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Viernes, 6 de agosto de 2010

CINE

La guardiana obsesiva

Una joven preceptora que empieza a trabajar en el Nacional Buenos Aires en 1982, poco antes de la Guerra de Malvinas, lleva su celo disciplinario a morbosos y reveladores extremos. Gran labor de Julieta Zylberberg en el film de Diego Lerman La mirada invisible, inspirado en la novela Ciencias morales, firmada por Martín Kohan.

 Por Moira Soto

Llega de rojo furioso en la tarde glacial y cuesta reconocer en esta chica risueña y garbosa a la preceptora ensimismada del futuro estreno cinematográfico La mirada invisible. A los 27, sin mediatizarse y sin aparente ansiedad por hacer carrera, Julieta Zylberberg está pasando por un momento de óptima plenitud profesional: el año pasado y lo que va de éste, se ha movido con suma plasticidad entre el teatro, la televisión y el cine. Fue –y lo será hasta fines de septiembre– la adolescente fumona y aventurada de la exitosa obra Agosto, compuso en 2009 con gracia y creatividad a la entrañable villana de la tira Enséñame a vivir y, en un alto de las funciones teatrales, protagonizó el film La mirada, adaptación de la novela Ciencias morales de Martín Kohan, dirigido por Diego Lerman (Tan de repente, Mientras tanto). El impecable elenco se completa con nombres de alto prestigio en el teatro: Osmar Núñez, Gaby Ferrero, Marta Lubos. Muy elogiada en Cannes, la película convierte a ese colegio admirablemente reconstruido en distintas locaciones, en una suerte de mansión siniestra donde los alumnos deben comportarse como autómatas uniformados y donde se alude sutilmente a otras guerras (mediante citas teóricas en la clase de historia, a través de la Guerra del Paraguay pintada por Cándido López en la lección de plástica, o cuando se escuchan los versos cantados del Himno Nacional o de Aurora).

A los 8, Julieta ya estudiaba teatro con Hugo Midón, en cuya escuela conoció a Nora Moseinco, con quien siguió formándose a partir de los 11. Pronto llegó Magazine for Fai, una refrescante experiencia en la señal Cablín, con chicos y chicas tomándole desenfadadamente el pelo a típicos programas de TV, que duró unos años, hasta que pasaron a América, se impusieron las exigencias del rating “y además ya estábamos creciditos: yo tenía 16 cuando terminó ese programa”. Pero nadie le quitaría lo bailado y actuado, esa comprobación de que en la tele se pueden hacer cosas inteligentes y muy divertidas, nivelando para arriba. En los años siguientes, Zylberberg incursionó en algunas tiras en plan de comedia, sin soltar el teatro donde hizo obras tan recordables como Marea (2003), Lucro cesante (2004-2007), Madre de lobo entrerriano (2005-2006). En cine debutó con La niña santa (2003), luego participó en Géminis (2004) y en varias comedias, en papeles secundarios pero sin pasar inadvertida y ganándose algún premio (por la Niña) a los que se sumaron lo que obtuvo por Enséñame a vivir y Agosto. En 2008, Diego Lerman la convoca para el difícil y absorbente rol de María Teresa, la preceptora que entra a trabajar en el Colegio Nacional Buenos Aires en 1982, en las postrimerías de la dictadura militar.

“María Teresa me interesaba como un personaje medio extranjero, en un lugar al que no pertenece”, dice Diego Lerman, también director teatral (Nada del amor me produce envidia, actualmente en cartel). “Un personaje que entra de una manera y sale de otra, luego de todo un recorrido. Había que hacer el pasaje de la novela al cine, dejar de lado toda esa riquísima descripción de los pensamientos de María Teresa. Entonces, se volvió necesario trabajar con un rango bastante minimalista, muy chiquito, donde debían pasar cosas constantemente siguiendo los rumbos de esta chica a través de su mirada, casi sin diálogos. Desde el principio, pensé en Julieta, también en Osmar. Apenas tenía un tratamiento de algunas páginas, cuando me reuní con ella, quería verla en persona, saber qué opinaba, cuánto le interesaba el proyecto” Julieta se entusiasmó, así que la tuve muy presente al escribir el guión, lo mismo que a Osmar. Para ella era todo un desafío por su trayectoria muy reconocida de actriz de comedia. Acá tenía que despojarse de esos atributos para transitar un personaje muy interior, muy retraído. Siempre la aprecié como intérprete y tuve esa intuición cuando pensé en filmar Ciencias morales, la vi como posible protagonista: su elección no es producto de un casting. Creo que Julieta es una de esas actrices sin techo, en La mirada invisible su actuación es tan económica como contundente.

