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Jueves, 16 de febrero de 2012

PSICOLOGíA › SOBRE LA INMORTALIDAD Y EL INCONSCIENTE

Consecuencias de una ilusión

 Por Jorge Ballario *

En el ser humano anida una ilusión de inmortalidad: muchas de las acciones significativas de su vida se vinculan de manera secreta o abierta con dicha esperanza de trascendencia. Según Freud: "La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores (...) En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad" (1).

También en el mismo artículo nos dice: "El fundamento racional del heroísmo reposa en el juicio de que la vida propia no puede ser tan valiosa como ciertos bienes abstractos y generales. Pero, a mi entender, lo que más frecuentemente sucede es que el heroísmo instintivo e impulsivo prescinde de tal motivación y menosprecia el peligro diciéndose sencillamente: 'No puede pasarme nada'. La angustia de muerte, que nos domina más a menudo de lo que pensamos, es en cambio algo secundario, y la mayoría de las veces proviene de una conciencia de culpa."

No obstante, asumiendo un mínimo sentido de realidad y racionalidad, cada individuo sabe que va a morir, pero casi nunca renuncia del todo a la sensación de que de alguna manera se perpetuará. Y para este fin juegan un papel muy importante todos sus atributos y posesiones físicas o simbólicas trascendentes; es decir, capaces de perpetuar su recuerdo luego del fin de su vida.

El hombre es ante todo un ser viviente que habla; por este motivo habita y se proyecta en la dimensión alegórica que el lenguaje le permite. Esencialmente por la misma razón el ser humano es trascendente. No obstante hay que tener en cuenta que la trascendencia simbólica humana, más allá del aspecto ilusorio que la misma conlleva, sólo es posible por la transmisión perpetua del recuerdo a través de las sucesivas generaciones. Desde siempre el hombre procuró perpetuar el recuerdo de personas y obras memorables, o de los hechos extraordinarios que le sucedieron. Para esa misión apeló a toda clase de objetos o rituales evocativos, como ser: estatuas, pirámides, mausoleos, monumentos históricos, actos conmemorativos, etc.

El hombre es ante todo un ser viviente que habla; por este motivo habita y se proyecta en la dimensión alegórica que el lenguaje le permite.

(1) S.Freud. O.C. Amorrortu. B.A. 1987. Volumen 14. "De guerra y muerte".

* Psicólogo. Fragmento escogido de www.jorgeballario.com.ar

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