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Martes, 23 de diciembre de 2008

LITERATURA › BALANCE DEL AñO EN NARRATIVA, POESíA Y ENSAYO

Celebración de la diversidad y la edición independiente

Un relevamiento hecho entre escritores argentinos da cuenta de una producción heterogénea y del despliegue de un amplio arco estilísitico. Entre otros autores, fueron reconocidos Arnaldo Calveyra, Hebe Uhart, Daniel Guebel, Carlos Gamerro y Fogwill.

 Por Silvina Friera

Aunque se dice que el mercado editorial “preferiría no publicarlos”, porque es un género “difícil”, que no vende bien, este fue un año de muchos y muy buenos libros de cuentos. Por una mínima diferencia en la encuesta que realizó Página/12 a un puñado de narradores, poetas, editores y libreros se impuso Los padres de Sherezade, de Daniel Guebel (Eterna Cadencia). “Guebel ha conseguido con los años un manejo del lenguaje admirable y encantador y desde ese lenguaje trama hermosas historias que invitan a pensar, que es bastante más de los que se le puede pedir a la literatura”, explica Damián Ríos. Juan José Becerra dice que son “relatos desequilibrados e inestables, de los que no nos importan tanto sus historias como ese milagro de actualidad que las mantiene en suspenso”. Becerra advierte que ese suspenso “nos lleva directamente a lo imposible”, a lo que no puede pasar. “Contra la idea clásica del cuento como el género en el que habría que saber administrar las fuerzas que lo componen, estos relatos son ejemplos de una literatura antieconómica, incendiaria y movediza. Basta con que la busquemos aquí para que aparezca allá.” Juan Martini plantea que el libro de Guebel “condensa las claves constantes de la obra narrativa de un notable escritor”. Turistas, de Hebe Uhart (Adriana Hidalgo), es otro de los libros del año. “Siempre es bienvenido un libro de cuentos de Hebe Uhart –celebra Claudia Piñeiro–. El registro y el tono impecable de alguno de los cuentos, el humor irónico en otros y la desolación por la que hace pasar Uhart en varios momentos a sus personajes otorgan una mezcla valiosa y muy especial a esta compilación.” Francisco Garamona, poeta y editor de Mansalva, señala que “todos los libros de Uhart se encuentran entre los mejores de la literatura argentina”. Garamona, en este rubro, también mencionó La mafia rusa, de Daniel Link (Emecé), “porque aborda el cuento con la misma intensidad con que el autor antes ensayó en la novela y el poema, volviendo al género algo menos cerrado y previsible”.

Frío en Alaska, de Matías Capelli (Eterna Cadencia), es el elegido por la escritora y crítica Graciela Speranza. “Invención narrativa, sensibilidad urbana contemporánea, prosa suelta pero precisa y una biblioteca renovada que se abre a otras literaturas y otros cines. ¿Qué más pedirle a un primer libro?” Oliverio Coelho agrega que son “cuatro relatos sobre un hombre gris que tienen el tono levemente irónico y desencantado al que toda buena literatura debería aspirar”. Villa Celina, de Juan Diego Incardona (Norma), provocó el asombro de Luis Gusmán. “Hay una escritura y un registro de la oralidad de la lengua que se mantienen en un delicado equilibrio. Hay personajes, hay pequeñas tramas; y aunque aparezcan referencias a la historia argentina muy fuertes: Menem, la guerra de Malvinas, etcétera, la anécdota del relato siempre se desplaza a detalles insignificantes pero que hacen a la vida de la gente. Villa Celina es una geografía real de nuestro conurbano bonaerense y está habitada por la lengua de los que viven y mueren en ese lugar”, plantea Gusmán.

