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Miércoles, 30 de enero de 2013

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. OSVALDO AGUIRRE Y EUGENIO PREVIGLIANO EN LA COLECCIóN NARANJA DE EMR

Cronistas de textos a cielo abierto

La tierra perdurable, de Previgliano, se interna en Oliveros y Oratorio Morante, de Aguirre, cuenta la historia de un caserío fundado en el siglo XVIII, a 23 kilómetros de Villa Constitución. Distintas en su forma, tienen alta calidad.

 Por Beatriz Vignoli

Si todavía cabe una distinción tan esquemática, no podría haber dos crónicas más diversas en su forma, más similares en su tema y parejas en (alta) calidad, que La tierra perdurable, de Eugenio Previgliano, y Oratorio Morante, de Osvaldo Aguirre. Ambos libros fueron publicados a fines de 2012 en la Colección Naranja de la Editorial Municipal de Rosario (ver recuadro). Los dos tratan de ciertas zonas rurales particulares de la pampa húmeda. Aguirre visita y cuenta la historia de un caserío fundado alrededor de un oratorio en el siglo XVIII, 23 kilómetros al oeste de Villa Constitución por la ruta 90, cerca del campo de la batalla de Pavón y de terrenos donde transcurrió su infancia; Previgliano se interna con sus expedicionarios en un conjunto de lotes residenciales de Oliveros, bordeando la ruta 11 y el río Carcarañá.

Los dos autores viven y escriben en Rosario, si bien con trayectorias muy distintas. Osvaldo Aguirre (Colón, Provincia de Buenos Aires, 1964) estudió Letras en la UNR, trabaja como periodista cultural y publicó veinte libros sumando los de poesía, cuento, novela y crónica. Eugenio Previgliano (Rosario, 1958) es músico aficionado y agrimensor profesional, colabora en la sección Contratapa de Rosario/12, ha publicado varios libros y llega al campo (en todo sentido) para ejercer la mesura sólo en el más literal de ellos, ya que su estilo es tan juguetonamente barroco como mesurado el de Aguirre; lo dieciochesco es tema en Aguirre y es forma en Previgliano.

Con una prosa novelesca de oraciones tan meandrosas y tan placenteras de recorrer como los paisajes que mide y describe, el agrimensor deja soplar la brisa de una ironía suave, anota digresiones ensayísticas al vuelo y hasta se da el lujo de parodiar los convencionales resúmenes de capítulos como los que emplea Cervantes en el Quijote, o Henry Fielding en Tom Jones: "[1]. Donde el agrimensor declara su desinterés por Buenos Aires, describe la fachada de la Facultad de Ingeniería, define la agrimensura, presenta al Ing. Papaleo, cita las opiniones de T. E. Lawrence sobre el pueblo árabe, alude sin nombrarlo al Rincón de Grondona y nombra, en cambio, dos veces a la capital de Francia". Como "avanzada de la civilización", Previgliano traza mapas literales, que con las fotos, dibujos y textos hacen del libro un cuaderno de notas del viajero. Además, su relato cartografía el territorio de la naturaleza "neutra al valor" y lo va llenando de conversaciones: lo amuebla con lo que trae de la ciudad.

El método de Aguirre es el opuesto. Se enfrenta al vacío polvoriento de un lugar donde no solo algunas casas están deshabitadas sino que hasta los cadáveres parecen haberse ausentado del cementerio (hay mucho polvo en los papeles que remueve, en los caminos que atraviesa en soledad). Ante ese panorama, indaga, entrevista, revisa documentos, reconstruye biografías, cita un texto escrito por su madre (también cronista) y hace el inventario de un museo absurdo: "Una máquina de escribir Remington número 16. canastos, fuentones, piedras tipo boleadoras. Un gato montés embalsamado, en el que llaman la atención los ojos desorbitados y al que le falta una oreja". Al fin se interroga sobre la eficacia de la memoria y sus dispositivos, tanto materiales como simbólicos; arrojado allí donde no habrá ni hubo nada, su búsqueda no apunta a poner lo que no hay, sino a palpar los límites de la posibilidad de rememorar. Donde Previgliano recuerda y discurre, Aguirre va tras el silencio y lo contempla, meditando en él como ejemplo de un destino de olvido. A la amena causerie de Previgliano se contrapone el estoico vanitas de Aguirre. "Sigo mirando los restos del puente, la otra orilla, mientras escucho sonar música dentro de mí", anota Previgliano. Y Aguirre: "Morir y Morante tienen la misma raíz. (...) El que mora. El que se detiene. El que se queda y permanece".

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En su crónica, Aguirre se enfrenta al vacío polvoriento de un lugar casi deshabitado.
 
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