rosario

Jueves, 29 de octubre de 2015

CONTRATAPA

Memorias de un anarcotrasnochado

 Por Rubén Naranjo *

Yo tuve una infancia feliz y un hogar donde indudablemente hubo un concepto muy amplio de lo que era la educación. Al lado de mi casa había un terreno baldío muy grande que fue local de una panadería. Fue demolida y solo quedó el horno al fondo del terreno. Todas las tardes, cuando los barrenderos del barrio con sus carritos terminaban sus tareas, iban a ese terreno y en el horno hacían mate cocido. Me acuerdo perfectamente bien, en aquellas latas de dulce de batata redondas, grandes. Ellos tomaban el mate usando como tazas los envases de los duraznos enlatados. Yo me sumaba a ellos. Tomaba mi merienda con ellos compartiendo galletas marinas, que entonces existían.

Años después, hablando con mi madre, le pregunté cómo ella había aceptado que yo fuese a tomar mi merienda con los basureros. Me dijo que esa pregunta se la hizo mucha gente, en aquella época, cuando yo tenía siete u ocho años, y que ella entonces decía: son gente de trabajo, por lo tanto no le van a hacer daño al chico. A mí me quedó grabado este hecho, la relación con los basureros ﷓cuyos nombres no puedo recordar﷓ y si, digo, que un poco el clima, lo que fue esa vinculación directa con la gente tan humilde, la reencontré en un salto en la vida cuando llegué a la Biblioteca Vigil, donde el barrio, Tablada, había posibilitado la existencia de esta biblioteca.

Barrio muy particular, barrio peronista; una biblioteca donde todos eran peronistas. Llegué para hacer un trabajo por un tiempo determinado pero se prolongó más allá de lo previsto. Finalmente lo terminé; son los murales del frente y el patio. Fui como pintor para hacer los murales. Me invitaron a quedarme a trabajar en el barrio, en la biblioteca, y quedé hasta la intervención militar, hasta el '77. Yo no era peronista.

He hecho referencia muchas veces a mis posturas y he dicho siempre, y sostenido que soy un anarcotrasnochado. Lo he dicho siempre. Nunca tuve partido. Soy un tipo de izquierda pero no milité en partido alguno. En la Vigil, donde eran, insisto, todos peronistas, me dieron cabida para que hiciese todo lo que pudiera hacer y nunca tuve una experiencia humana más importante en mi vida. En Biblioteca Vigil, no tenía afinidad política pero aprendí tanto.

En aquellos años era docente de la universidad, daba clase en Arquitectura y decía: en la Facultad enseño, en la Vigil aprendo; y lo digo aún ahora con profundo respeto, tanto por mis alumnos de la Facultad de Arquitectura como por mis compañeros de la Biblioteca Vigil.

Aquellas vivencias de la Vigil dieron otro salto. Después de veinte años, otra vez, por una situación eventual, me conecto con la Asociación CHICOS y ahí me encuentro con otra realidad, que no era el "pueblo de la Vigil" sino chicos que provienen de historias trágicas, que nada tienen que ver con espacios organizados para la educación, pero sí de tragedias enmarcadas en malos tratos y violaciones de todo tipo. El diálogo me abrió otro horizonte. Nada de lo que sabía como educador, por mi paso por la facultad y la escuela, nada me sirvió; solo me sirve estar con ellos, para mantener el diálogo, porque las realidades son otras. Los chicos son parte de un pueblo maltratado, humillado, ofendido, violado.

Y esto me obligó a pensar en mí mismo, ver momentos de mi vida y no contar todas las situaciones, pero encontrar una línea para mí mismo. Me acuerdo, la redondeé en el tiempo, aquel periplo que empezó con los basureros, siguió con la Vigil y está y estará con los chicos.

Esa es una historia que quería contarles; una historia bella que habla del pueblo, de pueblos con los cuales tengo una relación de enseñanza y de aprendizaje, básicamente de aprendizaje por lo que enseña la gente.

***

Por los años 44, yo tenía 14 años, se produjo la liberación de París. Hace pocos días hemos leído en los diarios que había festejos en todo el mundo al cumplirse 50 años de aquel acontecimiento. En mi casa se había vivido la Segunda Guerra Mundial con mucha intensidad porque la familia de mi madre es de origen francés; mamá había nacido en Rosario pero fue educada en Francia y mi abuela, madame Adela, vivió en casa hasta que falleció a los 101 años. Por supuesto, la Segunda Guerra Mundial, la invasión nazi al continente, fue vivida trágicamente en mi familia y por ello fue festejada alborozadamente la liberación de París. Fuimos viviendo las etapas: Normandia primero, finalmente los aliados tocaban territorio europeo, el avance y finalmente Leclerc entró en París. Pero no solamente en mi casa se festejaba, lo hacía el mundo entero, también Rosario. Y esa noche, mi abuela que tenía 80 años, se escapó de casa, se fue a festejar a la calle; salimos todos a buscarla. Convencidos y participando del festejo pero también buscando a la abuela. Yo recuerdo esa noche, la tengo grabada. La gente feliz, la gente que cantaba, la gente que movía banderas de colores, de Francia, de Inglaterra, de la Unión Soviética, de Estados Unidos; los aliados habían vencido y todo era alegría. Y el festejo de esa noche en Rosario fue interrumpido bruscamente. A una cierta hora cargó la guardia de caballería sobre la gente, que saltaba, se abrazaba y cantaba. Cuando llegaron los escuadrones cargó contra la gente y todo terminó en una corrida, la calle quedó vacía. No entendí qué había pasado, por qué castigaban a la gente que estaba festejando la liberación de París.