Otro libro mencionado dentro del género es 76, de Félix Bruzzone (editorial Tamarisco). “Los cuentos de Bruzzone poseen dos cualidades admirables y ambas se relacionan con su capacidad para derrumbar los artesonados del lugar común”, opina el escritor y editor de Entropía Sebastián Martínez Daniell. El pueblo de los ratones, de Carlos Moreira (Paradiso), está entre los mejores relatos que leyó Marcelo Cohen durante este año. “Una tira de asado quiere disiparse en el cosmos; una soprano envejecida se presenta a un casting para Lulú; ratones enamorados consideran su postergación existencial; pilas de basura, rabinos. Las criaturas más cercanas e irritantes procuran convertir una emotividad desbocada en razonamiento; sólo posible mediante un lenguaje que tiende, argentinamente, a fundir Alfonsina con Catita, Lugones con Jorge Luz, Kafka y el Talmud con Copi y Tzara.” Soñario, de Mempo Giardinelli (Edhasa), según Perla Suez, “reúne piezas breves, sueños que se disfrutan del comienzo hasta el final”. Una reina perfecta, de Inés Garland (Alfaguara), es el preferido del poeta, crítico y traductor Jorge Fondebrider. “Se trata de cuentos realmente perfectos y, la mayor parte de las veces, perturbadores. Garland es una excelente narradora y espero que así se la reconozca, aunque probablemente es demasiado buena como para ser tenida en cuenta.” Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi (Entropía), fue el mejor libro de cuentos para Pablo Braun, de Eterna Cadencia. “Descubrí a una autora que me sorprendió, me parece que es una voz singular entre las nuevas.” Puma cebado y otros cuentos (Del subsuelo editores), de Eduardo Rojas, es el libro que más le interesó a Ariel Bermani. “Cada cuento va intensificando su propia tensión a medida que avanza y forma un conjunto con el resto del material, de pura violencia contenida, y uno termina de leer el libro con la sensación de que la violencia no estalla pero se multiplica.”

Lata peinada, de Ricardo Zelarayán (Argonauta), es una de las novelas más reconocidas en la encuesta realizada por Página/12. “Es la novela que para mí implicó una ruptura respecto de lo que se publicó y se publica en nuestro medio”, afirma Gusmán. Fabián Casas dice que esta novela de Zelarayán demuestra que “un narrador que no lee poesía es un semianalfabeto”. Garamona observa que a pesar de la “torpe” edición de Argonauta, “la poesía siempre se impone y Zelarayán es uno de nuestros faros”. Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce, es para Ríos la novela del 2008. “La biografía de escritores es un género poco y mal transitado en la Argentina. Strafacce escribe su mejor novela y la leí como novela, como muy bien Fogwill propone desde la contratapa. También puede leerse como el temprano registro de una generación de escritores que iban a dejar una marca en la literatura argentina: Aira, Fogwill, Libertella, Carrera, Leónidas Lamborghini, desfilan por sus páginas. Como yapa, al dar cuenta de las condiciones de producción del biografiado y trazar un mapa de la literatura argentina de los ’70, Strafacce se revela como un excelente crítico.”

La casa de los conejos, de Laura Alcoba (Edhasa), fue la mejor novela para Suez: “Una prosa sutil y ejemplar confirma el aforismo de Lichtenberg: ‘Un libro es como un espejo’”. No podía faltar en este balance una novela de Aira. Las aventuras de Barbaverde (Mondadori) es la elegida por Martínez Daniell. “Si bien no es el libro que más me conmocionó de su obra, la prosa de Aira sigue siendo uno de los pocos lugares de la literatura donde pueden hallarse frases como ésta: ‘El color rojizo podía adjudicarse a la dirección, que era la de acercarse; pero su magnitud hacía que siempre estuviera acercándose a todos los puntos posibles; y el rojo en consecuencia se expandía, aun en él mismo, desde un centro de fulgor frío oculto en su centro inconcebible’.”

