Escucha voces. La joven bajista –que antes había estudiado guitarra clásica en el conservatorio Manuel de Falla– no tiene un brote psicótico ni está loca. Subirse al escenario y exponerse, le cueste cada vez más a la única mujer en Valentina, una banda “rock-medio-pop”. Ella es “la minita del bajo”, a ella le gritan “andá a lavar los platos”, y le lanzan cualquier objeto que tengan a mano. Las voces rugen un machismo no tan lejano, el de los años 90. “Era heavy tocar el bajo en el rock de hombres”, recuerda Valentina Vidal con ese timbre tan aterciopelado que parece una caricia sonora ahora que publica su segundo libro y su primera novela, Fuerza magnética. La bajista cambia de bandas mientras su vocación musical se derrumba. Como escribe desde muy chica, decide formarse en los talleres de Vicente Batistta, Samanta Schweblin y Federico Falco. “Nunca tuve la ansiedad de publicar antes de tiempo. Miro el libro de cuentos, Fondo blanco, que salió en 2013, y me arrepiento. Pero publicarlo me sirvió para ver lo que tenía que trabajar en el texto y esperar”, confiesa Vidal en la entrevista con PáginaI12.

Cuando la música empezó a sacarle tiempo a la literatura, la escritora –que es jefa de redacción de la página web de reseñas Solo Tempestad– no tuvo muchas dudas y dejó la última banda que integró. Aunque pensó que seguiría tocando, cuenta que el bajo está guardado. La potencia de Fuerza magnética es el artefacto cerrado y sutil que construye en el espacio de una clínica privada cada vez más hostil y destructiva para Alina, una de las protagonistas cuya deriva la convierte de empleada a paciente oncológica: “Intervenir quiere decir mutilar. Mutilar quiere decir silencio”.

–Una de las cuestiones centrales de la novela es mostrar la precariedad de las relaciones laborales. ¿Qué buscás en la exploración de este tema?

–Me interesaba observar las relaciones laborales que se generan en un ámbito como el de una clínica, donde te vas relacionando con muchísima intimidad por la cantidad de horas que trabajás y por los años. Yo trabajé muchísimo tiempo en una clínica en la que se vivieron situaciones de precarización laboral, una clínica que terminó cerrando. Me resulta curioso que me pregunten mucho por la precarización laboral como tema de la novela, un tema que transcurrió en los 90, es decir que estamos viviendo hoy precarizaciones muy similares.

–¿Por qué la precarización laboral se actualiza en este presente?

–Están cerrando fábricas todos los días, entiendo que están cerrando entre dos y tres fábricas por día; hay una crisis económica con inflación y seguimos sin ver la famosa “luz al final del camino”... La precarización aumenta, hay más trabajo en negro; la gente que puede laburar intenta tener dos o tres trabajos, que es una manera directa de precarizar la vida, sin capacidad de ahorro, sin capacidad de consumo. Esta precarización la estoy viviendo más grande y con más temor porque en los 90 yo tenía veinte años y toda la vida por delante para rehacerme. Entonces veía a la gente que ahora tiene mi edad y me daba angustia, me preguntaba cómo van a hacer. Cuando terminé de escribir la novela, estábamos entrando en este período y yo misma veía que la situación era similar.

–En el caso de Alina, nunca se menciona que tiene cáncer, sí aparecen palabras como “tratamiento” y oncología. ¿Fue deliberado omitir esta palabra?

–Sí, no la quise mencionar porque cáncer es una palabra que produce miedo y me parece que es una enfermedad que ya está muy incorporada, que es una enfermedad más. Mi manera de que esa enfermedad acompañe parte de la trama, sin generar ese miedo, fue no nombrando la palabra para que la enfermedad conviva con todos nosotros.

–¿De dónde viene ese humor ácido que aparece entre Alina y su amiga Jimena, que se rapan y hacen un concurso de peladas?

–Me gustaba resaltar la amistad dentro de las relaciones complicadas que hay en la clínica. El humor es la manera que tengo para transitar las cosas difíciles. Cuando viene la mala, me manejo con cierto sarcasmo, haciendo chistes. 

–En la novela se trabaja el lenguaje al que apelan las nuevas autoridades de la clínica, que hablan de “refundación” y “sacrificio”. ¿Por qué elegiste esas dos palabras?

–Cada vez que viene una nueva autoridad y sabe que va a hacer sufrir a los trabajadores, tiene un discurso en el que se habla del sacrificio, del futuro, de los hijos, de los nietos. Ese discurso se replica en las empresas, por lo menos en esta clínica. Aunque son palabras vacías, se siguen utilizando y acompañadas de cierto tipo de manipulaciones provocan euforia en personas que empiezan a creer en el “sacrificio”, en la “refundación”, en el cambio. En la clínica donde trabajé había muchos empleados con muchos años de antigüedad. Entonces empezó un acoso laboral para no pagar indemnizaciones. La clínica terminó cerrando y todos quedaron en la calle de un día para el otro. Muy pocos, después de un juicio largo, cobraron indemnizaciones.