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Jueves, 24 de marzo de 2016

CULTURA / ESPECTáCULOS › MULTITUDINARIA PRESENCIA DE ROSARINOS ANOCHE EN EL MONUMENTO

La vigilia y el pañuelo hecho bandera

Una gran bandera desplegada sobre el cierre del concierto que dieron músicos rosarinos sintetizó las siglas esenciales de Memoria, Verdad y Justicia. Miles de personas se descubrieron abrazadas por las Madres y su emblema.

 Por Edgardo Pérez Castillo

Las Madres y Abuelas marcaron un camino. Sus pañuelos, emblema entrañable, movilizaron a una sociedad que durante décadas se encolumnó tras su lucha, reconociéndolas por encima de toda bandería política. A lo largo de la historia reciente, Madres y Abuelas lograron enlazar al pueblo argentino (o, al menos, a buena parte) y, a 40 años del Golpe, la vigilia realizada anoche en un Monumento a la Bandera colmado logró sintetizar ese concepto: entre los Pasos encontrados en Plaza 25 de Mayo, la instalación sobre la fachada del Museo Estevez y los pañuelos intervenidos con nombres de los desaparacidos trazando recorridos recorrido sobre el agua entre las esculturas de Lola Mora (a espaldas de la Catedral), hasta la gran bandera desplegada sobre el cierre del concierto con el símbolo primario y las siglas esenciales de Memoria, Verdad y Justicia (en consonancia con el "Himno de mi corazón"), miles de personas se descubrieron abrazadas por las Madres y su emblema.

La noche que abrió con la puesta en pantalla de un concepto: "Rosario, ciudad con memoria", a la que sucedió el anuncio de estreno del documental La arquitectura del crimen. El patio cívico comenzaba a recibir a los cientos que se acercaron para construir su propia historia: entremezclados en las escalinatas estaban allí los que llegaron con la expectativa de reencontrarse con la banda de sonido de un tiempo oscuro y pasado, mientras los jóvenes hijos de la democracia se enfrentaban a la posibilidad de contextualizar aquellas viejas canciones.

Ante ese marco previsiblemente multitudinario, los primeros aplausos sólidos llegaron con las imágenes del inicio por los juicios a los genocidas, prestando el clima para que Lito Vitale hiciera su aparición como maestro de ceremonias al frente de una banda amplia y sólida.

Con su figura como eje comenzaba a desandarse una propuesta que, de antemano, se preveía acertada: el concierto tendría como protagonistas a artistas esenciales del movimiento musical rosarino en tiempos de dictadura. Porque si bien el título de Trova todavía funciona para aglutinar a una buena porción de los participantes (Adrián Abonizio, Juan Carlos Baglietto, Jorge Fandermole y Rubén Goldín), el acierto se intuía por el entendimiento el tardío rótulo de trovadores o hacía justicia con ese grupo de compositores e intérpretes. Músicos que, vaya paradoja, encontraron en la propia dictadura el pie para la masividad: la Guerra de Malvinas y las consecuentes normativas anti sajonas resultaron un fuerte espaldarazo para la reiteración radial de Tiempos difíciles, el disco que Baglietto registró en 1981.

Pensado de ese modo, la convocatoria se presumía exitosa a partir de la comprensión de que esos autores crecieron y se desarrollaron en una Rosario marcada por la represión y la censura: Abonizio, Baglietto y sus ex compañeros en Irreal pueden dar fe de ello; Goldín podría hacer lo propio con los resquemores que su grupo El Banquete despertaba por el simple hecho de estar vinculado con la Asociación de Músicos Independientes. Artistas, todos, que formaban parte de una escena que no se caracterizó precisamente por la homogeneidad (herencia que todavía resulta distintiva de la música local), y en la que también tenía presencia otra de las invitadas especiales de la noche: la entrerriana Liliana Herrero, que en plena dictadura guió a un joven Fito Páez no sólo en el terreno del folklore, sino también de la política.

Como representantes de una generación heredera de aquella, Sandra Corizzo y Fabián Gallardo también formaron parte de una propuesta que, sin embargo, vio diluido su acierto primario al proponer un repertorio que sin dudas funcionó como retrato de época, pero que esquivó la auténtica valía de lo aquí producido. Y no es éste un enfoque chauvinista.

Porque aún cuando su apellido es también sinónimo de lucha (sus padres fueron algunos de los que se negaron a participar del Festival de la Solidaridad Latinoamericana organizado en plena Guerra a modo de "respaldo" a los jóvenes soldados), su repertorio funcionaría con igual eficacia en geografías diversas. Y, por cierto, con intérpretes diversos.

"Inconsciente colectivo" y "Hombres de hierro" en voz de Abonizio (que, atento al clima y contexto, lanzó: "Hoy hubo medidas de seguridad. Creo que deberían ser para nosotros", para luego alentar el apoyo a La Toma); "El ángel de la bicicleta" por Gallardo; "Los dinosaurios" y "Alicia en el país" por Corizzo; "Maribel, se durmió" por Goldín, "Yo vengo a ofrecer mi corazón", y "Como la cigarra" por Herrero; "Junio" (de y por Fandermole, que cantó además "Aquellos soldaditos de plomo"); "Historia de Mate Cocido" y "Por qué cantamos" en voz de Baglietto anticiparon el cierre con "La memoria", de Gieco, con todos los artistas en escena. Luego llegaría el "Himno de mi corazón", el enorme pañuelo hecho bandera y el "Himno Nacional".

Un recorrido musicales que, más allá de las apreciaciones y los tecnicismos musicales, no debe correr el eje central del encuentro: en esa retrospectiva emotiva, en esa banda de sonora de tiempos oscuros, volvieron a tejerse los lazos de la memoria. Una memoria que debe evitar el estancamiento, revitalizándose a cada momento. Fundamentalmente, cuando los cambiantes tiempos de adulación colonialista colocan en segundo plano a la verdadera lucha, cotidiana e inagotable. Aquella lucha que tiene a Madres y Abuelas como guías.

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Abonizio, Baglietto, Liliana Herrero, Fandermole y Goldín.
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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