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En la calle sólo se escuchan quejas

“Y, ¿qué querés que te diga?”, repreguntó Hugo consultado por su opinión sobre el incremento en la tarifa de taxis. Se estiró en el asiento reclinado para descansar mientras esperaba a un pasajero que lo iba a abordar en Corrientes al 500 y se largó a monologar. “La verdad es que hacía falta un aumento, pero... No sé, me parece que lo que se dio es mucho y va a subir menos gente. Aunque como va a ser escalonado capaz que no se nota tanto. Siempre que hay un aumento los primeros días la gente viaja un poco menos, pero es hasta que se acostumbran, como todo...”.

Más allá de Florida, también sobre Corrientes, Roxana miraba hacia la calle en una parada de taxis.

–¿Estás esperando un taxi? –preguntó Página/12.

Ante lo obvio de la respuesta, la rubia de campera de cuero y bolsa en mano pestañeó desconcertada mientras daba un preventivo paso hacia atrás. Luego de entender el motivo de la pregunta intentó una opinión. “¿Qué te parece? Todo lo que sea aumentos no es bueno. Yo encima tomo bastantes taxis”, dijo para enseguida estirar el brazo y detener al auto de techo amarillo que se acercaba. Sólo pudo decir que se llama Roxana y luego se perdió en la marea del tránsito.

–¡Adiós hermosa! –la despidió uno de los chicos que en esa esquina abren las puertas de los autos por alguna moneda. Eran dos: uno alto y flaco, y el otro mucho más bajo, de no más de diez años. Ellos también, debido a la menor cantidad de viajes o porque los pasajeros tendrán menos dinero, sentirán las consecuencias del incremento de la tarifa.

En Lima y Avenida de Mayo, Roberto, dueño de un taxi, se ofreció a explicar “cómo son las cosas”. Incluso propuso un café en el bar de la cuadra, pero ante la urgencia del cronista aceptó “revelar la verdad” en su propio auto. “De paso te cobro el viaje –bromeó–. Mirá, así como está, el aumento no sirve para nada. Porque en general, cuando hay un aumento hay un equilibrio porque la gente toma menos taxi. Yo te digo que los choferes están hambreados, por eso tienen que estar doce horas arriba del auto, o están obligados –aunque yo no estoy de acuerdo– a darle mal el vuelto a una viejita.”

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