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Domingo, 15 de abril de 2007

LUIS FELIPE NOé

Lo que sé

 Por Luis Felipe Noé

Entiendo lo que es tener ganas de tocar una obra: a veces, uno quiere tocar porque tiene la sensación de que mirar no alcanza. Toca para ver si se puede descifrar algo más de lo que ve. Ahora que lo pienso, alguna vez, en algún museo me prohibieron tocar una obra mía. Lo que me hacer acordar de una anécdota muy linda: una vez Horacio Butler, mi maestro, estaba en un museo cuando vio a un viejo con una caja de pasteles retocando un cuadro de Bonnard. Butler busca a un ordenanza para avisarle que hay un tipo pintando sobre un cuadro colgado. Cuando lo encuentra, el ordenanza le dice: “No se preocupe. Es monsieur Bonnard, que tiene permiso del director del Museo”.

Soy geminiano, tengo Géminis por todos lados, soy como un colectivo lleno de gente. El problema es quién agarra el volante. Con los años, los del colectivo ya nos vamos conociendo. Mientras alguien lo agarre, no hay locura y el arte es una salvación.

Creo que los nombres caen sobre las cosas como el queso rallado sobre la comida: al azar. La realidad no tiene nombre. En la vida cotidiana, parece lógico que una mesa se llame mesa. La raíz del arte es rebautizar las cosas, para lo que el artista debe volver a ser el hombre primitivo que pone nombres. Es como acceder a las entrañas de la realidad. Ahí trabaja el arte: la poesía, la literatura, la pintura. El pintor se las rebusca con el espacio, la línea y el color.

Porque, ¿de qué hablamos cuando decimos “Los hombres de El Greco”? Pucha, estamos hablando de cómo El Greco representaba a los hombres. O de cómo Van Gogh representaba la noche. Van Gogh veía la noche como todos, pero si uno dice “Las noches de Van Gogh”, bueno, eso ya es otra cosa. En ese viaje o traslado entre la realidad y el campo artístico es donde reside la creación. Encima de la realidad, pero en diálogo permanente. Por eso, cuando el diálogo se corta, puede aparecer la locura.

Nunca supe cómo pinto. Soy asistemático. Empiezo por una mancha. O por la idea: por ejemplo, una tela que se ata al bastidor. Pero, básicamente, mi relación con la pintura es el amor que tienen los chicos que, cuando les regalan un autito, lo deshacen. Por eso digo que, al empezar un cuadro, me siento como dirigiendo una orquesta en la que yo soy todos los músicos. Pero en el fondo son todas maneras de decir: a qué vamos a jugar hoy. Ahí empiezo. Como los chicos.

En mi casa el antiperonismo era total. Y yo así lo asumía. Pero al mismo tiempo tenía una gran curiosidad por aquella gente que manifestaba por las calles con sus bombos. Por eso, para mí la música argentina no es el tango ni el folklore sino lo que se toca con bombo. Recuerdo una manifestación que hicieron cuando Perón rompió con la Iglesia. Llevaban muñecos representando curas ahorcados. ¡Otra que un happening! Por eso, cuando me preguntan cuál es el pintor que más influyó en mí digo: “Perón”.

Una de las grandes fascinaciones que me despierta la pintura es la capacidad de ofrecer el todo en un instante. La música o la literatura llevan un tiempo de asimilación igual al de su desarrollo. Pero el cuadro está ahí, entero, en el mismo instante. Es lo que ahora llaman infografía, algo que la pintura siempre ha sido, a su manera.

Me parece que lo que no se entiende es que el arte de la imagen es cada vez más difícil y a la vez más complejo porque no se refiere a un objeto, a una cosa, a un detalle, sino a la totalidad del mundo. Y eso es lo más difícil. Cuando hablamos del arte egipcio, el arte griego, el renacimiento o el romanticismo se nos presenta en una imagen. ¿Y cuál es la imagen de hoy? La imagen de hoy es el despelote. Pero el despelote puede constituirse en sí mismo en una imagen. Es una imagen de interrelación del mundo, es la imagen de una red que se nos escapa.

El miércoles pasado, Luis Felipe Noé fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Estas declaraciones fueron tomadas de diferentes entrevistas publicadas en Página/12.

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