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Domingo, 24 de diciembre de 2006

CULTURA / ESPECTáCULOS › ESTEBAN VOLKOV "SIEVA", RECUERDA A SU ABUELO LEON TROTSKY

"Sus ideas y su acción eran una"

Unico sobreviviente de una familia marcada por la violencia política, Sieva habló con Rosario/12 sobre la enorme figura de su abuelo.

 Por Fernanda González Cortiñas

"Natacha, te amo. Hay que alejar a Sieva de todo esto...". Fueron sus últimas palabras. Después de eso, León Trotsky cayó muerto a los pies de su mujer, asesinado arteramente por un sicario de Stalin. Desde hacía tiempo, el líder revolucionario esperaba un final semejante. Tiempo atrás, un grupo comando liderado por el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros también había ingresado a su casa e intentado acabar con su vida. De esos dos escalofriantes episodios fue testigo el pequeño Sieva, nieto de León Trotsky y único sobreviviente de una historia familiar marcada por el sino de la violencia política.

Hoy, Sieva (Esteban Volkov según sus documentos mexicanos, la tierra que lo recibió a fines de la década del 30 y que desde entonces no ha abandonado) ya ha cumplido 80 años, y en la evocación de su abuelo ("el abuelo", dirá él con un quebrado tono de intimidad) se entremezclan de manera emocionante recuerdos familiares y postales históricas.

Llegado a estas costas junto a "Trotsky y México. Dos revoluciones del Siglo XX", film del director argen﷓mex Adolfo García Videla, Esteban Volkov dialogó con Rosario/12 sobre algunos aspectos de su relación con el creador del Ejército Rojo, que por ajustarse a los rigores de la Historia, el documental no revela.

-¿Qué recuerdo tiene de su abuelo?

-El abuelo era un hombre dinámico, lleno de vida. Era un ser muy optimista, que amaba la vida, muy afectuoso y muy apasionado. Por eso lo recuerdo absolutamente consustanciado con la causa por la que luchó hasta el final. No recuerdo ni un solo momento de titubeo. Lo que más admiro de él es que en Trotsky, las ideas y la acción eran una sola cosa.

-Usted vivió con él en varias etapas, los recuerdos variarán...

-Sí, hasta los cinco estuve con él en Moscú, pero de eso casi no tengo memoria, era muy chico. En cambio en Prinkipo, donde llegamos con mi madre, sí me acuerdo de algunas cosas, claro que no de tipo político. Recuerdo el mar, bellísimo, transparente. Algunas conversaciones con él sobre las cosas que puede hablar un abuelo y un nieto de cinco años. Pero sobre todo, lo recuerdo escribiendo, todo el tiempo escribiendo. En la tercera ocasión que nos encontramos, fue ya en México. De esa etapa tengo plena conciencia. Recuerdo el ingreso de la GPU, de Siqueiros, el acoso del stalinismo, su coraje para enfrentarlos.

-¿Le hablaba mucho de política?

-No, al contrario. Más bien tengo la idea de que él quería alejarme de todo eso. El le aconsejaba siempre a los camaradas que lo cuidaban, que no hablaran delante mío de política. Creo que algo de ese esfuerzo sirvió porque de hecho yo no me he metido en política, a pesar de la cantidad de ofertas que me han hecho desde entonces. Sí, en cambio, sé que soy un testigo histórico y que mi testimonio sirve para reestablecer la verdad histórica. Yo presencié la calumnia, la falsificación de documentos, de testimonios, la corrupción de la prensa, el imperio de la mentira sobre el que se fundó el stalinismo...

-Por su tono, pareciera que esa verdad le pesara terriblemente...

-No, para nada... Al contrario, es una satisfacción poder cumplir con algo que desde chico he sentido como un deber moral...

-Sin duda usted ha sido un testigo, pero no se podría decir que privilegiado. Perdió a toda su familia a manos del stalinismo...

-No me puedo quejar. Es verdad que perdí de manera trágica a la mayor parte de mi familia. Pero en cambio tuve la oportunidad de formar otra en México. Pude estudiar, me casé, tuve cuatro hijas, todas brillantes y excelentes personas. Tengo dos hijas médicas, una que es economista y otra que es escritora, poeta. Ya le digo, no me puedo quejar. La vida me ha compensado.

-¿Nunca pensó en volver a Rusia?

-Jamás. En tiempos de Gorbachov tuve que viajar unos días a Moscú para conocer a una media hermana, que estaba muy enferma. Pero ese ya no era mi país. La atmósfera de Rusia, la prepotencia de ese aparato gubernamental implacable, ese imperio autoritario y despótico que había pisoteado al pueblo todavía se podía sentir en las calles.

-Imagino entonces lo que le pasará por la mente cuando ve noticias como la del asesinato de Litvinenko...

-Mire, después de lo que yo he vivido en ese país, por él, nada me extraña. Todo es posible en Rusia. Un régimen como el stalinista no se termina cuando tiran abajo el monumento del dictador. Sus funcionarios aún viven. Muchos se cambiaron de uniforme, algunos hasta se convirtieron en capitalistas, pero los gérmenes del autoritarismo y hambre desmedido por el poder sin dudan aún están ahí...

-De su madre, ¿tiene algún recuerdo?

-(Silencio)... No, algo muy vago... La recuerdo muy desesperada, muy enferma. Primero le niegan el retorno a Rusia, luego le quitan la nacionalidad, y encima todo eso coincide con el ascenso del nazismo en Europa, algo que a ella la tenía muy preocupada. El abuelo ya le había advertido sobre Hitler y ella era muy inteligente como para vislumbrar lo que vendría. En esa situación ella toma esa decisión, la de terminar con su vida. No la juzgo.

-Y de esa hermana que murió en Moscú, ¿cuál era su relación con ella?

-Ninguna. Cuando a mi madre la deportan, la dejan llevarse a un solo hijo, el otro debe quedar como rehén del gobierno. A mí me tocó en suerte ser el elegido, la otra pobre se tuvo que quedar.

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Sieva ha cumplido los 80 años y reside -desde 1930- en México, país que jamás abandonó. "Nunca quise volver a Rusia. Tuve que viajar en tiempos de Gorbachov, pero ese ya no era mí país".
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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