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Domingo, 20 de enero de 2008

EL MUSEO HISTóRICO DE CERA, DEL HOMBRE QUE RESTAURó EL CADáVER DE EVA PERóN

Caras extrañas

Cualquier centro turístico que se precie debe tener su museo de cera, y aunque en éste no estén ni Lady Di ni Yoda ni Gérard Depardieu, y aunque su fundador no haya pensado más que en fines educativos, hoy, en medio del Caminito por donde no se puede caminar, el Museo de Cera se entiende así y se convierte en una deforme ventana a nuestra historia.

Todas las piezas fueron realizadas por una sola persona, el destacado taxidermista y experto en ceroplástica Domingo Tellechea. En su extravagante currículum figura, entre otros hitos, haber restaurado el cadáver momificado más popular de la patria: el de Eva Perón (dato que extrañamente se omite en el folleto explicativo del lugar). Tellechea inauguró el museo en 1980, como su obra máxima, una obra total que se proponía narrar la historia argentina desde esta particular técnica.

El primer cuadro, apenas al subir por la escalera, lo forman dos cabezas de cera en dos vitrinas: un chimpancé y un Hombre de la Pampa. La supuesta descendencia entre ambas especies responde vagamente a una teoría del investigador Florentino Ameghino, aunque más bien da la sensación de estar ahí únicamente para impresionar. Esa tesitura se mantiene en todo el recorrido. Las escenas de cera del museo parecen secuencias de una película de terror clase B, pero que cuenta una historia archiconocida.

Los momentos elegidos están cargados de dramatismo: las dos fundaciones de Buenos Aires en manos de españoles enfermizos rodeados de indios de caras feroces, el malón en huida con el Cacique blandiendo una cabeza española en la punta de la lanza, la salvaje práctica de la doma, el duelo de los compadritos. Al gaucho se lo describe como “analfabeto dotado de inteligencia natural” y al candombe como la más originaria de nuestras danzas. Para completar la sugestión, entre los grotescos cuerpos de cera de las primeras salas, aparece una chiquita y solitaria momia real, no de cera, de un niño diaguita, encontrada en el noroeste de Salta.

El propósito de Tellechea era, además de ilustrar páginas de nuestra historia, darles un especial protagonismo a los personajes oriundos de La Boca y sus mitologías. Y parece hacerlo cuando, avanzando en el recorrido, se encuentran piezas como los muñecos de Juan de Dios Filiberto y Quinquela Martín, abrazados y sonrientes. Pero también allí las colecciones comienzan a diversificarse hacia rumbos inesperados. Entre los bustos de Juan Manuel de Rosas y Manuel Namuncurá, aparecen tres pies en distintos grados de descomposición, víboras cascabel, yararás, boas negras y el rostro del Hombre león de Africa, un “gigante negro que practica canibalismo”.

Una chapa informa antes de entrar que la casona donde su ubica el museo fue comité socialista en el 1900, integrado por el mismísimo Alfredo Palacios. Recorriendo sus habitaciones nada de ese espíritu permanece, aunque sí sucede algo fantasmagórico, pero de otro orden. Por la disposición de las vitrinas –a ambos lados de un pasillo largo– y la forma en que las iluminaron, las figuras que están enfrentadas se reflejan entre sí y las escenas se mezclan con bizarros resultados: el rostro de un bombero voluntario se infiltra en un cuadro de efervescencia indígena, las víboras yararás se trepan en los bustos de los padres de la patria. Como una foto velada donde se espera descubrir un mensaje milagroso, las mixturas del museo de cera muestran así lo más sorprendente y acaso su versión particular de nuestra historia.

Del Valle Iberlucea 1261, lunes a viernes de 10 a 18, sábados y domingos de 11 a 20.

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