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Viernes, 11 de julio de 2014

La ruta del calor

 Por Matías Máximo

En la entrada hay que sacarse todo, pagar un Evita y calzarse la toalla y las ojotas. Al principio se mira, se te tantea, se puede jugar al distraído. En los pasillos todo parece una gran casualidad, un “¡disculpame que te la toqué!”, “¡te apoyé sin darme cuenta!”. Al rato las caras ya son familiares y se va a lo directo. La lengua casi no se usa para hablar. La mayoría van solos y se internan. No se ven mujeres y en la parte más oscura siempre está la orgía. Ahí, el que deja la puerta abierta es porque invita a que se sumen los que pasen.

Entra uno que se masturba, llega otro que se la chupa y llega otro que se la pone. Después es como un juego primitivo de sensaciones: tan básico como la carne que roza la carne y la estimula. En ese ida y vuelta hay un código de respeto que no se rompe, porque si uno no tiene ganas de hacer algo, ya llegará otro que sí.

Los fantasmas de la persecución policial no están porque no hay delito: no existe un catálogo de masajes ilegales. Si el sexo no se paga, no hay explotación. Y en los saunas no hay plata de por medio.

“Una vez que ponés la mano en la llama, no podés volver atrás”, dice la erótica Madonna en su etapa más erótica. Para muchos sauneros, el único problema es la compulsión: lo adictiva que puede ser la manzana de los placeres.

Living para gente grande

Pocos minutos atrás se masturbaron entre sí, casi mirando a otro lado, y no eyacularon. Dos hombres que pasaron los 50 toman un café en el primer piso de una construcción antigua de la Recoleta y miran el canal de las noticias. Hace tres horas que van del sauna húmedo al seco de Unikus y eyacular otra vez sería una deshidratación. Por hoy, mejor no hacerlo más. Hasta que el recuerdo de haber tenido placer hasta quedar sedados traiga una erección. Entonces sí acabar de nuevo.

Unikus es chico y básico: saunas y duchas. Está poblado por hombres mayores que buscan la oportunidad de sexo ocasional, si pinta. Y si no, el cafecito: señores recoletos que parecen salidos de la discreción de una tetera de porcelana.

El mezcladito

Bajo una ducha de A Full, un chico de 27 cuenta a Soy qué hace ahí un jueves a las tres de la mañana: “Me gustan las mujeres, pero disfruto que me penetren tipos sin vueltas. No voy a boliches gay porque me aburre todo eso. No me gustan los besos ni chuparla, me gusta tenerla adentro”. El chico tiene novia, la dejó hace un rato en su casa. “¿No te gustaría que te penetrara ella con un dildo?” No le gustaría, lo excita tener un placer sólo para él: lo calienta que una barba raspe mientras le meten la lengua en la oreja. “¿Y a tu novia la dejás que te juegue con los dedos?” Tampoco.

Las dimensiones de A Full son las de un baño griego: dos pisos con incrustaciones art nouveau, saunas, camillas para masajes, duchas y lugares bien oscuros con películas porno. También hay mesa de pool y un living donde la madrugada de los fines de semana, cuando hay mucha carne joven, algunos se internan y duermen siestas después del sexo. Un truco para llevar preservativo encima es ponerlo entre la toalla y la piel. Hace unos meses, los que iban de traje por la tarde no pagaban la entrada.

Lujo asiático

En Almagro, la barra de tragos de Homo Sapiens es pretenciosa y lo consigue: todo el lugar está pensado para el lujo. A una cuadra de Amérika más que un Spa HS es una experiencia sexual. Hay un microcine, cuartos privados, dark room y camillas con calor. Lo consumen sobre todo mayores de 40.

Es común quedar como en trance: calor, sexo, calor, sexo. Saber cuándo es suficiente no es una decisión fácil, a menos que haya que volver a las obligaciones. “Hago una guardia en la clínica que está a dos cuadras y los jueves tengo un espacio de tres horas libres a la tarde. Esos días me pego una vuelta. Estos lugares a la tarde no son lo mismo que a la noche: encontrás tipos que parecen deportistas del sexo, que lo hacen como una necesidad básica”, dijo a Soy un hombre de 43 años, todo depilado.

Madison Square

A dos cuadras de HS está el club Madison, un complejo que tiene el plus de la pileta climatizada. Madison abrió hace poco y una estrategia en redes sociales lo puso rápido como opción. En la página de Facebook, algunos combinan horario para cruzarse y a veces la cuestión es temática: los domingos en boxer tienen su convocatoria. También hay días en que la productora de porno local M2M filma con los que quieran participar. Hay material joven.

Roce, erección, piel. La camilla está pegajosa, el jabón líquido funciona como lubricante. Hay gemidos y golpes contra las paredes. El pijón parece un tótem, un faro en la oscuridad con seguidores que se arrodillan. El tatuado en medio del vapor. El oso acostado en la camilla. Es como un limbo.

Nostalgia Trash

Nagasaki está a la vuelta del Abasto y los jueves propone su noche de osos. Algunos sauneros lo critican: se consigue sexo, pero el lugar está deteriorado y muchos que van una vez, no vuelven: 40, 50, 60 años y bastante extranjero. La onda descascarada lo hace más tetera que sauna. En el sector oscuro se acumula la acción y todo se chupa con todo.

Con pantalla

Spa es la interjección de Salus Per Aquam: salud a través del agua. Frente al Parque Centenario está el Energy Spa, que fue el pionero de los saunas gays bajo el nombre de Baño Salud. Hay muchos relatos sobre lo que pasaba de forma encubierta. The Swan, un anónimo de la web, colgó su relato: “Había dos flacos que atendían y antes de cerrar el local, por unos pocos mangos te enfiestaban. La cosa iba lenta, primero tenías que animarte a decirles que les querías chupar la pija”. Hoy, el Energy Spa es muy tranquilo, con público de edad media. Hay jacuzzi y piscina cubierta, el lema es “Salud, Relax y Placer”. Todo muy prolijo.

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Imagen: Sebastián Freire
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