Viernes, 9 de agosto de 2013 | Hoy
HOMENAJE
A los 88 años, falleció Virginia Johnson, parte fundamental de la emblemática dupla de investigación en sexualidad Masters & Johnson y la mujer que en los sesenta ayudó a entender el orgasmo femenino para beneficio de futuras generaciones.
Por Guadalupe Treibel
Hoy día es fácil para las Alessandra Rampolla del mundo desplegar sus vaginitas de goma, las Bambas del universo y apuntar picantes consejos sobre la sexualidad femenina, las relaciones de pareja, los aciertos a la hora del placer. Sin embargo, nada de esto sería posible de no ser por Virginia Johnson, mujer precursora que –junto con el ginecólogo y experto en fertilidad William Masters– consiguió convertir el sexo en tópico de café, desarticular los tabúes de la fisionomía y dar por tierra viejos prejuicios/perjuicios en una época donde la situación de dormitorio era de estricta reserva, los terapeutas especializados en sexualidad femenina eran hombres (solo hombres), las señoritas insatisfechas eran vistas como disfuncionales y la tevé norteamericana censuraba palabras tan radicales como “embarazo” (a tal punto el grado de pacatería...).
Pero primero lo primero: Masters y Johnson fueron una dupla de investigadores (más tarde, marido y mujer) que dedicaron buena porción de sus vidas a realizar experimentos sexuales a tremenda escala, registrando sólo en sus primeros 11 años de trabajo conjunto un aproximado de 10 mil orgasmos. Es que, a diferencia de sus antecesores, el dúo dinámico –que comenzó su laburo científico/voyeur en la década del ’50– no se limitó a reunir relatos: haciendo uso de monitores para la observación clínica del coito de laboratorio, cada suspirito, pulsación y temblequeo fue visto, revisado, explorado, sincronizado, motorizado, cronometrado. Al mejor estilo scifi, a su primer grupo de casi 700 voluntarios le conectaron múltiple cablerío para grabar pulsaciones o actividad cerebral durante la cópula o la masturbación e incluso llegaron a usar un pene artificial de plástico con pequeña cámara incorporada para capturar en vivo y en directo algo nunca antes visto: la vagina en movimiento en pleno acto. El pene motorizado, por cierto, se llamaba Ulises...
Vale aclarar que el puntapié inicial de la empresa fue del señor, WM, ambicioso médico de la Universidad de Washington, en Saint Louis, que pretendía documentar la forma en que el cuerpo reaccionaba durante el sexo con el objetivo último de crear serios y prácticos tratamientos que ayudasen a los problemas de cama. También andaba detrás del Nobel, eso también hay que decirlo. Con esa meta entre ceja y ceja, el hombre comenzó su proyecto a pequeña escala espiando a prostitutas y prostitutos que reclutaba con la ayuda de una brigada antivicio local (en serio) y con la bendición del arzobispado católico local (en serio bis). Entonces una conocida le hizo una recomendación que cambiaría el rumbo de su historia: conseguir una asistente mujer que le ayudase a incorporar el punto de vista femenino. Gracias a un anuncio que casi nadie se animó a responder, apareció la poco convencional VJ, que traía encima tres divorcios y dos niños, tocaba espléndidamente el piano, cantaba y había participado de una banda country durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque no tenía un título universitario, pronto se convirtió en media naranja imprescindible para la investigación y juntos analizaron detalladamente qué le ocurría al cuerpo humano desde la calentura hasta el orgasmo.
Para profundizar lo que fisgoneaban, WM y VJ les pusieron el cuerpo a las balas y ellos mismos comenzaron a poner en marcha prácticas científicoamatorias que los llevaron a un casorio privado en el ’71 y a un estrecho y exitoso vínculo laboral de 35 años, que incluyó múltiples publicaciones (como los bestsellers La respuesta sexual humana, de 1966, e Incompatibilidad sexual humana, de 1970) y una clínica (el Masters & Johnson Institute) que a menudo era visitada por famosillos que invertían el nutrido monto de 3 mil dólares para recibir terapia sexual y salir con datos clave para condimentar sus performances o para resolver inconvenientes del tipo: eyaculación precoz, impotencia, incapacidad para alcanzar el orgasmo, entre otros.
Tal como apunta The Telegraph, por sus tips y descubrimientos, Virginia y Bill fueron altamente festejados tanto por hedonistas (Hugh Hefner, entre ellos) como por feministas, que agradecían que alguien finalmente explicase que las mujeres sí disfrutaban la masturbación y podían tener múltiples orgasmos en cuestión de minutos, a diferencia de los hombres. Tampoco pasó inadvertido el hecho de que destruyesen el mito freudiano que desigualaba el orgasmo vaginal del –hasta entonces– desprestigiado orgasmo clitoriano, que enterrasen la leyenda de que el tamaño del pene sí importa, al igual que la extendida creencia de que la gente de avanzada edad era prácticamente casta cuando, en realidad, no sólo podía tener sexo normalmente sino con grata energía. Ojo, más allá de las merecidas loas y los gritos de... aliento, nobleza obliga a mencionar que Virginia y Bill también la chingaron, y con ganas...
Porque aun cuando en 1979 su libro Homosexualidad en perspectiva postulaba que el mejor sexo que ambos habían observado era entre parejas de gays y lesbianas (más “dedicados” a la hora de los bifes que los heteros) y descartaban la idea de que la homosexualidad fuera una enfermedad mental, la afirmación volaba por los aires al sugerirse que una porción de la torta analizada se había “convertido” por cierta incapacidad emocional y social. Acto seguido, aseguraban haber “revertido” a 67 gays y lesbianas gracias a una terapia de conversión especialmente diseñada. Para colmo de males, en 1988 la pareja redobló la apuesta (del mentirismo científico) con Crisis: Comportamiento heterosexual en la era del sida, libro donde anotaban que la enfermedad podía contagiarse por contacto casual con lentes de contacto, asientos de inodoro o, incluso, por ingerir una ensalada preparada por alguien infectado. El texto –irresponsable por demás– también se negaba a darle el visto bueno a la recomendación de las autoridades sanitarias de prevenir el sida mediante la práctica de sexo seguro.
A pesar de estos innegables e injustificables muertos en el placard, Virginia sí ayudó a pila de señoritas gracias a su título de “maestra del sexo” en tanto la profe amor logró un improbable: el de dedicarle páginas enteras a la vagina... y que los hombres las leyeran. “VJ fue la primera mujer que se adentró seriamente en la investigación científica en esta área. Rompió el silencio y trajo conocimiento sobre la sexualidad”, ofreció la autora y psicóloga Susie Quilliam en entrevista con BBC, destacando que eso la ha convertido en una de las mujeres más relevantes de la ciencia del siglo pasado. Y es que, aun cuando se divorció de Masters de forma amigable en los noventa, su espíritu de lucha y laburo continuó presente en su Virginia Johnson Masters Learning Center.
Ahora, con motivo de su recientísima muerte el pasado 24 de julio, los medios a lo largo y a lo ancho han vuelto a visitar su obra, dedicándole motes del tipo “la mujer que explicó cómo era el orgasmo femenino”. Mote que seguramente se sume a otros nuevos, renovados cuando, en septiembre, el canal Showtime lance Masters of sex, una suerte de ficción/biopic basada en la homónima biografía de Thomas Maier. Allí Michael Sheen será Bill y Lizzy Caplan, Virginia, aunque –en honor a los remanidos clichés– la señora no tiene reemplazo ni imitación. VJ era única en su estilo.
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