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Viernes, 18 de junio de 2010

RESCATES

LO QUE SOLO LA MUERTE CURA

Katherine Mansfield
1888-1923

 Por Aurora Venturini

Nació en Nueva Zelanda y en 1909 se trasladó con su familia a Londres, lo que la hizo coterránea y contemporánea de Virginia Woolf, D.H. Lawrence y de Middleton Murray, con quien se casó en 1918. Luz de luna muy trágica surca su camino breve sin alumbrarle rumbo fijo, porque ella es como un barco desvelado a merced de un oleaje espantoso: un barco ebrio. Cuando escribe su libro Viaje imprudente, nos pone al tanto de su desventurado desfasaje junto a Francis Carco, en Francia, amorío que la alejó de Murray, desolándola hacia una enfermedad que ella denominó “mal de preguntas” que nadie le respondía. Acaso porque estaban en todos los corolarios, esa desesperación la abatió, debilitándola al punto de que contrajo la peste de su época: tuberculosis.

Tenemos la impresión de que esta escritora huía de una vida común compartida con su marido Jhon Middleton Murray, al que apoda cariñosamente Bogey, y va en pos de una casi inabordable existencia funcional, que busca la voluntad de la voluntad...

Katherine, luego de consultar a doctores en medicina y en psicología, resuelve internarse en el Priorato de Fontainebleu, en París, donde enseña un original sistema a fin de armonizar las funciones del siquismo humano, el mistagogo Gurdjiejw. Antes de resolverse, dubita e intenta que la acompañe D. H. Lawrence; Murray ya se ha negado a esa aventura. Lawrence, se burla. La escritora decide ir sola al Priorato. Se siente disminuida con sólo causar fatiga y lástima, tosiendo e interrogando a su afligido cónyuge con las preguntas: “¿Dónde está mi yo auténtico?... ¿Qué hay más allá del oleaje sin cesar renovado de mis humores?... ¿Dónde está la tierra firme en mí?...” Tal es su desesperación que acepta su tuberculosis como un daño necesario para sensibilizarse y le resta importancia a su deplorable estado de tísica insufrible. Supone que cuando alguien le ayude a solucionar el cuestionario de interrogaciones, se curará y tendrá vida plena. Un discípulo de Gurdjiejw, Ouspensky, la integra al círculo. Irá sola a esforzarse a unir los hilos dispersos de su casi ya evadida energía. Aunque no desea caer en un estadio absoluto de “no-amor”. La intemperancia de Murray, los va separando; él, a su vez, se pregunta: “¿Cómo es posible armonizar buscando lo absoluto?... acaso, sin participar de su idea, ¿debiera acompañarla?... Pienso que nada de eso es aceptable”.

Ella decide separase: “Yo toso, toso y él permanece silencioso, su cabeza inclinada entre las manos como si fuera imposible soportar tanto dolor”. Mientras pensará ocultando su rostro: “Esto es lo que ella me hace, cada sonido nuevo me crispa los nervios”.

En medio de tantos desafueros, Katherine resuelve conquistar su voluntad. Va a París para comunicase con Gurdjiejw. Viaja al Bosque de Fontainebleu donde abre sus puertas el Priorato de los “filósofos del Bosque”. El biógrafo de esta escritora, M. Roland Merlin, asegura que ella estaba desilusionada de los hombres y que esperaba que Gurdjiejw fuera distinto a todos; tal le habían comentado. Ya en París, Katherine se halla en una habitación del hotel de la plaza de la Sorbona, lista para abordar un tren que la llevará al Priorato. El tren abandona la estación de Fontainebleu, cruza un puente, sigue el camino de Valvins y se para en Gautier ante una gran verja donde la espera el hermano de Gurdjiejw, Dimitri. Ella penetra en un antañoso castillo, muy deteriorado, y se acuesta en un camastro de una pieza cuya ventana se abre a un bosque, a un parque abandonado. Es cuando escribirá su primera carta a su amado Bogey. Siente que todavía lo ama. “Querido Bogey, aquí es un viejo castillo rodeado de parques, que perteneció a los carmelitas.” Desde octubre a diciembre de 1922, las misivas llegan a Londres cada dos o tres días donde ella cuenta pasajes demasiado optimistas, hasta la última carta de diciembre, próxima a la Navidad, en que pide a su “amado Bogey” que visite el Priorato: “A ver si puedes venir el 8 o el 9 de enero y quedarte hasta el 31”. Murray saca en conclusión que su esposa lo necesita y decide ir a Fontainebleu. Este hombre comprueba, al ver a Katherine, acostada entre vacas y cerdos, en un camastro improvisado, que ella le ha inventado un panorama paralelo a la existencia que soporta en ese lugar inhóspito y delirante. Se entera de que su esposa ha debido seguir las reglas severísimas impuestas por Gurdjiejw: levantase a las siete de la mañana y bañarse con agua helada. Ella le cuenta: “Me lavo de a trechos y voy secándome con un toallón grueso y es una experiencia muy hermosa; danzamos con música de Hartmann, cada uno a su gusto y cuando cesa el piano debemos estatizarnos de inmediato y muchos que han quedado en un solo pie, caen al piso, limpiamos el establo y cuidamos los animales que a veces tenemos que matar para comer...” Murray comprende que ella planificó acortar su jornada de tísica. A fin de diciembre, trepando una escalerilla del establo donde dormía, y en presencia de Jhon Middleton Murray, muere la cuitada tras un vómito de sangre. Al poco tiempo, el viudo contrae segundas nupcias con una chica joven. Un periodista interroga a Gurdjiejw acerca de la personalidad de la escritora y él responde en inglés con acento turco: “Yo no conocerla”.

Para sentir la honda tristeza dolorosa de esta vida sería menester caminar con las plantas de los pies desollados sobre un campo de sal. Yo vi a Gurdjiejw una tarde, sentado en la terraza del Café de la Paix. Desde dos mesitas de distancia advertí fragorosa fluorescencia. Fue en 1947.

Volviendo a Katherine Mansfield, diremos que hay que leer de ella su Pensión en Alemania, Preludio, En el jardín y todos sus cuentos.

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