EL PAíS › LA DUREZA DEL FMI CON LA ARGENTINA DA FRUTOS

It’s Lula, Stupid

Al gobierno del senador Duhalde le llevó seis meses entender que ni al FMI ni al gobierno de los Estados Unidos le preocupaban el deterioro de la situación social argentina. Después del fracaso del plan B, por Bielsa, vuelve a ilusionarse con alguna muestra de piedad, esta vez por temor a la desestabilización regional. Cuando advierta que ese no es un daño colateral sino el efecto buscado, será demasiado tarde. La esterilización del Mercosur y el aislamiento de Brasil en vísperas de la posible elección de Lula son objetivos estratégicos irrenunciables.

 Por Horacio Verbitsky

Durante sus primeros tres meses, el gobierno del Senador Eduardo Duhalde creyó que el Fondo Monetario Internacional y el gobierno de los Estados Unidos lo apoyarían para impedir un mayor deterioro de la situación argentina. En las inolvidables palabras del ex intendente de Lomas de Zamora, la Argentina estaba condenada al éxito. Hacia fines de marzo ya se había desilusionado, a fuerza de sopapos verbales propinados con el estrépito de una función circense por políticos y técnicos de Washington. Sin embargo, por inercia siguió apostando a la misma carta perdedora, con una ilusión adicional: el plan B, de Bielsa, que se evaporó en dos semanas. Desde esta semana los náufragos de la Casa Rosada tienen un nuevo leño al que aferrarse: para impedir la propagación de la crisis a los demás países de la región, el gobierno de los Estados Unidos aflojaría las dos cuerdas con que maneja la situación argentina, la de la soga al cuello ajeno y la de la bolsa propia. La hipotermia de tantos meses boyando en las frías aguas de la realidad adormece y no aviva el entendimiento. Así como no entendieron que las actitudes predominantes en el norte ante el colapso argentino oscilaban entre el regodeo y la indiferencia, tampoco advierten ahora que el cataclismo regional sólo inquieta a quienes lo padecen. Hay para esto razones económicas, como la contraposición ALCA-Mercosur, y políticas, como el eventual triunfo en las elecciones presidenciales del Brasil del ex dirigente sindical metalúrgico Luis Inácio Da Silva, más conocido como Lula. El encarajinamiento brasileño es el efecto querido. Nadie lo dejó más claro que el ministro de Economía de Estados Unidos, Paul O’Neill, quien dijo que su gobierno no aprobaría seguir “tirando el dinero de los contribuyentes norteamericanos en Brasil”, donde “el problema es político”. La liberación del tipo de cambio uruguayo y las dudas crecientes sobre el futuro político de su presidente, Jorge Batlle Ibáñez, constituyen apenas los daños colaterales de una operación estratégica similar a la que en 1989 desató la hiperinflación en la Argentina. Su víctima directa fue el gobierno saliente de Raúl Alfonsín, pero su objetivo era el entrante de Carlos Menem.
Blues del 89
La corrida contra el peso fue desatada en febrero de aquel año por la decisión del FMI de cerrar la canilla de la Argentina, que desde setiembre venía trastabillando sin saber cómo evitar el default. Al ver cómo las barbas de Alfonsín fueron afeitadas en seco, Menem puso en remojo las suyas. Con el mismo agua se fueron todas sus promesas electorales, nacionalistas, productivistas y redistributivas. El nuevo presidente se entregó con la pasión de un converso a la ejecución de las políticas del denominado consenso de Washington o, como con más exactitud lo llaman Barry Bluestone y Bennett Harrison en su libro “Growing Prosperity”, el “modelo de Wall Street”. La diferencia es pertinente. Hace un año y medio terminó el gobierno liberal de Bill Clinton, en el que los operadores bancarios y financieros tenían la mayor influencia, y fue reemplazado por la administración conservadora de George W. Bush, cuyos sectores de referencia son el energético y el industrial y ya no el financiero. Durante la campaña electoral, Bush había cuestionado los denominados paquetes de rescate a los mercados emergentes en dificultades para pagar sus deudas. El vocero más conocido de la nueva doctrina fue Milton Friedman, quien llegó a pedir la disolución de los organismos internacionales creados en Bretton Woods cuando terminaba la segunda guerra mundial. A juicio del profesor de Chicago, los rescates del FMI canalizaban dinero de los contribuyentes de los países centrales hacia los banqueros y los especuladores financieros de esos mismos países y no hacia los pueblos necesitados del tercer mundo. Si habían hecho inversiones de riesgo, debían pagar el precio de sus malas decisiones, decía. Lacomparación con el antecedente de 1989 sólo vale en uno de los extremos del látigo, porque Brasil (que tiene una burguesía nacional) no es la Argentina. Y Lula no es Menem.
