SOCIEDAD

La Justicia cuestionó a la policía por proteger a un cabo homicida

Un cabo primero fue condenado a 16 años por matar a un menor debido a un conflicto personal. Después, la Bonaerense simuló un enfrentamiento. El fallo consideró que “favorecieron su situación”. El propio jefe de la DDI, José Ferrari, lo pidió como su chofer y lo defendió.

 Por Horacio Cecchi

Un cabo primero de la Bonaerense fue condenado por unanimidad a 16 años por el homicidio de un menor, ocurrido en la madrugada del 17 de febrero del 2000, en Baradero. La víctima, Emanuel Ríos, de 17 años, recibió un disparo por la espalda efectuado con el arma reglamentaria de Rubén Bernardo Galloso, a la sazón el condenado. El caso tuvo sus bemoles: la Bonaerense simuló un intento de robo y enfrentamiento que no existieron, presentó testigos falsos, limpió el arma usada por Galloso e hizo aparecer otra teóricamente usada por la víctima. El Tribunal 2 de San Nicolás subrayó “la intención de la Policía que intervino de favorecer la situación” del acusado. Ese apoyo no sólo se dio en las pruebas: luego del crimen y durante ocho meses, hasta su detención, Galloso fue pedido como chofer y asistente personal nada menos que por el jefe de la Departamental, José Ferrari. “Quería tenerlo controlado y ver si el hombre se sinceraba conmigo –declaró ante el Tribunal–. Terminé convencido de que Galloso es un buen hombre y había habido un enfrentamiento.”
El 17 de febrero, aproximadamente a las cuatro menos diez de la madrugada, Ríos, acompañado por un amigo, fue interceptado por el cabo primero Galloso, de la comisaría de Baradero, en un descampado del barrio Fonavi, de esa localidad. Los motivos por los que se produjo la intercepción quedaron demostrados durante el juicio oral, realizado desde el 20 de agosto pasado ante los jueces del Tribunal Criminal 1 de San Nicolás, Martín Arámburu, Abel Di Lorenzo y Alberto Moreno: la pareja de Galloso también mantenía relaciones con Emanuel. “A ese hijo de puta lo voy a matar”, dijo según relato de testigos.
Pero el cabo primero no hizo aparecer el caso como un asesinato premeditado sino como “legítima defensa en enfrentamiento”. Un arma que apareció tiempo después como perteneciente a la víctima y dos testigos (Analía Booman, pareja de Galloso, y Teresa Musanti amiga y vecina de Booman), sostuvieron la versión del tiroteo mientras pudieron. Con esas pruebas, Galloso quedó inicialmente libre. Pero para defender aún más el prestigio mancillado de la fuerza, durante su libertad el propio jefe de la Departamental, José Ferrari, lo pidió como chofer y asistente personal. El interés de Ferrari por la Justicia quedó plasmado en su declaración ante el Tribunal, cuando confesó que “soy un hombre muy desconfiado y lo quise tener cerca para controlarlo y para ver si se sinceraba conmigo”.
–¿Se sinceró? –preguntó el Tribunal.
–Terminé convencido de que (Galloso) es un buen hombre y de que hubo un enfrentamiento –respondió, sin pestañear, el jefe del chofer.
La ayudita de Ferrari no concluyó allí. Después de que el cabo resultara detenido porque las pruebas truchas fueron pescadas, el 27 de octubre del 2000, el jefe logró trasladar su lugar de detención a la propia comisaría de Baradero. Allí, en enero del 2001, Galloso dio una manito a sus colegas participando durante una golpiza en la seccional a varios detenidos. No conforme, Ferrari envió un informe a Asuntos Internos, ensalzando la probibad del cabo. El informe fue uno de los elementos que el Tribunal consideró como prueba para determinar que Ferrari tenía “un testimonio interesado” y rechazarlo.
No es la primera ocasión en que el jefe del chofer condenado por homicida sale en apoyo de un subordinado en problemas. Dos meses antes de quedarse sin asistente personal, a fines de agosto del 2000, el cabo Alberto Castillo fue liberado tras doce días de detención, vinculado al caso Ramallo por encubrimiento. Castillo salió de prisión por la puerta grande: lo recibió Ferrari en su propio despacho, donde sus colegas lo homenajearon. En aquella ocasión le dijo a Página/12 que “(Castillo) es un paisanito de mi fuerza. Estoy seguro de su inocencia”, y aseguró que “le había hecho la promesa a mi gente que si no lo excarcelaban, yo renunciaba a esta Jefatura”.
Volviendo al caso Ríos, Ferrari explicó además los motivos por los que el chico apareció con una bala disparada por la espalda a cuatro metros enun enfrentamiento: “Por mis años de experiencia y los muchos enfrentamientos en que participé –declaró–, sé que por la dinámica de los mismos, los delincuentes aparecen baleados en la espalda”. La dinámica graficada por Ferrari es: “Tiran y después corren.”
Un parrafito aparte mereció el alegato de Gotardo Migliaro, defensor del cabo, cuando al referirse al informe de una perito psicóloga dijo que “se basó en Freud, parecieron frases hechas, concepciones arcaicas. Según Jaspen, el marxismo y el psicoanálisis son los mayores enemigos de la humanidad”.

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El jefe de la DDI de San Nicolás, José Ferrari, para quien el condenado es “un buen hombre”.
“Sé que, por la dinámica de los enfrentamientos, los delincuentes aparecen baleados en la espalda”, dijo.
 
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