Algo que pudo parecer un maldito incordio, terminó redundado en beneficio de la película: después de hacer perder mucho tiempo con indefiniciones, la rectora del Buenos Aires negó el permiso para filmar en los claustros y entonces hubo que salir a conseguir locaciones: “Teníamos el proyecto totalmente armado, nos faltaba el colegio, otro personaje. Vi edificios fabulosos pero muy venidos a menos, intervenidos arquitectónicamente, escuelas del interior. Busqué en La Plata, Bahía Blanca, Rosario”. Tuvimos que filmar en tres colegios y en el Congreso, un laburazo que valió la pena, las reuniones eran un delirio de mapas que había hecho la directora de arte. A la escena de la violación la dejamos para el final, escena tremenda para todos, incluido el equipo técnico. La filmamos un día, salió perfecta de una y al rato nos llaman del laboratorio para decirnos que el material estaba mal. Habíamos hablado mucho porque yo prefería no ensayarla, era la escena más complicada, así que nos cayó una depresión. “Bueno, la rehicimos a la semana siguiente y quedé muy conforme.”

Julieta Zylberberg aceptó encantada la propuesta de Lerman en 2008, pero la demora por causa de la burocracia postergó un año el rodaje. En el ínterin, la actriz fue recibiendo nuevas versiones del guión, se juntó con Osmar Núñez, leyó atentamente la novela, pensó mucho en María Teresa: “Lo que me asustó de ese personaje fue precisamente lo que me entusiasmó. Un papel muy generoso para una actriz, con muchas zonas para explorar, gran diversidad de escenas. Me apasionó de entrada. Ya tenía a María Teresa en mi cabeza cuando me salieron primero la obra teatral y luego la tira. Me planteé si podía hacerme cargo de todo, aparecieron los problemas con el Nacional Buenos Aires, había que filmar en otros claustros, encastrando diferentes locaciones con las que se armó el colegio de la película. Finalmente pude hacer los tres proyectos, las cosas fueron saliendo bien, incluso lo de filmar en distintos colegios y que pareciera uno solo, un trabajo muy minucioso, de gran precisión”.

María Teresa es un personaje muy marcado por la soledad y la represión al que la cámara, de cerca o de lejos, no abandona nunca. Desde esa situación de bloqueo, te tocó trasmitir esa inquietante interioridad...

–Es un personaje muy contenido, retenido. Le cuesta comunicarse, está en busca de un modelo a seguir. Conversamos sobre María Teresa, ensayamos un montón. Diego tuvo una idea muy buena para trabajar el personaje: la veía como siguiendo dos líneas en paralelo, una más lógica, la otra más instintiva. Y una de esas líneas va dominando. Ya desde la novela se sigue constantemente el pensamiento de María Teresa en todos sus pasos, sus dudas, sus percepciones, su manera de justificar ese seguimiento que realiza para descubrir al chico que presuntamente fuma y que la lleva a descubrir el placer de espiar. Es un personaje que responde a un contexto de represión que se refleja en su sexualidad, en su afectividad. Ella va errando, confundiendo, muy desamparada.

¿Pero siempre tratando de hacer buena letra a cualquier precio, de ejercitar el control sin bajar la guardia de la mirada invisible?

–Creo que el enganche que tiene al principio con el jefe de preceptores pasa por encontrar un camino, alguien que la apruebe. Ella entra al colegio en estado de virginidad, de ingenuidad, incluso de todo lo que ha estado sucediendo afuera en los años terribles del Proceso. Y a través de Biasutto, del mismo sistema disciplinario que él maneja, ella se va enterando. En el jefe de preceptores encuentra un orden, un referente, una figura paternal en un momento de desorientación.

¿También la atrae el poder que él detenta y que hasta un punto delega en ella?

