A comienzos de la década del ’80, Fito Páez parecía ser solo ese pibe de rulos que tocaba el piano en la banda de Juan Carlos Baglietto, engranaje de una máquina rosarina que haría historia. 1982 fue el año de Tiempos difíciles, el disco que se convirtió en una de las bandas de sonido esenciales de la Guerra de Malvinas. Pero el impacto que produjo ese disco con una tapa que emulaba al Charlie Chaplin de El Pibe no fue solo por la prohibición militar de difundir “cantables” en inglés: allí había canciones tan potentes como para adquirir estatura mítica. Podía discutirse el tono demasiado trágico de algunas, pero la calidad compositiva de tipos como Adrián Abonizio (“Mirta, de regreso”), Jorge Fandermole (“Era en abril”) y Rubén Goldín (“Los nuevos brotes”) le daba al proyecto que llevaba un nombre propio potencia y presencia colectiva.

Y estaban las canciones de Fito, claro. Cosas como “Puñal tras puñal” y “Sobre la cuerda floja”, y el tema que cerraba el disco, que se volvió hitazo optimista en tiempos no solo difíciles sino de densa oscuridad: “La vida es una moneda”. La nueva trova rosarina se convirtió en moneda corriente entre el ghetto rockero, tanto como para llegar rápidamente a un Obras Sanitarias al que por entonces solo accedían unos pocos. “Yo no veo nuestra llegada a Buenos Aires como un desembarco mítico o algo así. Me doy cuenta que pasaron cosas, pero nosotros ni por putas éramos conscientes de lo que estaba sucediendo”, le dijo Baglietto a este cronista en una entrevista de Página/12 de 1997. “Para mí no es tan mítico ni majestuoso, la entrada triunfal no fue tal ni mucho menos. Terminamos de hacer el primer Obras, el 14 de mayo de 1982, y tuvimos que elegir entre pagar un flete o ir a comer. Muchas veces lo que se ve glamoroso de afuera por dentro es arratonado.”

La cuestión es que dos años después de aquel Obras, que Fito Páez debutara como solista fue un paso absolutamente natural. El disco que cumple 35 años se llamó Del 63, y es el primer pilar sobre el que Rodolfo edificó una carrera que lo convirtió en referente del rock argentino. Sus socios eran el guitarrista Fabián Gallardo, el bajista César Franov y el baterista Daniel “Tuerto” Wirzt; entre los invitados aparecían Daniel Melingo, el “Negro” García López, el mismo Goldín. Tras las perillas del estudio Panda, otro personaje legendario como Mario Breuer. Y sobre todo, las canciones. Dada la convención del cumpleaños, se invita al lector a volver a escuchar las nueve canciones, 35 minutos de Del 63: aun hoy, son un festín.

Hay que repetirlo: Páez tenía 20 años. “Del sesenta y tres”, la potente semblanza autobiográfica que abre su debut solista, esa urgente apelación final de “llamemos a todos los hombres, que el banquete está listo”, es el aperitivo de un disco brillante e inoxidable. No resulta casual que Luis Alberto Spinetta eligiera sin dudar “Tres agujas” para el disco Escúchame entre el ruido, producido por Lito Vitale como tributo a los 40 años del rock local: “Mi canción no tiene cruces ni banderas”, cantaba, afirmaba Fito, y era imposible no suscribir. Canciones como “Viejo mundo”, la lúdica “Sable chino” y la oscurísima “Cuervos en casa” (de dolorosa actualidad), la luminosa despedida de “Un rosarino en Budapest”, el impecable aporte de Gallardo con "Rojo como un corazón" (la rareza de un tema compuesto por otro artista en un disco de Páez), el ánimo fiestero de la "Rumba del piano", hilan un debut que confirmaba todo aquello que se veía venir cuando Fito tenía su momento de protagonismo en los shows de Baglietto. Y por allí, una perla perfecta como “Canción sobre canción”: si en los cumpleaños se acostumbran los regalos, aquí va un rescate de Boxitracio, usuario de YouTube poseedor de un envidiable archivo del rock argentino, que conservó y publicó una actuación de Fito en un Badía & Compañía de 1984.

A veces el espejo es cruel, pero –más allá de lo que todo músico siempre querría corregir de lo grabado- ese primer Fito sigue siendo indiscutible, disfrutable, símbolo de una época en la que el rock al fin se animaba a salir al sol. La recuperación democrática recién arrancaba. El largo y fértil camino de Páez también.