Pienso en el final             7 Puntos

I'm Thinking of Ending Things; EE.UU., 2020

Dirección y guion: Charlie Kaufman.

Duración: 134 minutos.

Intérpretes: Jessie Buckley, Toni Collette, Jesse Plemons, David Thewlis, Colby Minifie , Jason Ralph.

Estreno: en Netflix.

El tercer largometraje de Charlie Kaufman puede ser un hueso duro de roer, fascinante e irritante en dosis iguales, abrumador y cándido, lúdico y solemne. ¿Provocador? Eso dependerá de la relación de cada espectador con el cine alejado de los modelos narrativos predominantes. Pienso en el final no es, en cualquier caso, una película experimental en sentido estricto, aunque el jugueteo con las posibilidades de la representación cinematográfica la alejan de las leyes de la causalidad al uso y el “realismo” como sostén del verosímil. 

Nada que el guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas no haya ensayado en su anterior Synecdoche, New York y, en menor medida, Anomalisa: aquí también la narración está dictada de principio a fin por el flujo de los pensamientos, reservorio de recuerdos e ideas, origen y final de cualquier elucubración metafísica. La protagonista de I’m Thingking of Ending Things –título más certero y terrible que la traducción al español, a su vez el nombre de la novela de Iain Reid en la cual está basada– es tanto personaje como concepto, corriente energética y el medio que la transmite.

La muchacha en cuestión responde a varios nombres, pero la secuencia de títulos la señala como “la mujer joven” (la actriz y cantante irlandesa Jessie Buckley). En el comienzo de todas las cosas, espera la llegada de su novio Jake (Jesse Plemons). Un noviazgo reciente, razón por la cual esa visita de presentación a sus padres parece un tanto apresurada, inconveniente. Más aún por esa tormenta de nieve que el pronóstico meteorológico anticipa para la noche. El viaje en automóvil por parajes nevados ocupa poco más de veinte minutos y se presenta como el primero en una serie de actos con locación única, elemento de rasgos teatrales que Kaufman alterna con breves pasajes de otra existencia paralela (¿tal vez otro protagonista?). El soliloquio de la joven, por momentos asfixiante, se entrelaza con el diálogo que mantiene con su pareja, cruzando tópicos ligados a la poesía, la ciencia y la filosofía. La profesión de la chica irá mutando con el correr de la historia: bióloga, poeta, física, mesera, crítica cinematográfica, gerontóloga y varias cosas más. Algo similar ocurre con Jake, aunque para llegar a esa conclusión habrá que esperar a la comida familiar.

Toni Collette y David Thewlis son los padres del muchacho, una pareja de mediana edad con más de una excentricidad a flor de piel. La cena es extraña, algo incómoda, pero en cierto momento la conexión se produce. Es entonces, a un tercio del recorrido, cuando Pienso en el final imagina un posible cierre, en un film imaginario dirigido por uno de los realizadores más populares del Hollywood de los 80. Es sólo después de ese intermedio ficcional dentro de la ficción general cuando los juegos temporales comienzan a arreciar, cada habitación de la casa de campo un reservorio de recuerdos –¿del pasado, del futuro, de ambas cosas a la vez?–, el vedado subsuelo como origen de traumas, la vejez conviviendo con la juventud. La película ya no es una descripción de hechos concatenados y ambiciona convertirse en un vórtice inmaterial, una singularidad en el sentido astronómico del término. Ya nada tiene sentido y, al mismo tiempo, el sentido lo es todo. La vuelta a casa incluye nuevas discusiones: el cine de Cassavetes, la pertinencia del personaje central de Una mujer bajo influencia, la letra de “Baby, It’s Cold Outside”.

Por momentos, Kaufman roza territorios lyncheanos, en particular durante el último tramo, cuando una parada para disfrutar de un helado (¡en medio de un torbellino de nieve!) y un desvío en una escuela secundaria se deslizan hacia el terreno del humor absurdo, el surrealismo y la posibilidad de recuperar los placeres del musical. Mucho más que en Synecdoche, New York, Pienso en el final construye en pantalla un simulacro vital como representación enrevesada de ideas y emociones, de existencias reales e imaginadas. “Puedes decir o hacer cualquier cosa, pero no puedes fingir un pensamiento”, se afirma en cierto momento, pero la lucha intestina, cerebral, de la muchacha parece ir en una dirección diferente a esa máxima. Las puertitas de Lucy o Louisa o Yvonne se siguen abriendo. “La mayoría de la gente es otra gente, sus vidas una imitación”, escribió alguna vez Oscar Wilde, citado aquí por la joven mujer. ¿Es ella realmente ella o es alguien o algo más? El último paseo de Kaufman por la vida interior no lo confirma: su sentido y virtud es el viaje en sí mismo.