No recuerdo qué explicación me dieron en mi casa, supongo que me habrán explicado. Yo tenía 14 años. El mundo de los chicos de 14 años era un mundo de barriletes y de pelotas de trapo y rodillas sucias. No es el mundo de hoy, para nada. Era candoroso y por ese candor de entonces no podía entender a los caballos largados contra la gente y a los integrantes de la guardia de caballería, sable en mano, pegando a diestra y siniestra. Entonces no entendí por qué pasó eso; años después lo entendí. Años después, sí, entendí que la gente salió a festejar la derrota del nazismo, la máxima aberración del capitalismo. La gente salió a festejar esa derrota y fue castigada en su festejo. Eso pasó.

Conocí la represión esa noche, era muy chico. Podía no entender muchas cosas pero si entendí lo que vi, la represión. La represión que no tiene tiempo, que es una fuerza destructiva por propia naturaleza; esa represión que está permanentemente en la sociedad. Años después, estudiando, entendí que el nazismo había implantado una forma siniestra de comportamiento, que tuvo una estructura política y militar, y socios que lo posibilitaron.

Me sorprendí años después cuando leí un texto de Olga Cossettini escrito en 1947, cuando todo el mundo festejaba la terminación de la guerra, año 45, rendición de Alemania y de Japón, dos meses después. Olga Cossettini, nuestra maestra, pronunció un discurso comparando la pedagogía del nazismo con la pedagogía de Janusz Korczak. Dice Olga: "El nazismo fue vencido militarmente pero está enlarvado en la sociedad y como enlarvado en la sociedad permanecerá". El sentido de tal afirmación lo entendí después, no cuando corrí aquella noche, de mis 14 años.

Lo que no pude prever, es que casi 60 años después iba a presenciar la misma represión en Rosario, en diciembre de 2001. Hubo en el medio lo que hemos vivido: la tragedia de la dictadura militar.

Aquella represión que conocí en el año 44, con mis 14 años, ya viejo como estoy, la vuelvo a recibir en el 2001 en Rosario, cuando la policía de Santa Fe asesina a militantes del campo popular, a gente que había salido a la calle a pedir alimentos. Me digo, cómo funciona la represión en las sociedades: castigó a quienes cantábamos por la liberación de París y castiga a quienes abren la boca para pedir pan. La represión es la misma, indudablemente. Esa fuerza brutal que destruye, que destroza...

***

He vuelto a la plaza con Las Madres. Hace, calculo, 20 años que las acompaño en sus marchas de los jueves. Con renovado fervor porque yo sé que estando en la plaza con Las Madres estoy en un espacio de dignidad absoluta, donde ninguna impostura es posible, donde todo lo que se dice es verdad, donde nadie especula con nada porque el dolor une a todos.

He vuelto a la Plaza San Martín. Para acompañar a los maestros en sus reclamos, los reclamos de siempre, lamentablemente. Allí he comprobado hasta qué punto los maestros sostienen sus actos, sus discursos. Tampoco esto es habitual. Esto también es una forma de enfrentar a la impostura. Estuve con ellos poco tiempo porque no podía permanecer mucho, pero lo suficiente para sentir que podía, todavía, recibir lo que recibía estando con ellos. Digo también que esta plaza de maestros resulta esencial en mi vida. He estado siempre. En la plaza me encuentro con los amigos que hoy son docentes y también con huellas, con huellas de otros tiempos. Y digo con absoluta certeza, que no es ajeno a mi estar en la plaza, saber que también están docentes que, tal vez ustedes puedan no conocer. Son de maestros que partieron ya: Rubén Rodríguez, Teresa Martí, Mario López Dabát. Los tres maestros que hicieron en forma sucesiva el plan educativo de la Biblioteca Vigil. Tres maestros con distintos aportes pero que construyeron, dieron la estructura educativa a la Vigil. Los encontraba entonces en marchas. Los vuelvo a encontrar.

Y si hablo de plazas, obviamente, la veo a Rosa Ziperovich. Rosita, para todos, en su lucha de siempre en defensa de la educación pública, con la fuerza que puso en sus realizaciones. Le decía: "Siempre abrigando esperanzas. Siempre abriendo caminos". Caminos en los cuales transitar es sentir la dignidad humana.

* Fragmentos del discurso en el Concejo Municipal el 30 de setiembre de 2004, al ser designado "Ciudadano Ilustre de Rosario". El 26 de noviembre a las 19.30 se presenta el libro "Territorio de Resistencia" de Rubén Naranjo en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. Editado por Río Ancho reúne artículos periodísticos (la mayoría publicados en Rosario/12), cartas, disertaciones y conferencias nacionales e internacionales de un hombre que se destacó por su trayectoria, compromiso y su trabajo constante en el campo social y popular.

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