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Lunes, 4 de septiembre de 2006

CULTURA / ESPECTáCULOS › MALOGRADO INTENTO ALREDEDOR DE LOS HOOLIGANS

Están locos por el fútbol

 Por Leandro Arteaga

HOOLIGANS, DIARIO DE UN BARRABRAVA 4 puntos (The Football Factory) Inglaterra, 2004 Dirección: Nick Love. Guión: Nick Love, a partir de la novela de John King. Música: Ivor Guest. Fotografía:Damian Bromley. Montaje:Stuart Gazzard. Intérpretes:Danny Dyer, Frank Harper, Tamer Hassan, Roland Manookian, Neil Maskell, Dudley Sutton. Duración: 91 minutos. Salas:Monumental, Del Siglo, Showcase, Village. La trampa del título local provoca pensar Hooligans, diario de un barrabrava como un documental o algo similar, que al menos indague -sociológicamente- en la pasión y la violencia del fútbol inglés. Nada de esto hay en el film. Lo que queda es la historia de un treintañero, del que no conocemos más vida que la que supone reunirse con sus amigos a patear las cabezas de los hinchas rivales. El fútbol estará presente, paradójicamente, desde la ausencia deportiva ﷓tal vez, el único hallazgo del film﷓. Los sorteos del torneo, entonces, sólo serán seguidos para saber cuál es el equipo rival con el que habrá de entablarse la golpiza. Tematizar la violencia es privilegio de directores notables, como Martin Scorsese o Spike Lee (y no Tarantino, quien se divierte más que sus personajes victimarios). En Hooligans los enfrentamientos son mentirosamente violentos. Lo que prima, por sobre ello, es la simpatía que encierra el grupo de amigos, con sus diferencias de liderazgo y sus estupideces internas. La violencia es mentirosa porque, al estar supeditada a una cierta comprensión lúdica de su submundo, se libera de sus asperezas. Nos quedan, luego, personajes "divertidos" que, además, se matan a trompadas. Piénsese, como contraejemplos, en films como El club de la pelea o en la también inglesa Trainspotting. La psicosis social o la juventud derrumbada no son, precisamente, intereses de Hooligans. De hecho, tampoco se los propone. Luego de ver Buenos muchachos de Scorsese, uno no podrá olvidar nunca el mal rato que Joe Pesci le hace pasar al novato de Ray Liotta. Delante del grupo, en la mesa del night club, la broma de Liotta es tomada de modo serio por Pesci. La tensión del momento es de maestría narrativa así como de síntesis temática. Sólo la risa de Pesci, que parece no llegar nunca, podrá aliviarla. En Hooligans se copia la misma situación, de modo burdo y explícito. Por medio de ella se intentará dar cuenta de un problema que el film no sabe siquiera definir. Así es que, luego de atravesar su situación más delicada, el protagonista volverá a hacer lo único que sabe: patear más cabezas. Y, por tanto, no pensar.

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La inglesa "Hooligans" fracasa en sus escasas intenciones. La cosa pasa por aplastar cabezas rivales, y nada más.
 
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