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Martes, 8 de diciembre de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › EL LEGADO ASTENGO COMPLETO POR PRIMERA VEZ EN EL MUSEO CASTAGNINO

Lujo, belleza y paranoia

La colección de Enrique Astengo (1913 a 1930) es la muestra histórica del año. Dos museos rosarinos, uno municipal y otro provincial, reunieron piezas preciadas de ambos patrimonios para reconstruir, hasta el 30 de marzo de 2016, una colección privada.

 Por Beatriz Vignoli

Parece que las obras expuestas en la planta baja del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Bulevar Oroño y Avenida Pellegrini) valen mucho. Económicamente. Lo sospecha la cronista al enfrentarse un domingo, entre otras pruebas heroicas, con una instalación de piso interactiva de artista contemporáneo anónimo presuntamente titulada "La alarma": Un dispositivo que emite un sonido espantoso cuando se intentan admirar de cerca los detalles del Sisley.

Dicen que en Europa se usa así. Estarán acostumbrados, piensa la cronista mientras aprende (cual animalito de laboratorio de psicología conductista) que no hay que pisar más allá de la raya gris. Intenta concentrarse en el cielo color vainilla del impresionista inglés, pero no hay caso: Un esmerado vigilante de camisa también color vainilla le explica que tiene que dejar el bolso en la mesa de entradas. ¿Será que cabe el Sisley en el bolso? No se le había ocurrido. Ahora se le ocurre. La contemplación estética desinteresada, como pedía Kant en su Crítica del juicio, resulta un tanto difícil de ejercer bajo sospecha. Sospecha doble, porque al primer vigilante se le suma enseguida su compañero de trabajo y ambos esperan conjuntamente algún movimiento en falso de la cronista, que ya empezó a tener miedo de mirar algo.

Malgré tout, hasta donde fue posible ver en las condiciones descritas y por más que ante la trágica actualidad internacional el título parezca un mal chiste, París en el horizonte: la colección de Enrique Astengo (1913 a 1930) es la muestra histórica del año. Dos museos rosarinos, uno municipal y otro provincial, reunieron piezas preciadas de ambos patrimonios para reconstruir, hasta el 30 de marzo de 2016, una colección privada, exhibiendo por primera vez en una sola muestra la colección completa original, que fue generosamente donada a ambas instituciones públicas por los hijos de Astengo (Héctor, Celia y María Antonia), varias décadas luego de su muerte en 1939.

"Estamos muy contentos con resultado de la exposición de la colección de Enrique Astengo", dice el historiador Pablo Montini, curador de la muestra por parte del Museo Histórico Provincial Julio Marc. "Hemos trabajado en equipo con María de la Paz López Carvajal como co﷓curadora (por parte del Museo Castagnino), Leandro Comba y Marcelo Villegas en el diseño de montaje y Georgina Ricci en el diseño gráfico, además del enorme trabajo que realizaron junto al Iicramc (Instituto de Investigación, Conservación y Restauración de Arte Moderno y Contemporáneo) los equipos de conservación y montaje del Museo Castagnino y el Histórico", que trabajaron en colaboración. "Éxito de público en la inauguración y en los días sucesivos", relata.

Hay que destacar como un logro la perspectiva de los textos curatoriales, que a partir de un concepto central en la sociología del arte (el de "distinción"), apunta cual certera flecha de Cupido rococó al corazoncito burgués de un público amplio: la clase media rosarina.

Los textos de sala, basados en una seria investigación, nos cuentan quién era Enrique Astengo y por qué tenía esas cosas suntuosas en su lujosa casa, el petit hôtel en calle Córdoba 1860 construido para él por el ingeniero italiano Gaetano Rezzara. Se deduce que allí cabían cómodamente los dos coleccionistas (él y su esposa, Antonia Sainte Marie), sus hijos, sirvientes, muebles franceses, piezas de platería inglesa, porcelanas chinas y una colección de más de 40 pinturas: escuela francesa (Alfred Sisley, Constant Troyon, Jules Dupré, Eugene Boudin, Charles Daubigny, Narcisse Virgile Díaz de la Peña, Ignace Henri Fantin Latour y una perlita por Camille Pisarro); old masters de los nobles italianos, y nacionales como Salvador Zaino.

Una foto que Guillermo Turín tomó en la inauguración, el viernes 30 de octubre, retrata a un corrillo de mujeres alrededor de un gran jarrón de porcelana policroma con marca de la prestigiosa manufactura sajona de Meissen. Integra el inventario del Museo Marc. Fue comprado en 1913 en el Palazzo Strozzi de Florencia. Perteneció al rey de Prusia, Federico el Grande, quien lo encargó como regalo de bodas para una princesa napolitana. "Presenta cuatro reservas con escenas galantes al aire libre enmarcadas por motivos moldeados aplicados de flores, frutas, insectos y pájaros. En la tapa, una figura femenina sedente sostiene con su mano izquierda el cuerno de la abundancia".

Eludiendo a los marcadores del equipo vainilla, la cronista logró (algo muy raro en Sudamérica) la experiencia de presenciarlo. Desde entonces, la palabra "barroco" ha cobrado su justa dimensión. La escala es desmesurada: con 81 centímetros de altura, es un magno capricho cortesano, un alarde de virtuosismo del ceramista, un vasto recipiente diseñado y horneado solo para que se posen en él unos pájaros naturalistas en tamaño natural que parecen haber bajado del cielo a picotear la porcelana, como aquellos que se abalanzaban confundidos sobre las uvas de cierto pintor clásico. Vale la pena arriesgarse a llevarse como último souvenir de este mundo la imagen de esta rareza (que no cabría en el bolso; mejor aclarar, por las dudas).

Otras impactantes joyas del legado Astengo en el Marc son el biombo de Coromandel, de 5 metros y medio de alto, decorado con flores estilizadas, y un tapiz de 1916 de la Real Fábrica de Tapices de España, que interpreta una famosa "españolada" por Francisco de Goya.

El relato acerca de cómo se reunió semejante colección da cuenta de las estrategias de este rico pionero del coleccionismo local para garantizar que compraba autenticidad, y su influyente desarrollo de un buen gusto propio de su época en el contexto del arte decorativo, las bellas artes y la arquitectura en Rosario a comienzos del siglo XX.

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El jarrón fue comprado en 1913 en Italia y perteneció al rey de Prusia, Federico el Grande.
 
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