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Sábado, 15 de marzo de 2014

CONTRATAPA

El amor está al llegar

 Por Miriam Cairo

La vimos llegar con el vestido color lavanda y el cabello sostenido por una diadema con incrustaciones de strass. Entró anunciándose como aquella artista de circo que pasó su vida enseñándole acrobacias al mono hasta que éste murió a manos del novio celoso.

El, a pesar de su memoria prodigiosa que le permite componer y descomponer textos que ha leído una sola vez, no la recordaba así, sino como nunca la había visto: con una flor en la pelo por única vestimenta. Pero ella no era una mujer de fantasía, ni tampoco enteramente somática, ni una completa entelequia, ni por asomo una estrella federal. A esta conclusión llegamos luego de una ardua discusión que nos llevó a admitir que cada uno de nosotros éramos o temíamos ser una completa entelequia, o seres de fantasía, o una estrella federal psicosomática. Prontamente asumimos que siempre se acusa al otro de lo que uno es, o teme ser, o será en los próximos segundos.

Bien. Lo cierto fue que la mujer no nos pidió permiso para existir y entró de lleno por el verbo entrar que siempre se instala en la puerta de ingreso, y luego de dar tres, cuatro, cinco pasos, llegó a la mesa del memorioso, e hizo ese clásico movimiento femenino de pasar la mano por debajo de la cadera, acompañando el movimiento del vestido antes de sentarse frente al hombre que, a su vez, hizo el clásico movimiento que insinúa un ponerse de pie, como huella de antiguas galanterías.

Hay cosas que nadie cree pero que todo el mundo repite como si fueran ciertas: el amor está al llegar, el amor está al llegar, el amor está al llegar, el amor está al llegar (los cuatro estuvimos de acuerdo).

Ella tenía de él un recuerdo enmadejado, risas entre montones de hilos embrollados, verbos conjugados en pasado que habían nacido en tiempo presente y que en el medio, entre una y otra conjugación, tocaron el futuro. Esto, otra vez, nos llevó a discusiones bizantinas sobre el tiempo y su estereotipo lineal. Basta que uno de nosotros cambie una desinencia en un verbo para que el tiempo vaya hacia adelante o hacia atrás. Por eso, a los cuatro, nos enamoran tanto las desinencias del presente: por su durabilidad, por su infinita finitud, por la posibilidad de actualizar constantemente lo que existe, lo que no ha existido, lo que quizás exista, lo que jamás existirá.

Sin embargo, hay noches en las que nos exigimos salir de nuestra zona de confort (porque también nos enamoran los desafíos) y caemos en el lugar común de los relatos, que han sido confinados al uso del pasado como tiempo decimonónico de la narración. Erudiciones más, rebeliones menos, seguimos observando a esos dos, nacidos para nuestro deleite.

En un momento, nos dimos cuenta de que comenzaron a charlar como si lo que se dijeran pudiera salvarlos: a él de la felicidad, a ella del misterio. O bien, a él de la comodidad y a ella de la confusión.

Pero fue precisamente en ese momento que decidimos llamarnos a silencio con intención de escucharlos. Sin embargo, el bullicio del bar mezclado con nuestra memoria de funámbulos nos lo impedía. De todos modos nos dimos un instante para agradecer la dificultad, porque con sólo mirarlos podíamos oír la música del encuentro, los acordes de la afinidad, los semitonos de las coincidencias.

Eramos cuatro diapasones en sentido literal, buscando el tono nítido para el estribillo del relato: "El amor está al llegar", "El amor está al llegar", "El amor está al llegar".

(Fue aquí cuando levantamos las copas y brindamos por nuestra osadía: sabemos de memoria que en cualquier momento nos caerá sobre la cabeza todo el peso de la retórica y nos mandarán a hacer trabajos forzados en las cárceles de los géneros).

Rebeliones más, transgresiones menos, a pesar de que ni una sola palabra de lo que la mujer y el hombre decían llegaba a nuestros oídos, sus gestos confirmaban cada letra de lo que íbamos escribiendo.

Las sílabas se unían hasta hacer palabras.

Las palabras se unían hasta la frase.

La frase llegaba al punto como los amantes al orgasmo.

Y el relato de la noche no tuvo fin.

Y el fin del relato no pudo con la noche.

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