Unilateralismo
Las elecciones de 2000, escrutadas a su manera por la Corte Suprema de mayoría republicana, no sólo produjo una inversión de alianzas económicas dentro de los Estados Unidos. También cambió todos los ejes políticos y de relación con el mundo. Desde el comienzo de su presidencia, Bush actuó como si se hubiera impuesto en forma arrolladora y tuviera un mandato que cumplir. Al día siguiente de la asunción de Bush, el Senador republicano Jesse Helms pronunció un arrogante discurso ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Reivindicó allí el unilateralismo inaugurado en 1823 con la Doctrina Monroe, sólo que reformulada dos siglos después, como el mundo para los norteamericanos. Helms recordó la magnitud del aporte económico de su país a las Naciones Unidas, dijo que no se trataba de filantropía sino de una inversión y reivindicó el derecho de enviar tropas estadounidenses a cualquier lugar del planeta, sin necesidad de aprobación de la ONU. Adelantó lo que luego sería política oficial del nuevo gobierno: el desconocimiento del Tribunal Penal Internacional creado por el Estatuto de Roma. Bush también se negó a suscribir el protocolo de Kyoto, porque condicionaba las explotaciones petroleras e industriales al cumplimiento de algunos cuidados de protección ambiental. Estados Unidos pretende tratar a la madre naturaleza con la misma rudeza que a las naciones que se crucen en el camino de sus empresas. El unilateralismo se hizo más explícito luego de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington y mostró como nunca el músculo militar. Bush pasó a gozar de los mayores índices de aprobación interna de la historia de su país. En ese nuevo clima, que el gobierno mantiene con la divulgación periódica de alguna terrible amenaza contra la seguridad pública, Bush cumplió lo anunciado por Helms, al retractarse de la firma de Clinton al Estatuto de Roma, discontinuidad jurídica que ningún otro el Estado del mundo podría permitirse sin graves consecuencias. Esta semana avanzó un paso más. Amenazó con retirar a los soldados estadounidenses de las misiones de paz de las Naciones Unidas si el Tribunal, que quedará constituido dentro de ocho días, no los exime en forma explícita de su jurisdicción. Es difícil atribuir a coincidencia que en la misma semana Brasil se convirtiera en el último país signatario del Tratado que Bush repudia. Entre los otros 69 están todos los aliados norteamericanos en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Tal unanimidad sólo llevó a Bush a incluir una cláusula de excepción para ellos en el proyecto de ley que le permitiría atacar por las armas a cualquier país para rescatar a un soldado estadounidense que fuera sometido a juicio en La Haya.
Y no se trata sólo de palabras. Cuando organizó la Tormenta en el Desierto sobre Irak, Bush padre podía aducir que Saddam Hussein había ocupado por la fuerza Kuwait. Las Naciones Unidas le extendieron el mandato de restituir su soberanía y la coalición que reunió incluía a los países árabes más importantes. Cuando dispuso los bombardeos sobre Kosovo, aunque allí había un dictador que llevaba a cabo un abominable programa de higiene étnica, Clinton soslayó a las Naciones Unidas. Pero al menos involucró a la OTAN en su campaña. De hecho, un parlanchín español y un vocero inglés prestaban todos los días el rostro y la mímica para el discurso de la intervención. Este año, los bombardeos sobre Afganistán se decidieron en los términos que Helms había anticipado al Consejo de Seguridad: por sí y ante sí. No se preocupó por buscar el apoyo de las Naciones Unidas para su intervención militar y la máxima concesión fueron los viajes del ministro de Relaciones Exteriores, Colin Powell, para explicar a los viejos aliados lo que harían las tropas estadounidenses. Nose debió a un pedido norteamericano sino a la insistencia del primer ministro Tony Blair que también la ex potencia británica enviara al frente apenas un simbólico puñado de comandos. Los gastos en defensa de todos los países del mundo ascienden a 800.000 millones de dólares y de ellos 380.000 millones corresponden a Estados Unidos, que de ese modo supera el gasto combinado de las catorce naciones siguientes en esa lista. Así pertrechado, Estados Unidos no tiene ni acepta competencia en ningún campo y en ningún lugar del mundo.
Buenos viejos tiempos
