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Miércoles, 10 de septiembre de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › "EL ORIGEN DEL TIEMPO", DE SONIA CONTARDI

Poemas de la memoria viviente

 Por Sonia Scarabelli

La editorial Serapis publicó recientemente, dentro de su colección Serie Contemporánea, El origen del tiempo, segundo libro de poemas de Sonia Contardi. En este libro, la palabra, sólidamente modelada en el canto, se afirma como posibilidad de iluminar, se diría, como por contacto, zonas de una memoria que enlaza la historia personal y la historia colectiva y, sin dejar de mirar en el dolor, se convierte en pilar de una acción viva, la de resistir en el presente para hacer lugar a la esperanza de un tiempo más justo por venir.

Contardi, quien obtuvo su Licenciatura en Letras en la Sorbona durante su exilio político, es profesora titular de la cátedra de Literatura Iberoamericana I de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y miembro del Consejo de Investigaciones de dicha universidad; en el 2007, se doctoró en la UBA. Ha publicado La lengua del destierro (1995) y Siete vidas (poesía, 1998); e integra la antología Las 40. Poetas santafesinas 1922﷓1981 (UNL, 2008), compilada por Concepción Bertone.

El origen del tiempo inicia con una dedicatoria en la que Contardi traza, en líneas breves y contundentes, las coordenadas de una poética propia, donde las palabras "brillan como ojos en el fondo del tiempo, quieren ser música en una profundidad de olvido y emergen del interior oscuro contra una fuerza ciega que oprime los recuerdos". Dos memorias de cuño fundacional, tanto como formas históricas del desarraigo, se dan cita a la vez en una distancia y una contigüidad significantes, en el espacio abierto por esta lengua poética que se quiere musical en su reminiscencia de ojos abiertos: la de los antepasados inmigrantes, "llegados a la pampa gringa para fundar un pedazo de su perdida patria suiza" y la de aquellos "compañeros desaparecidos, exiliados y caídos en la lucha por una patria para todos".

De ahí que el "origen" aquí mentado esté muy lejos de posicionarse en el lugar de la entelequia; no se trata del ideal intocable, sino de lo real tocado, de su proceso, de las maneras de su continua re﷓creación; algo que estos poemas encarnan en su constancia artesanal, en su hechura sobria y honda como los ritmos que despliegan, para situarse, de cuerpo entero, en ese límite donde poder cribar la luz que todavía brilla tenazmente en las regiones sombrías de nuestra historia. En este sentido, tanto el poema que abre el libro, "Agua", como el que lo cierra, "Apedrea la noche", ponen en escena una palabra que se despliega entre el conjuro convocante y la rebelión, modos propios a la sustancia de un origen que esta siempre rehaciéndose.

Y así, si la búsqueda de la raíces da lugar, por una parte ﷓como señala Makianich, con certera justeza en el Prólogo﷓, a "un intimismo melodioso [...]. Melancólica apelación de una memoria fiel a los amados, sobrevivencia de lo que desaparece", es cierto también que la voz en juego en estos poemas ﷓tal nos lo enfatiza igualmente Makianich﷓ no se cierra sobre la sola dirección de la elegía, sino que abre otros registros, de manera tal que "se abandona al canto y como copla invita a sumarse a otras voces en reclamo de una esperanza que cobre dimensión real".

Es hacia esa "dimensión real" hacia donde este libro ﷓apelando a la belleza de una lengua que entronca con la siempre potente y rica tradición de la poesía latinoamericana﷓ dirige fuertemente su apuesta y, aceptando transitar la memoria en lo que esta ofrece de reparo, pero también de intemperie, nos invita a reunirnos con él ﷓para retomar las palabras de Contardi﷓ ante la vislumbrada "claridad de una hoguera viviente", que también a nosotros, lectores, pueda guarecernos.

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