SOCIEDAD › POLEMICA EN PERU POR UNA BOTELLA ALEGORICA DEL SISMO

Un souvenir para la tragedia

El gobierno lanzó el “Pisco 7.9” por la ciudad y el grado del terremoto. Lo retiró tras el escándalo.

 Por Carlos Noriega
desde Lima

Un licor conmemorativo del terremoto de Pisco, un regalo como recuerdo de tanta muerte y destrucción. Parece una broma macabra, pero es la última idea del gobierno peruano, que anunció la producción de un licor llamado “Pisco 7.9” para obsequiarlo a las autoridades de gobiernos extranjeros y representantes de instituciones internacionales que han dado ayuda a las víctimas del 15 de agosto. El nombre alude con obscena obviedad a la magnitud del terremoto que destruyó parte del sur del Perú. Se anunció una producción limitada que, según el creador de este despropósito, rondaría las 500 botellas. Es decir, tantas botellas de pisco como muertos dejó el terremoto que tuvo como epicentro el puerto de Pisco.

El autor de este absurdo ha sido el ministro de la Producción, Rafael Rey, hombre ligado al Opus Dei y al fujimorismo, quien anunció la propuesta frente a los sorprendidos periodistas que lo escuchaban. Feliz con su iniciativa, Rey posó sonriente para los fotógrafos mostrando la botella de pisco con una etiqueta color ocre y grandes letras verdes en las que se lee: Pisco 7.9. “Obviamente, esto también tiene un interés comercial”, señaló Rey, sin perder la sonrisa. El ministro peruano aseguró que la idea había sido conversada con productores de pisco para buscar aprovechar comercialmente el terremoto ocurrido en Pisco para promocionar este aguardiente de uva tradicional del Perú, que lleva el mismo nombre que la ciudad arrasada.

En la derruida ciudad de Pisco, la frivolidad de la botellita fue tomada por los sobrevivientes, muchos de los cuales todavía no reciben la ayuda oficial, como una ofensa a su dolor y a la memoria de sus muertos. Políticos, analistas y publicistas coincidieron en sus duras críticas a la idea del gobierno, que finalmente ayer dio marcha atrás.

El asunto terminó por ser la guinda en el pastel de desaciertos cometidos por el gobierno en su respuesta a la emergencia. El terremoto ha dejado como balance la dramática evidencia de la incapacidad del gobierno para responder ante una situación de este tipo. Ayer murió la segunda persona a causa de la falta de ayuda. Esta vez fue un hombre de 67 años que se quedó sin casa y murió de frío, igual que la niña de un mes que falleció hace tres días. La falta de ayuda y de seguridad en las calles llevó a los saqueos y los asaltos. Pero el gobierno tenía siempre la misma respuesta: la negación de los problemas.

El presidente García se trasladó al día siguiente del terremoto a la zona afectada y se puso al frente de las operaciones de rescate y ayuda. En la misma escena del desastre, García se convirtió en el protagonista central. En el gobierno se esperaba que esta demostración de acción en el mismo terreno ayudaría a reforzar la imagen de un presidente cuya popularidad ha bajado en solamente un año a poco menos del 35 por ciento, pero las cosas se manejaron tan desastrosamente que García ha quedado expuesto a los costos de esta incapacidad. Su actitud arrogante ante las críticas, su insistencia en que todo marchaba muy bien mientras los damnificados se desesperaban por la falta de ayuda, sus acusaciones a las víctimas de exagerar su drama al reclamar ayuda, seguramente minarán más su imagen. A García le queda, quizá como una última oportunidad, que una reconstrucción rápida y efectiva de la zona arrasada por el terremoto ayude a olvidar el penoso papel desempeñado durante la crisis. El gobierno estima que la reconstrucción costará unos 80 millones de dólares y ha puesto a un empresario privado ligado a los grupos de poder económico al frente del comité encargado de esa reconstrucción. No parece un buen comienzo.

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