando hay más de cuatro mujeres en la sala, hay grititos, suspiros y risas. Son mucho más expresivas que los hombres. Y si se animan a venir solas, se lanzan mucho más”.
En Aristoy también se desnudan Valeria, Mercedes y Vanessa. Son números donde lo que predomina es el baile, el movimiento, la sensualidad. Los desnudos nunca son totales y la actuación más audaz es la de Verónica, con su partenaire morocho. “Yo antes hacía la barra, tomaba una copa con los clientes y de ahí no pasaba, hasta que un día me dijeron que tenía que subir al escenario. Sabían que me gustaba el baile, de hecho practicaba más de una vez en los rincones del boliche, pero jamás pensé que iba a estar en el show. Subí, hice lo mío, gustó y hoy es lo único que hago. Te juro que soy estudiante universitaria, que estoy estudiando, no digo dónde para que no me reconozcan. Cuando subís al escenario nadie te reconoce, nadie te mira a los ojos”. Un error, porque Valeria es lindísima.
En Pinamar, dentro del casco urbano, está prohibido hacer un striptease, exceptuando algún topless en una playa lejana y sin inspectores a la vista. Por ese motivo, el City Ranch está instalado sobre la ruta 11, en la entrada a Ostende. Los jueves, viernes y sábados, en estos primeros meses con tarifas promocionales y consumiciones gratuitas, ofrece su show para público mixto. Se desnudan mujeres y hombres, por separado, y también se ofrece una historia con ridículo argumento, donde conviven una reina desenfrenada, un enano que elonga –supuestamente– en algún lugar clave, una bella y una bestia masculina que, al final, como siempre, se convierte en príncipe. Al margen de la pálida historieta, en el gran salón del City Ranch, además de los strippers, hay muchas parejas que bailan, sólo bailan, mientras los lobos no están.
Marina, Beatriz y Chechu, simplemente Chechu, se mandaron solas al City Ranch. “El remisero que nos trajo nos aconsejaba como un padre: ‘Chicas, miren que allí van mujeres y hombres que se desnudan, hay proxenetas y vaya a saber qué cosa más’”. Como toda respuesta, ellas se rieron a coro, aunque por dentro “alguna duda nos quedaba, pero la curiosidad puede más”. Ellas ya fueron un par de veces a lugares donde los hombres se desnudan. “Es divertido, es hacer algo a espaldas de tu novio o tu marido, aunque ellos sepan que vas a ir, pero no te mueve demasiado la croqueta. Es un juego, nada más que un juego, una travesura.” En la pista, sobre piso de madera, las tres amigas que pasaron la raya de los 30 bailan solas con más sensualidad que algunas de las bailarinas.
Elena, Mariana, Estela y Carolina apenas pasaron los veinte y su perspectiva es distinta: “Teníamos un poco de vergüenza, no queríamos venir. Pero nuestros amigos (Laureano y Pedro) nos convencieron para venir. El tipo que se desnudó solo (Víctor es su nombre de guerra) está bastante fuerte, tiene buen lomo, pero es muy maderoso, se mueve con poca gracia. Igual estuvo bien, es una experiencia”. Estela, vocera del grupo, trata de minimizar el impacto, aunque se las vio correr, presurosas, cuando el locutor en off anunció que era el turno del primer hombre que se desnuda en el show. “Bueno, algo nos pinchaba un poquitito en el estómago, pero nada fuera de lo común, nada que nos reviente la cabeza”, insiste la joven mientras hace gestos que denotan alguna decepción.

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Una de las chicas del show de Aristoy, en Mar del Plata.
En verano hay más parejas entre el público, dice el dueño.
 
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