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Viernes, 21 de noviembre de 2008

TEATRO › LUIS AGUSTONI, ACTOR Y DRAMATURGO DE SOMBRAS EN LA MENTE

“¿Quién no tiene su zona de delirio?”

A partir de una pregunta, el autor encaró el papel de Erasmo en su obra más reciente, que puede verse en su teatro-taller El Ojo. “El personaje –dice– cree tener al mundo en contra, pero no por eso abandona su delirio de grandeza.”

“¿Quién no tiene su zona de delirio?”, pregunta el autor Luis Agustoni, convencido de que las grandes patologías alcanzan a los normales. “¿Qué son sino las supersticiones, los sueños locos y la ciclotimia?” Y en todo caso, quién marca la frontera: ¿el que se aferra a ese otro lugar o el que simplemente lo visita? Luego de años dedicados a la escritura, la dirección y la enseñanza, Agustoni decidió retomar la actuación adjudicándose el complejo papel de Erasmo en Sombras en la mente, su más reciente dramaturgia en su teatro-taller El Ojo, dirigida por Miguel Kot. “Erasmo es un paranoico, un perseguido que cree tener al mundo en contra, pero no por eso abandona su delirio de grandeza. Ese vaivén entre el empequeñecimiento de un individuo que se siente víctima y el agrandamiento del que cree poseer la sabiduría del genio es fantástico para un actor”, sostiene Agustoni, a quien se lo ve disfrutar del rol y el nombre, pues Erasmo retrotrae al satírico pensador de Rotterdam y a su tratado Elogio de la locura, apunte que le da pie para aclarar que ese encomio alude a la estulticia o estupidez y no a la locura.

–¿Qué hacer con el desborde de las emociones?

–Construirnos una conducta. Todos tenemos la obligación de construirla a pesar de las limitaciones, que cuando son extremas derivan en patologías. Nuestro gran drama es hacer el esfuerzo de vivir –o sobrevivir– con los recursos que poseemos, peleando a veces con nosotros mismos o con el mundo o la naturaleza.

–¿Logró construir la suya?

–Me considero afortunado porque hace años que trabajo en ese sentido, concentrándome en un aspecto de la vida para convertirlo en un hecho artístico y mostrarlo a través del teatro. Esto da sentido al trabajo, sin desatender otros aspectos necesarios en un espectáculo, como la intriga, el humor, el entretenimiento.

–¿Por qué tomó trastornos puntuales, como la paranoia, la esquizofrenia y el comportamiento bipolar?

–Me interesan los casos que entran en esas clasificaciones sin quedarme en el tema específico del trastorno grave que se da en las personas encerradas en su mundo y sin contacto con la realidad. Quise poner el foco en esa zona que llamamos vulgarmente locura, cercana a la que visitamos los “sanos”. Me apasiona el umbral entre el delirio y la locura. En realidad, muchas patologías son producto de una tormenta emocional que sacude y arrastra, y no consecuencia de un proceso intelectual, donde los ejemplos provienen de la literatura, de personajes como Don Quijote.

–Un personaje de ficción también dominado por las emociones.

–Sí, por su amor a Dulcinea, por su deseo de proteger a los desamparados.

–En Sombras... se relaciona ese desborde con el deber en conflicto con la pasión amorosa.

–Quise centrar la acción en un sector VIP de un hospital psiquiátrico, donde los pacientes queden encuadrados en casos clásicos, como el esquizofrénico que habla con los extraterrestres, la mujer bipolar convertida en máquina de seducción y el paranoico. Todos confrontan con el psiquiatra que debe ocuparse de ellos, y que en algún momento cree enloquecer. De esto surge una crítica tangencial a la internación –que suele enfermar más de lo que cura–, a la corrupción institucional y la pérdida de interés de los profesionales, pero el núcleo está en la experiencia de los internados y en la lucha de éstos por armarse una vida aún en condiciones negativas.

–¿Conoció de cerca casos semejantes?

–A través de amigos y conocidos. He tenido alumnos con trastornos importantes que, sin embargo, pudieron continuar sus clases. Un profesor de teatro ve de todo, y asume ese riesgo.

–¿Se sintió vulnerable?

–Claro, porque uno no es especialista.

–¿Esa circunstancia lo condujo a Sombras en la mente?

–Me cuesta rastrear el origen de mis obras. Imagino escenas que se me juntan en la cabeza hasta que me resulta imposible vivir si no las llevo al teatro.

–¿La docencia inspira?

–Sí, sobre todo cuando la enseñanza no es sólo información. Desde hace años realizo una práctica que denomino “la historia del día”, donde relato algo que pasó, leí o pude ver: un hecho, una noticia o un libro, o una película. Esto desata en mí y en los alumnos una cadena de asociaciones que acaba generando nuevas historias y nuevas situaciones.

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Luis Agustoni quiso poner el foco “en esa zona que vulgarmente llamamos locura”.
Imagen: Arnaldo Pampillón
 
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