SOCIEDAD

“Nuestra Plaza nos habla”, el acto escolar por el 25 con Madres y todo

Una escuela pública de la Ciudad eligió una forma diferente de festejar el 25 de Mayo: la historia de la Plaza de Mayo, desde el Cabildo hasta las víctimas de Cromañón, con Madres y cacerolazo incluidos.

Amaneció el 24 y Lucía se prepara para actuar. No es actriz y no está nerviosa pese a que, a sus 8 años, tiene un gran papel que representar en esa fiesta que se celebra en su colegio cada 25 de Mayo; ese lejano día que remite a un Cabildo altivo, rodeado de paraguas y detrás de una cortina de lluvia. El traje de Lucía no es un complicado vestido con miriñaque ni tuvo que quemar un corcho para pintarse la cara y gritar eso de las empanadas calientes que queman los dientes. Su traje es algo más sencillo y reluciente. Antes de salir lo toma con las manos, lo dobla con delicadeza y lo guarda en el bolsillo del guardapolvo: es un pañuelo. Un pañuelo blanco que se pondrá en la cabeza para luego caminar alrededor de una Pirámide de Mayo de cartón. En su escuela se festejará la Revolución de 1810 y ella será una Madre de Plaza de Mayo.
Las madrecitas de Plaza de Mayo desfilaron ayer bajo el sol del 25 que se anticipó en la Escuela Gendarmería Nacional, ubicada en J. A. García 5265 del barrio porteño de Monte Castro. Junto a ellas hubo piqueteros, familiares de víctimas de República Cromañón, caceroleros, hippies y malevos personificados, sin complejos, por chicos de entre 6 y 8 años, durante la celebración de un remoto día cuyas imágenes habían quedado reducidas a negritos vendedores, damas con peinetones y hombres de galera y bastón. “Si los esclavos vendían pastelitos y todo era tan lindo, ¡no se entiende por qué hubo una revolución!”, resume a Página/12 Liliana Iribarne, la directora. Desde que ella llegó a la escuela puso énfasis en la “memoria y libertad”, valores que en la historia inmediata fueron sacudidos por instituciones como la que, paradójicamente, da nombre al colegio.
En el camarín abierto del patio, todos se preparan: maestras nerviosas, niños inquietos con ropa de bambula multicolor, pelucas viejas, galeras hechas con stencil, camisetas de la Selección nacional y pañuelos blancos, como el de Lucía. En el gastado escenario semicircular se improvisó una Plaza de Mayo, con un Cabildo de papel afiche y una modesta Pirámide de cartón cuyo tamaño convirtió en gigantes a niños de primero, segundo y tercer grado. “Nuestra Plaza de Mayo nos habla” fue el nombre de la obra que sintetizó secuencias de algunos de los hechos más relevantes de la Argentina de los últimos 200 años.
La historia se inició con dos viejitas que descansan en Plaza de Mayo hasta que ensordecen por un “¡Queremos trabajo!” de piqueteros y médicos, y los bocinazos de un automovilista que desde su cochecito de cartón grita “¡Vayan a laburar!”. A partir de allí, las ancianas quejosas –personificadas por dos mamás– hurgan en su memoria imágenes que los chicos van actuando. Todo desciende desde 2005 hasta 1810: “Seguridad”, pide el cartel de una marcha silenciosa que lleva velas y el dolor de 193 muertes; “Voluntad del pueblo”, clama otro al son de cacerolas; un “No a la guerra” se levanta con el fondo musical de “La hermanita perdida”, y un “No al engaño” se alza sobre el himno del Mundial ’78.
Hasta que todo enmudeció. Aparecieron cuatro mujercitas con sacos de lana, rostros serios de recogimiento, pañuelos blancos en la cabeza y manos cruzadas. Giraron en torno de la Pirámide. La escena y el Sobreviviendo de Víctor Heredia erizaron la piel de los 50 padres y la veintena de maestros. Hubo quienes respiraron hondo y otros que no contuvieron la emoción. “Me desarmó toda”, abrevió Leonor, la portera.
Los padres de las cuatro Madres quedaron conmovidos. El papá de Lucía Avila no dejó de disparar el flash de su cámara de fotos. “Me da la impresión de que con actos como éste se les saca la venda a los chicos”, dijo Aníbal, papá de Sofía Benini. “No tengo palabras”, sintetizó María, mamá de Aline Dos Santos. “Mi hija quiso ese papel porque es muy sensible; lo eligió luego de ver a alguna Madre en la tele”, reconoció Victoria, mamá de Sofía Partelli.
“Nuestra Plaza...” fue coordinada por la profesora de Educación Física Carmen Ruggiello y protagonizada por unos 70 alumnos que eligieron cada uno el papel que quería interpretar. Los padres contaron a cada hijo los rasgos principales del personaje que habían elegido. “No fue costoso hablarles de esos temas porque siempre les hablamos de la realidad”, concedió Mónica Silva, maestra de 2º A. Para los docentes de esa escuela, ejercitar la memoria no es algo novedoso. Al menos así lo demuestran los murales y carteleras. “El golpe militar fue la época más cruel de la historia”, dice una carta con la letra forzadamente redonda de un alumno de 6º A, que la escribió el 24 de marzo pasado. “La libertad es un derecho que nace con nosotros. Luchemos para no perderla ¡nunca!”, dice uno de los 30 mensajes pegados sobre un Cabildo de papel, que contrasta con el óleo de un inmaculado José de San Martín en un sendero de los Andes.
“Hablar de la realidad no es hacer política, sino hablar de la historia”, dice la directora mientras la obra cierra con el infaltable Para la libertad interpretado por Joan Manuel Serrat. Rocío interpretó a una inmigrante, y para su mamá “la obra fue una oportunidad para hablarle de su bisabuelo italiano”. Para Samuel de la Vega, papá del hippie Mateo (6), “es bueno que el chico vaya entendiendo, despacito, lo que vivimos. Eso le va a ayudar a entender que hubo esclavos en 1810 y que los nuevos esclavos podemos ser nosotros si no nos damos cuenta de lo que es la libertad”.
La obra terminó con un mensaje de la Libertad, que desde la punta de la Pirámide hizo oír su voz: “Nos encantan las plazas con juegos, pero ésta es especial, es una plaza que los espera, chicos y padres, para que puedan construir un mundo mejor”.

Informe: Adrián Figueroa Díaz.

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Los chicos eligieron el personaje que iban a representar y sus padres les explicaron sus rasgos.
 
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