Ritmo vegetativo, de Ramiro Quintana (Paradiso), y El comienzo de la primavera (Mondadori), de Patricio Pron, son las dos mejores novelas según Sergio Chejfec. “Son muy distintas, aunque comparten el hecho de asumir riesgos infrecuentes. En especial me gusta de ellas que aspiren a una lengua propia, una vía de escape alejada de los territorios literarios habituales.” Berazachussetts, de Leandro Avalos Blacha (Entropía), es la preferida de Selva Almada. “Es una obra desopilante, ácida y tremendamente divertida –sugiere Almada–. Zombies, ricos que hacen valer su derecho de pernada, una lisiada que extorsiona a todo un pueblo, ecoterroristas, maestras jubiladas, canibalismo, un universo delirante plagado de personajes políticamente incorrectos.” Frágil, de Paula Pérez Alonso (Seix Barral), es para Heer “un hallazgo en fórmula renovada: pasión por narrar, estructura dialógica, despliegue de personajes contrapuestos, suspenso”. La hija, de Gisela Antonuccio (Norma), es una novela que se destaca “sin estridencia ni golpes bajos en medio de tanto material publicado en el 2008”, según advierte Piñeiro. Balbuceos (en noviembre), de Ramón D. Tarruellas (La Tablita Dorada), es la elegida por Alberto Szpunberg porque muestra el día a día de un sector juvenil siempre al borde del abismo. “Son los años de la ‘recuperación democrática’ y la posterior pudrición menemista, cuando ser joven y pobre se convirtió en un oficio peligroso.”

En el podio de las preferencias poéticas aparece la obra de dos grandes poetas: Arnaldo Calveyra e Irene Gruss. Poesía Reunida, de Calveyra (Adriana Hidalgo), fue elegido por Suez, Cohen y el poeta Yaki Setton (que en este rubro eligió tres mejores libros). “La obra poética de Calveyra es una gran isla impresionante con tierras muy fértiles y cuchillas que evocan lo esencial, lo que está más allá. El campo entrerriano es su matriz, pero la lengua es su poesía, esa cosa natural, sutil y dominante que me hace temblar”, fundamenta Suez su elección. “La mitad de la verdad, de Gruss (Bajo la luna), “es la prueba de la dimensión de Irene dentro de la poesía argentina”, afirma Sylvia Iparraguirre. “Una poeta a la que vuelvo a releer como en mis mejores épocas de lector, con gran amor y mucho vértigo”, dice Cucurto. Setton subraya que Gruss es “una poeta diferente por su aspereza material y vista la obra en perspectiva, ineludible en la influencia que ha tenido sobre las nuevas generaciones de poetas”. Chejfec destaca el desarrollo variado de la poesía de Gruss y el don de su persistencia, algo esencialmente alejado de la reiteración. “Sus poemas buscan contarme algo sin querer convencerme de nada, ni de una idea del lenguaje ni de versiones sobre las emociones.”

Setton también votó Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras, de Sonia Scarabelli (Bajo la luna), joven poeta rosarina. “Con un uso sutil de la retórica española heredera del siglo de oro y una resonancia de Juanele, Scarabelli propone un libro sólido, en sus percepciones de lo microrreal, que va de lo cotidiano familiar a lo íntimo y público del duelo por la muerte de un ser querido.” Entre los poemarios más elegidos se encuentran, además, Como un zumbido, de Damián Ríos (Gog y Magog). Bermani sostiene que Ríos es “un poeta central, pero ubicado en los márgenes, y su poesía mezcla siempre la tibieza de los recuerdos con la velocidad de las historias. Narra, reconstruye, cerca del río, del pueblo de la infancia, la familia dispersa, la tristeza”. Ruta de la inversión, de Daniel Durand (Gog y Magog), para Garamona, “demuestra una vez más que tanto en el poema largo, barroco, porno y delirante como en el poema corto y epigramático (objetivista) de este libro puede correrse de los estilos, para encontrar siempre lo que se propone, que es la felicidad por la poesía”.

También han sido destacados Un arte callado, de Joaquín Giannuzzi (Ediciones del Dock), porque “se trata de uno de los más grandes poetas argentinos de todos los tiempos y en esta colección de inéditos, armada con lo que dejó a su muerte, se puede comprobar una vez más su enorme precisión y la nitidez con que se enfrenta a la realidad”, opina Fondebrider; Museo de postales, de María Malusardi (El Suri Porfiado), elegido por Szpunberg; Fudekara, de Liliana Ponce (Tsé-tsé), el preferido de María del Carmen Colombo, porque “se revela como una manera singular de observar el mundo y registrarlo”; y Cuando todo acabe todo acabará, de Ana Arzoumanian (Paradiso), que para Heer “es una experiencia de quiebre, escritura sin red que produce mutación en los hábitos de lectura”.

