“Me he sentido triste, ansiosa y desesperada más de una vez y hasta experimenté un vacío en mi interior. Me estresa un poco no salir de mi casa ni siquiera a la esquina, tanto que hasta se me cayó el cabello y experimenté dolores en el cuello y la cabeza de la ansiedad y estrés que siento”. “Antes hacía acrobacia en tela, ahora no puedo; ahora siento mucha presión por las clases virtuales ya que los profesores siguen manteniendo los mismos criterios que en las clases presenciales y no tienen en cuenta el contexto en el que estamos y cómo nos sentimos como estudiantes, desbordados”. Los testimonios de estas chicas de Jujuy y Mendoza dan cuenta del malestar general que se percibe en cada casa donde se conviva con adolescentes. Según una encuesta sobre la percepción de la cuarentena entre adolescentes y jóvenes del país, un 78,6% afirma que su salud física, mental y emocional se vio afectada. Así y todo, el apoyo al aislamiento preventivo y obligatorio es muy alto: a ocho de cada diez le parece una medida acertada.

La encuesta “Adolescentes, covid-19 y aislamiento preventivo obligatorio” fue realizada por la asociación civil Casa Fusa a más de 1200 chicos y chicas de todo el país, con el objetivo de relevar las percepciones y opiniones de los y las adolescentes ante el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), en relación a su salud, sus emociones, actividades y relaciones. El relevamiento se realizó con un formulario digital, anónimo y autoadministrado, compuesto por 35 preguntas, abiertas y cerradas. La muestra fue no probabilística e intencional, compuesta por adolescentes y jóvenes entre 10 y 21 años, residentes de la República Argentina. Para el análisis, se organizaron tres grupos de edades: 10-13 años, 14-17 años y 18-21 años. “Se puede inferir que quienes contestaron la muestra viven en su mayoría en condiciones ambientales favorables, lo que permite suponer una condición social/económica de menor vulnerabilidad y que, en el contexto de aislamiento social, les adolescentes cuenten con un espacio de privacidad, al menos una hora al día. Cuando se les preguntó si tenían esta posibilidad, el 88,5% respondió que cuenta con este espacio, frente al 11,5% que no lo posee”, dice el informe.

Algunos de los datos recogidos son:

* La convivencia en sus casas es en general muy buena y buena, “con una mayor consistencia en los grupos de 10- 14 años (93,36%). A medida que se avanza en edad hay una mayor preeminencia de “buena” tanto en los grupos de 14 a 17 años como en el de 18 a 21 años”. Los datos de convivencia “mala” son marginales en todos los grupos. El mayor porcentaje de convivencia “regular” (18,33%) corresponde al grupo de 14 a 17 años.

* La mayoría tiene rutinas planificadas o alguna rutina (79%). “Ello podría permitir desmontar el lugar común de la dificultad de les adolescentes y jóvenes para organizarse y para articular de manera concreta sus intereses. A su vez, la posibilidad de realizar rutinas permite, frente a una situación desconocida suscitada por el contexto actual, acomodarse psíquicamente, manteniendo espacios para la realización de actividades que ordenan el día y contribuyen a una convivencia armónica”, dice el trabajo. Al cruzar la organización de la vida cotidiana con las rutinas y la edad, la mayor concentración se registra en el grupo de 10-14 años.

* Dentro de las actividades realizadas con mayor frecuencia (todos los días), en primer lugar figuran las redes sociales (67%), luego escuchar música (55,1%), tareas escolares (50,2%), tareas del hogar (46%) y conectar con amigues (43,9%). Dentrode las menos frecuentes, salir a hacer compras: el 61% respondió que no realizó esta actividad.

--Los datos desmitifican algunos lugares comunes en cuanto a los adolescentes, por ejemplo, el alto acatamiento de la cuarentena, ¿cómo lo evalúa?

--Existen muchas representaciones sociales sobre las adolescencias, en general estigmatizantes, y la encuesta permitió derribar algunas de esas ideas. Por ejemplo, el lugar común de los adolescentes “como intolerantes”: la mayoría está muy de acuerdo con la medida de aislamiento social preventivo y obligatorio, hay un alto acatamiento de la cuarentena. Por otro lado, la idea de que los jóvenes “son desorganizados”: los datos denotan una organización de la vida cotidiana en rutinas, aun en condiciones excepcionales y disruptivas como el contexto actual. También la posibilidad de realizar actividades en torno a sus intereses y deseos, y particularmente entre la franja etaria de menor edad, el alto cumplimiento de tareas escolares --explicó Daniela Giacomazzo, psicóloga y coordinadora del área de Expansión Comunitaria de Fusa

--¿Encontraron alguna diferencia por género?

--Sí, la mayoría de las personas que contestaron fueron mujeres. Esto resulta interesante: por un lado demuestra la mayor participación de este género respecto de prácticas relativas a la salud. También, respecto de los mandatos de masculinidad hegemónica: a los varones les cuesta más hablar sobre su salud y sus emociones. También, que dentro de las figuras dentro del hogar con quien pueden conversar acerca de lo que les pasa, la madre obtuvo un 40%, lo cual se condice con el rol de las mujeres en las tareas de cuidado y como sostén de la salud de los demás miembros de la familia.

--¿Qué políticas haría falta definir o mejorar para esta población?

--Es necesario escuchar a adolescentes y jóvenes y tener en cuenta su voz en el diseño e implementación de las medidas. Realizar consultas, seguir recolectando sus sentires y emociones. Por ejemplo, muchos contestaron que eligen para informarse fuentes oficiales, como las del Ministerio de Salud, entonces podrían realizarse campañas comunicacionales para reducir las consecuencias psíquicas frente a una situación inédita en una etapa de la vida tan importante como lo es la adolescencia. Nos parece interesante destacar que muchos adolescentes refirieron no poder dialogar con nadie dentro del hogar acerca de sus sentimientos. Desde nuestro trabajo, sabemos que la posibilidad de poner en palabras las emociones y contar con un adulto de confianza permite tramitar la angustia propia que genera la incertidumbre respecto a esta nueva normalidad. Escuchar, abrir canales de diálogos y compartir percepciones es una tarea fundamental de quienes acompañan a adolescentes.