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Domingo, 20 de enero de 2008

EL MUSEO DE LA CIUDAD: LA VIDA PRIVADA DE BUENOS AIRES

Los porteños

Dígame, ¿a qué hora empieza la charla? –grita una elegante y pequeña señora mayor, desde abajo de la larga escalera de mármol que conduce al interior del museo.

–Eeeh, no hay ninguna charla, señora –responde el hombre de seguridad, único representante del museo a la vista.

–Me invitaron a una charla hoy, me llamaron por teléfono.

–Ah, entonces seguro debe estar por empezar.

–¿Pero no hay nadie ahí arriba?

–No.

–Soy la nieta de Niní Marshall, señor.

–Ah, ah, ah, la charla es al lado. En la biblioteca.

Esta conversación sucede en el Museo de la Ciudad –y esto explica todo– que funciona en la que fue la casa de Niní Marshall durante su infancia y adolescencia. En realidad se trataba de una casa de rentas, la Casa de los Querubines, construida en 1894, donde vivió la familia de Niní. Hoy, como Museo de la Ciudad, es una suerte de exhibición de la vida cotidiana en Buenos Aires. Esta misma conversación sucedida de un

extremo al otro de la escalera podría ser una pieza más, un número vivo de cierta faceta de la idiosincrasia local. En una ciudad que se debate entre conservarse o modificarse, el museo de la misma decide no tomar partido y focaliza su mirada hacia adentro, hacia aquella intimidad de los porteños que la voz de Niní iluminó con sus personajes radiales.

Las salas permanentes son pocas pero están curadas con una notable delicadeza. Desde 2004 está establecida una muestra con iconos de la infancia porteña que comienza con el siglo XIX: todo tipo de juguetes, pianitos, rompecabezas, payasitos, aviones, caballos de madera, muñecos de felpa, Estancieros, Cerebros mágicos, fotos antiguas de niños en solemne posición con una pelota o un triciclo, títeres, soldaditos, autitos, muñecas de tela y porcelana de la segunda mitad del siglo XIX, cocinas y máquinas de coser en miniatura, jueguitos de té y hasta un Pluto de peluche. Objetos desde 1895 a 1925 y más acá también.

En las demás salas hay otros aspectos de la vida no “museable”. El sueño y la intimidad se recrean con un dormitorio estilo art nouveau, con un sofisticadísimo (y peligroso en verdad, a afines de que duerma ahí un niño pequeño) moisés, una cama matrimonial y finos objetos de tocador. En otro cuarto lo recreado es la vida oficial del dueño de casa, con un escritorio, con sus correspondientes muebles característicos –imponentes bibliotecas, cenicero, mesa, tintero, sillones de cuero– que van de 1910 a 1915.

El museo también arma las vidrieras que abarcan toda la esquina de Defensa y Moreno, con distintas propuestas. Por estos días se pueden ver fotografías de personajes pintorescos del siglo XX, tales como el guardia de tranvía, el manisero, el lustrabotas y así. En otras salas están las exposiciones temporales, temáticas, curadas con estilo de galería de arte. Hasta fines de enero estará una de Duendes y objetos de jardín. Los hay de todos los materiales –yeso, cerámica, vidrio– y formas posibles, y están desperdigados por varias salas. Adentrándose por ahí se tiene la sensación de descubrir una aldea muy parecida a la de los Pitufos, pero con características propias del Río de la Plata.

El Museo de la Ciudad está dedicado en su mayor parte a homenajear objetos infantiles. Juguetes, niños y duendes copan la parada, como un hilo invisible que une Buenos Aires puertas adentro.

Defensa 219, lunes a viernes de 13 a 18.

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