El título es largo y puede asustar un poco, pero fue el ensayo más elegido del 2008. Ulises. Claves de lectura. Instrucciones para perderse en el laberinto más complejo de la literatura universal, de Carlos Gamerro (Norma), es “una guía original, escrita desde nuestra perspectiva –la del castellano–, pero también una recopilación de lo que otros dijeron”, plantea Fondebrider. “El efecto colectivo es original y, a la vez, de enorme utilidad. Se trata de una lectura imprescindible para entender a Joyce.” Vicente Battista dice que el libro de Gamerro es “un texto brillante que nos conduce por ese mágico y maravilloso laberinto que es el Ulises, de Joyce”. Heer subraya la traducción polifónica, la conversación con el texto original, la búsqueda de alusiones, implícitos, ordenamientos. “Gamerro incita generosamente a leer el Ulises entero y a picotazos, aventura que Borges suponía improbable y también despierta la felicidad de volver a leerlo.” En segundo lugar, Almada y Speranza optaron en el rubro por Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce (Mansalva). “Tanto por su valor documental y vindicativo de la figura de un escritor tan particular y revulsivo, durante muchos años guardado en el closet del escritor de culto, como por el proyecto ambicioso de una pequeña editorial como Mansalva, seguramente la mejor editorial independiente del momento por su catálogo y los riesgos que asume”, fundamenta Almada. “Apenas alcancé a mirarlo en diagonal (estará entre las lecturas del verano), pero ya merece estar aquí por la tenacidad de la investigación, la convicción y la desmesura. También por Lamborghini y la saludable resurrección del género biográfico en Argentina”, añade Speranza. Otra joyita es Historia de un secreto. Sobre la ‘Suite Lírica’ de Alban Berg, de Esteban Buch (Interzona). “Estudio musicológico, ensayo sobre la siempre impugnada posibilidad de acercar música y experiencia y relato con enigma sobre el tema composición y adulterio”, define Cohen a este ensayo. También cabe destacar Los libros de la guerra, de Fogwill (Mansalva), “una memoria del ensayista, polemista, provocador y militante solitario y lúcido de ‘lo nacional’”, evalúa Becerra. “El libro está lleno de profecías que, en su momento, fueron percibidas como gestos de excentricidad o romanticismo. Bueno: se cumplieron casi todas.”

Mil tazas de té, de Luis Chitarroni (La bestia equilátera), es el libro en el que se ve la creatividad y el alcance de un escritor que produce asociaciones “voraces” para hablar de Borges, Lamborghini, Aira, según analiza Coelho. Finalmente, Historia de los intelectuales en América latina. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo (Katz), proyecto dirigido por Carlos Altamirano y volumen editado por Jorge Myers, es según Martínez Daniell “otro desafío monumental, casi irrealizable, encarado con rigor y un loable espíritu ambicioso”; Risa y tragedia en los poetas gauchescos, de Leónidas Lamborghini (Emecé) –“Leónidas le agrega a la parodia la tragedia y su escritura ‘mima’ a Santos Vega y ‘mima’ a Los mellizos Flor como si la escritura misma de su libro fuese ‘melliza’ del poema, pero a la vez con una distancia producto de ‘sus observaciones poéticas’”, plantea Gusmán-; y Haroldo Conti, alias Mascaró, alias la vida (Centro Cultural de la Memoria), compilado por Eduardo Romano. “Es un libro fundamental para conocer el universo del escritor desaparecido y para reflexionar sobre las relaciones entre el acto de escribir y la participación política”, afirma Szpunberg.

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Fogwill, Leónidas Lamborghini, Hebe Uhart y Arnaldo Calveyra, cuatro autores en la mira de sus colegas.
 
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