¡Detesto lavar los platos! Después de cada ritual, la grasa queda siempre impregnada en los platos sucios, en el fondo de los frascos, entre los tenedores, y, sobre todo, en las esquinas olvidadas de las bachas oxidadas. Si no existiera el hambre, recuperaríamos el tiempo que empleamos en comer, el que perdemos al cocinar, el que usamos yendo al supermercado. Ahorraríamos también el dinero que gastamos en verduras, frutas, carnes y cereales. No necesitaríamos de la soja, ni de la ganadería, ni los tambos, ni los limones… ¡Ni del campo ni los agricultores! ¡Sería por fin el fin del hambre genocida!  

*Dramaturga, autora del libro Molinete Conventillo, 10 piezas teatrales, publicado recientemente por Libro Disociado Editores.