rosario

Sábado, 14 de agosto de 2010

CONTRATAPA

Uno también una (tres)

 Por Miriam Cairo

A Tresols, en algunos tramos, y a otros en otros.


Uno recibe el tazón de verduras y la porción de pescado cocido. Al primer bocado siente los ojos blancos del pez revolviéndose entre los dientes. También ve la boca abierta de pez de los que están en la mesa y uno advierte que comen con demasiada indiferencia. Mastican algo que los alimenta pero no les causa ningún placer. Entonces, uno se da cuenta de que ese alimento imprescindible, pero taciturno, que se sirve en cada plato es uno mismo y uno termina por vomitarlo todo.

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El tema del dos en uno, a una le resulta algo venido de una aritmética de la reducción. Dos se sacrifican en uno amorfo, en uno Bécquer, en uno sacramental apostólico romano. Dos que son uno en matrimonio patrimonio, uno muerto. Y una, que no está libre del esperpento, una que ha seguido el camino de la flecha hasta la disolución o la amorfia, aporta con la mirada un siniestro fulgor, porque, cierto día, una que se había olvidado de todo, una que no tenía retroceso, retrocedió y le dijo adiós al circo romano.

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Sin dudas, tomarse el pulso es un pretexto para no dar rienda suelta a la fantasía. Pero uno, que se anula a fuerza de precipitarse cada hora en el mismo edificio, no tiene miedo del suplicio porque ha conocido el ángel de la devoración. Y aunque uno no puede comer carne humana, es más valiente que todos los caníbales y más rico que todos los usureros. Uno es más apto para dar rienda suelta a la horrorosa imaginación, para pensar en las grandes posibilidades de sobrevivirnos que tiene el matrimonio entre el esclavo y la daga.

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A medida que pasan los años, una engorda y eso es necesario para que los otros puedan comer más. Para que nadie se quede con hambre. Una, que ha dado de beber su leche bajo la mirada vigilante del esposo, sabe que al hombre le gusta comer hombre. Pero una elige comer princesas. Y las come a escondidas. Se las ingenia para ocultarlo. No se atreve a comer directamente. Es para morirse de risa. Se come los huesos de un lirio que está prohibido comer.

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Sin embargo, esa valentía de uno, hace que a los otros les apetezca más, uno como alimento. Y uno nota una total falta de saciedad cuando lo comen y se atragantan. Ese importante descubrimiento, aunque inesperado, a uno lo hace blanquísimo como un protector de hongos. Y uno no puede hacer más que tenderse donde nadie lo ve y dejar que le pase aquello horrible, porque aunque sea espantoso no es raro.

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Una daba por supuesto que cualquier mujer que diera de comer podía ser comida. Y que cada una trae la capacidad de ser devorada sin un lamento. Está claro que una puede tener la mente dormida de tanto dejarse comer por hombre. Y en la más completa oscuridad una cree que nunca llegará la noche. Una que es rosada como la luna, de pronto se vuelve gris como las rosas.

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A veces, basta con ver el rostro en un alfiler, para que uno se crea presente e invisible. Y cuando uno no se deja comer, los otros mueren de hambre, porque ellos sólo comen carne muerta, carne que se deja comer. No pueden alimentarse de uno si uno no se deja, si uno tiene vivas las entrañas. Y uno aprende desde chico que el hambre es el peor flagelo del mundo, porque a uno le enseñaron a pensar hombres y mujeres que desde el principio de los tiempos se alimentaron de hombre.

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Por haberse acostumbrado con el tiempo, una cree que dejarse comer no es algo malo. Le parece natural que al hombre que una debe amar tenga al mismo tiempo que alimentarlo. Y una se da de comer hasta con los zapatos puestos, con las orquillas en el pelo. Y al hombre se le clavan las orquillas en la garganta pero nos sigue comiendo. Y para que pueda tragarnos mejor una se da de beber como un vino negro, sin conseguir con ello algo bueno a cambio.

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