Las votaciones favorables obtenidas en las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos ponen al alcance de la mano de Bush la autoridad para firmar tratados de comercio e inversiones por la denominada vía rápida. Es decir, que el Congreso deberá aprobar o rechazar en bloque cada tratado, pero no podrá modificarlo. Esa delegación, que no consiguieron sus predecesores del último cuarto de siglo, reforzará las presiones que Bush ya ejerce sobre los países de la región para incorporarlos a un Area de Libre Comercio de las Américas. Ese ALCA reproduciría las reglas que desde 1993 rigen las relaciones económicas de Estados Unidos con Canadá y México en el Tratado de Libre Comercio de Norte América, o NAFTA. Su capítulo 11 prescinde de las soberanías nacionales al establecer un sistema de arbitraje privado para dirimir controversias entre inversores extranjeros y gobiernos. En esencia, equipara con una expropiación cualquier decisión de un gobierno que afecte los beneficios potenciales de una empresa. Para reclamar la compensación permite que las corporaciones transnacionales litiguen en un pie de igualdad con los estados. De estar en vigencia tal tratado, medidas como la pesificación de las tarifas de las empresas privatizadas tendrían consecuencias de tal gravedad que las actuales presiones del FMI para que la Argentina reconstruya la rentabilidad de esas prestadoras pasarían a recordarse como aquellos buenos viejos tiempos. Por ejemplo, cuando el estado de California prohibió un aditivo de metanol a la nafta por su potencial cancerígeno, la empresa canadiense que lo produce demandó a los Estados Unidos por casi mil millones de dólares. Como es de imaginar, este allanamiento de la soberanía nacional no funcionará en favor de los países más débiles.
Samba de uma nota só
“Hay dos escenarios posibles. Una sola América, reunida en el Area de Libre Comercio (ALCA), o dos Américas, repartidas entre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y el Mercosur. Nosotros creemos que para Estados Unidos y América Latina, la primera es la mejor solución”, dijo un funcionario del Departamento de Estado norteamericano que habló con este diario bajo condición de anonimato. Brasil ha encabezado la resistencia a la consagración de las asimetrías que implicaría el trato igual entre desiguales. La táctica estadounidense ha sido, desde Bush padre en adelante, tentar con tratados bilaterales a Chile, la Argentina e incluso Uruguay, de modo de aislar a Brasil. Nunca estuvo más cerca de lograrlo que durante la última gestión ministerial de Domingo Cavallo, quien saboteó el Mercosur en forma sistemática y consciente, con la entusiasta adhesión del entonces gobernador de Buenos Aires y actual canciller Carlos Rückauf. Se desperdició así la posibilidad de trabajar en una moneda común del Mercosur, que hubiera sido una alternativa superadora al estéril debate entre devaluacionistas y dolarizadores que se estiró desde 1997 hasta el último día de 2001. Dentro del mismo gobierno de Fernando de la Rúa el ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini sostuvo la posición contraria. La fórmula del 4 a 1, acuñada por el sutil presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso implicaba que el Mercosur discutiría en bloque con Estados Unidos y asíatenuaría el costo de la excesiva proximidad con el monstruo. El mes pasado, el encargado de la comisión de inteligencia del Senado estadounidense, Richard Shelby, visitó la Argentina con el propósito de dejar en claro que Duhalde carece de espacio para cualquier tipo de disidencia con la voluntad de Washington, en éste y en cualquier otro tema. En tal contexto debe entenderse el sadismo del FMI. Llega al extremo de postular que la asistencia financiera no llegará antes de que se adopten las medidas económicas pero también legales y de cualquier otro tipo que eviten la hiperinflación, reactiven la economía y reviertan el deterioro social. Si tal cosa fuera posible, el acuerdo con el Fondo no sería necesario. Cuanto más se prolongue y profundice la crisis que la Argentina supo crear por sus propios medios, mejor será para los objetivos estratégicos de Bush. Esta es la forma de golpear a Brasil con mayor discreción y a menor costo, sobre todo ahora que Lula parece tan cerca del Planalto. Quien crea que ésta es una visión conspirativa, no conoce cómo se maneja el mundo. Sólo los tontos necesitan esperar un cuarto de siglo para que la apertura de los archivos demuestre lo obvio.

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