Esta semana Trapero y Gusmán –que además de protagonista es productora ejecutiva de la película– viajan al Festival de Cannes, donde Carancho va a participar en la sección Un Certain Regard. La proyección internacional que tuvo cada película del director desde Mundo grúa, hace más de diez años, fue creciendo hasta garantizarle no sólo un espacio en varios festivales internacionales, sino la inversión de productores internacionales. En Leonera tuvo coproductores coreanos y brasileños. A Carancho se sumaron franceses y chilenos. Sin embargo, sus películas siguen siendo –en su retrato de esos entramados sociales que funcionan como fondo a sus ficciones– perfectamente argentinas. “Las llamadas coproducciones oficiales suelen tener imposiciones de cantidad de técnicos, de actores y demás, y esas imposiciones terminan afectando y modificando las historias que se cuentan”, argumenta Trapero. “Pero en una coproducción financiera como las nuestras, hay un riesgo privado: el productor pone la plata y después ves. Nosotros tratamos de rodearnos de gente que confíe en mi laburo.” “Por supuesto que siempre te piden algo –agrega Gusmán–. A veces, si fuera por los productores extranjeros, nuestras películas tendrían situaciones de las que el cine latinoamericano suele tener más a menudo, hay un lugar común de lo que se espera, pero les hicimos entender que no. Conseguimos que esas imposiciones no afecten las películas.” “Y cada vez se estrenan en más países –dice Trapero–. Eso es para mí un desafío cada vez más atractivo. El hecho de que yo sea mi propio productor determina que si la película es buena o mala va a ser culpa mía. Y no puedo echarle la culpa a nadie.”