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Viernes, 4 de marzo de 2011

SEGúN TULIO CARELLA

King Kong

En contraposición a la ausencia de un gran corpus de literatura erótica en Argentina, los diarios de Tulio Carella en Brasil brindan algunas de las más bellas páginas de erotismo homosexual, sobre todo a partir de su encuentro con un joven de 22 años, conocido con el nombre de King Kong, debido a su porte hercúleo y las grandiosas dimensiones de sus genitales. En las páginas que describen su desfloración a manos de King Kong, quizá por el peligro a ser descubierto o por sentirse avergonzado, habla en tercera persona, y se llama a sí mismo con el seudónimo de Lucio Ginarte:

“Con una libertad que deja a Lucio pasmado, (King Kong) se desabotona la camisa y se la saca. Hace lo mismo con su ropa interior. Está completamente desnudo y se exhibe con orgullo: sabe que es difícil encontrar un cuerpo más perfecto que el suyo. Y como Lucio parece indeciso, lo atrae hacia sí y lo ayuda a sacarse la ropa. Lucio ve su propio cuerpo y el de King Kong en el espejo de la pensión. (...) Comparan sus miembros, que tienen casi el mismo tamaño. Pero King Kong no entiende de preliminares prolongadas: quiere trepar sin más espera. Lo gira para colocarlo de espaldas a él y sin perder tiempo apoya su glande en la carne indefensa. Lucio, que se había distraído un instante contemplando los cuerpos en el espejo, se rebela: nunca podrá aguantar ese tamaño. Intenta apartarse, pero las manos de King Kong lo impiden, en tanto continúa empujando en vano para forzar la entrada muy estrecha. Lucio se tuerce de dolor y consigue zafarse, pero es nuevamente atraído por la fuerza incontable de esa masa de músculos. Una nueva tentativa fracasa y Lucio sufre y se niega, pero no puede controlar a ese macho excitado que lo inmoviliza con una mano y con la otra acomoda su pene. Lucio siente una especie de pavor y de atracción al mismo tiempo. ¿Es posible que ese cilindro de carne dura penetre su cuerpo? Algo del deseo desmedido de King Kong se le transmite. King Kong es ahora un monstruo obcecado, poseído por un furor erótico exaltado, implacable: pierde el control de sus reacciones. Está ciego, mudo; mudo con excepción de ciertos ruidos guturales y la respiración entrecortada que indica su inquebrantable propósito. Para él solo cuenta la sensación del tacto y busca el contacto de las mucosas que le proporcionan la calma que perdió. Es preciso que entre en ese cuerpo pálido, ajeno a su tierra, para comunicarse con los dioses blancos que lo habitan, a la vez que tendrá que rasgarlo hasta hacerlo sangrar. Escupe más saliva, abre sus nalgas y las apunta con su miembro erecto. Las posibilidades de conseguir su propósito parecen remotas. Lucio da un grito y huye. King Kong ruge, vuelve a apoderarse de su víctima, coloca bien su verga, empujando, empujando y entonces percibe que la carne está comenzando a ceder. Se dilata levemente debido a la continua presión, permitiendo la esperanza de completar el acto. Respira profundamente y empuja con una violencia terrible; Lucio ahoga un grito al sentirse invadido. Los dedos del violador se clavan en sus costados y le producen un dolor que de ninguna manera lo distraen del otro: se equilibran, se complementan, se anulan. El violentísimo deseo de King Kong lo contagia completamente. Olvida su pudor, las precauciones de prudencia y las restricciones morales. Se siente compelido a entregarse, ansía sentir y disfrutar de ese instrumento gigantesco. Se relaja y ayuda al macho que, con movimientos que duelen y no duelen, va penetrando en sus entrañas. El glande primero y después, progresivamente, el resto, todo va desapareciendo en el dilatado esfínter anal. Un último empujón completa la obra; King Kong es dueño de su cuerpo, lo somete; siente que toca el fondo y que triunfa. Sus garras se tornan de seda, en vez de clavar sus dedos acaricia su pelo, los costados, el vientre, y apoya su rostro en uno de los hombros de Lucio para saborear con más claridad los gemidos del paciente. Lucio sufre, pero ese sufrimiento, quién sabe por qué intercambio en el orden establecido para cada sensación, es también un deleite. El violador comienza a moverse, al principio con lentitud, después con mayor fuerza y velocidad hasta alcanzar un ritmo igual, regular, inquisitivo. En el espejo se reproducen los cuerpos acoplados, que se mueven en cadencia, en un largo salir y entrar, a la manera de un émbolo, del enorme miembro viril que lo despedaza pero que lo hace experimentar sensaciones jamás sentidas. El silencio se acentúa (la respiración anhelante de los dos participa de ese silencio), se transforma en algo jubiloso que aumenta, crece, hasta parecer un canto. Lucio pone las manos hacia atrás a fin de acariciar ese cuerpo maravilloso, sentirlo más y mejor. En ese momento, King Kong emite un dulce gemido y llega al orgasmo, inmovilizándose. Lucio, que ya no puede soportar más, se masturba y comparte su placer con el otro. Un leve cansancio invade los pulmones. Las manos pierden su condición posesiva y acariciante, resbalan, fatigadas, agradecidas. Un feliz relajamiento se apodera de los dos, que permanecen quietos algunos instantes antes de separarse. King Kong retira su miembro que pierde su dureza pero no su cumplido y Lucio suspira con alivio y nostalgia. Se lavan, se visten. (...) Una sonrisa agradable ilumina el rostro de King Kong, que se sentó y esta de vuelta empuñando el lápiz. Le pregunta si está contento. Lucio responde, omitiendo la mitad de la verdad: –Dolió mucho. El otro escribe, con una expresión orgullosa: “Dolió pero gustó”. (Tulio Carella, citado en João Trevisan, Devassos no paraíso. A homosexualidade no Brasil, da colonia a atualidade)

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