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El ex independiente Soderbergh vuelve por el prestigio perdido
“Todo al descubierto”, la última película del responsable de “Sexo, mentiras y video” y “Traffic”, aparece directamente en video y permite comprobar que el director todavía se interesa por ganar consenso crítico, además de muchos dólares.
Por Horacio Bernades
Hubo una vez una película llamada Sexo, mentiras y video. Corría el año 1989. Filmada por un joven de 26 años con presupuesto mínimo y actores desconocidos, su estilo narrativo y la abundancia de diálogos parecían deberle más a la nouvelle vague que al canon hollywoodense. Además, el hecho de incorporar el formato video, por ese entonces muy nuevo, la rodeó de un aura de modernidad. La película fue saludada como paradigma de renovación para el cine estadounidense, recibió premios en Cannes y estableció uno de los patrones de lo que de allí en más se conocería como “cine independiente”. Además de todo ello, le fue asombrosamente bien en boleterías, redituando varias veces el valor de su costo y advirtiendo al establishment cinematográfico que “cine de arte” y “negocio” podían formar un matrimonio bien avenido.
Durante unos años, su realizador, Steven Soderbergh, navegó a media agua entre el cine “de arte” y el industrial. En 1997, una película de género protagonizada por actores de renombre volvió a ponerlo en el candelero, reubicando su carrera como realizador de prestigio dentro de la industria. Esa película era Un romance peligroso, y de allí en más Soderbergh se convirtió en un cineasta menos personal, pero mucho más exitoso. Erin Brockovich, la sobrevalorada Traffic y La gran estafa dieron testimonio de ese viraje, llevándose una buena cantidad de Oscar las dos primeras y rindiendo millonadas las tres. En ese punto, es posible que Soderbergh haya sentido nostalgias de sus comienzos, de tal modo que –consciente del alto handicap con que cuenta en todos los estratos de la industria– el año pasado decidió encarar una película de las consideradas “de autor”, dejando entre paréntesis el posible rédito comercial.
Con producción de la poderosa compañía Miramax (que, como el propio Soderbergh, alguna vez fue sinónimo de cine independiente, hasta que dejó de serlo) y el aval representado por un par de superestrellas amigas (nada menos que Julia Roberts y Brad Pitt), esa película resultó Full Frontal, que quiere decir “desnudo total”. Se estrenó en Estados Unidos hace casi un año y ahora en la Argentina la edita Gativideo, con el título Todo al descubierto. Como ocurriera con Sexo, mentiras y video, el título llama a engaño, ya que no hay por aquí desnudos a la vista sino en tal caso una posible metáfora sobre algún juego de la verdad que tampoco es tal.
Basada en una obra teatral y posterior guión escritos por el hasta ahora desconocido Coleman Hough, Todo al descubierto es un film coral que cuenta con un vasto elenco. Junto a Roberts y el apenas episódico Pitt aparecen, entre otros, David Duchovny, la gran Catherine Keener (la despiadada morocha de ¿Quieres ser John Malkovich?), David Hyde Pierce (uno de los protagonistas de la serie “Frasier”) y hasta Terence Stamp, casi invisible en fugaz cameo. Todo al descubierto reúne tres de los lugares comunes más frecuentes de lo que hoy en día se considera “cine de arte”: 1) es una de esas películas en las que una multitud de personajes se liga, en algún momento de la trama, de modo azaroso; 2) está filmada, en su mayor parte, en video digital, y 3) juega con distintas capas de ficción, incluyendo el rodaje de una película y fragmentos de ella.
Como también se estila en esta clase de películas multitudinarias, todos los personajes se sienten más o menos frustrados y se enfrentan al vacío de sus vidas. Llena de bromas internas que parecen destinadas a la propia comunidad hollywoodense, Julia Roberts hace más o menos de sí misma, Keener es una ejecutiva algo sádica, Hyde Pierce es su aburrido marido guionista y Duchovny, un productor de cine. Hasta aparece un doble de Harvey Weinstein, el “odiado” mandamás de Miramax. Filmada por Soderbergh y su elenco en base a un estricto decálogo que es como una versión disminuida del famoso Dogma danés, la película rehúye picos dramáticos e incluye una buena cantidad de deliberados tiempos muertos, agudizados por unos diálogos en buena medida improvisados e inconclusos, en los que con frecuencia resulta difícil sonsacar de qué se está hablando.
Pero eso de lo que se habla nunca suena demasiado interesante. Como tampoco lo es la película, que más que hablar del vacío parecería dar infinitas vueltas alrededor de él. Cuando el mes próximo llegue al video la remake de Solaris, que es lo más nuevo de Soderbergh, habrá ocasión de volver a poner en perspectiva una obra que en vez de un enigma tal vez remede más un espejismo.