–Encuentra todo eso, sí. A su vez, él la mira, la escucha, la aprueba. A María Teresa le gusta gustarle al jefe, ser buena en algo, ser buena para él. Y sí, ella hace uso de ese poder, se mete en el sistema y trata de hacer méritos. Pero María Teresa no contaba con que a medida que fuera entrando en los baños de varones en busca de pistas, iba a descubrir placeres inesperados.

Por cierto, no vacila a la hora de hacer estrictamente cumplir las reglas. Algo de ella ha desconectado de la compasión.

–Es que se ha vuelto una pieza más del engranaje siniestro, cumple su papel de buchona a conciencia. No se cuestiona, obedece al poder, por algo ha sido elegida para ese puesto.

En la adaptación, desaparece la figura del hermano y queda esa familia de tres generaciones de mujeres, casi un matriarcado de esa abuela que da las órdenes.

–Del padre no se habla, la madre no puede opinar sobre nada, está deprimida, casi cumple el rol de hija en este grupo familiar. La abuela hace todas las labores: cose, teje, mantiene la casa. María Teresa duerme en el cuarto con ella pero no le hace confidencias.

El rol del jefe de preceptores lo hace uno de los más grandes actores locales.

–Osmar Núñez es increíble, fue muy genial trabajar con él. Actúa con un nivel de verdad que es imposible no conectar con él. Osmar se animó a hacer este personaje tremendo, tuvo esa valentía, supo encontrarle una vuelta. Creo que para poder hacer ciertos personajes, no hay que juzgarlos. Tampoco María Teresa es ningún ángel: está mandando literalmente al muere a un alumno al que le queda una amonestación, se enamora de ese monstruo. A estos personajes hay que dejarlos ser, si se abre juicio, resultan inasibles. Era necesario que yo viese en Biasutto su costado amable, protector. La faceta carismática del demonio para que fuera posible el acercamiento. María Teresa, por su parte, tiene esa doble cara: muy frágil y muy dura.

Además del gusto por espiar le surge esa veta fetichista por los olores: en la pista del perfume de ese cigarrillo fantasma, olfatea ropa interior, el frasco de Colbert.

–Es su vía de escape: está tan comprimida, reprimida, no tiene amigos, no dialoga con las personas de su familia. Está buscando de dónde agarrarse y encuentra esta manera de sentir placer en los baños de varones, en el lugar más bajo.

Antes del golpe militar se decía celador, celadora, en vez de preceptor, preceptora. Y celadora es una palabra que le cuadra a María Teresa, por lo de celar a los alumnos, cumplir con tanto celo sus funciones. Por otra parte, son los celos de Biasutto por ese juego de miradas tan bien filmado, los que desatan la violencia.

–María Teresa mira al alumno Marino y Biasutto sorprende esa mirada visible. Toda la relación de ella con el alumno está contada de esta manera. Hay un punto donde la preceptora se deja llevar, entra en una forma de ensoñación, alucina un poquito, el relato cambia de color. No investigué sobre esa etapa del Nacional Buenos Aires porque me pareció que tenía que entrar por otro lado, María Teresa lo hace desde la ignorancia o la negación. Acepta ese régimen militar instalado en el colegio, el silencio, la disciplina férrea. Las torturas y las muertes ya se llevaron a cabo, la película elige mostrar otros efectos de la dictadura.

¿Cómo fue la experiencia de ser parte del Festival de Cannes?

–Extraordinaria, cuatro días muy intensos, de no dormir casi. La mirada invisible es una coproducción con Francia, así que había que hacer prensa para ese país y también para otros lugares. La presentación en la Quincena de Realizadores fue maravillosa, una gran emoción, la gente la recibió muy bien. Yo sólo la había visto en un monitor chiquito, de modo que para mí fue un shock mirarla en la pantalla del cine. El festival es de por sí apabullante, un mundo aparte, mucho glamour, movimiento continuo. Un poco ridículo también: por la calle unos convertibles aparatosos, como una gran puesta en escena. Pero también hay espacios para el buen cine.

Tu buena estrella en el mundo del espectáculo, sostenida por tu rendimiento, es indiscutible.

–He sido muy afortunada, lo reconozco. Nunca planifiqué una carrera, las buenas oportunidades se fueron dando, pero sé perfectamente que esta es una profesión fluctuante. Así que voy paso a paso, tratando de mantener el eje. Ahora estoy expectante por el estreno de la película. Del año que viene, ni idea todavía.

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