Cuando Nadia Podoroska arribó a París, casi tres semanas atrás, lo hizo con la ilusión de atravesar la clasificación de Roland Garros y disputar su segundo cuadro principal en un Grand Slam. Tenía el tanque lleno de combustible físico y anímico, pero jamás se imaginó el cuento de hadas que le tocaría vivir.

La rosarina llegó como la 131ª del ranking mundial y, tras su paso por el certamen parisino, aparecerá como la 48ª en la próxima actualización oficial del listado WTA. ¿Cómo fue posible? Podoroska desató su propia revolución en Francia: ganó los tres partidos de la qualy y logró otras cinvo victorias en el cuadro para instalarse en las semifinales, con un triunfo incluido ante la ucraniana Elina Svitolina, la número cinco del mundo.

Sólo pudo frenarla Iga Swiatek, una bombardera de 19 años que se impuso 6-2 y 6-1 y se encargó en este torneo de avisar que, más pronto que tarde, se sentará en la mesa chica de la elite mundial. La joya polaca definirá el título este sábado ante la campeona de Australia, la estadounidense Sofia Kenin -venció 6-4 y 7-5 a la checa Petra Kvitova-. Campeona olímpica de la juventud en dobles femenino durante los Juegos de Buenos Aires 2018, Swiatek jugó de principio a fin con un nivel de top 5. En ningún momento permitió que Podoroska pudiera meterse en la conversación. Dominó con el drive, perforó los espacios y siempre le quitó medio segundo de tiempo a su rival a fuerza de un cóctel explosivo: velocidad, ángulos, sentido de la ubicación y precisión. La argentina, en efecto, nunca pudo sacarla de la zona de confort. "No pude plantarme nunca. Iga jugó muy bien y yo no estuve cómoda; se me escaparon las pocas chances que tuve. Me costó hacerla jugar incómoda".

Más allá de la caída, Podoroska irradia felicidad: "Lo que me hace sonreír es que disfruté mucho estas tres semanas. Esto no va a cambiar mi vida, voy a seguir siendo la misma, aunque sí cambiará mi ranking y por eso podré estar en los mejores torneos". Durante estas semanas exhibió un temple emocional que tiene una explicación desde la filosofía y el trabajo mental. En ese sentido, la rosarina es una fanática del filósofo Darío Sztajnszrajber, quien le había dedicado unas palabras por el momento personal. "Ojalá pueda intercambiar mensajes con él, sería muy lindo; siento una admiración hacia su trabajo. Me encanta cómo habla y para mí es un compañero de viaje", le dijo a Página/12.

Más allá de la desazón por la derrota, pronto Podoroska analizará en frío todo lo que logró durante su paso por Roland Garros, un torneo que no sólo le cambiará la vida para siempre sino que también le permitió volver a posicionar en la primera línea internacional al golpeado tenis femenino argentino. Llevó la bandera de todo un país y se irá el raquetero repleto de energía para afrontar desafíos impensados.

Nacida hace 23 años en el barrio rosarino de Fisherton y formada en el Club Atlético Fisherton, Podoroska debió sortear en el camino varias dificultades que frustraron sus objetivos. En un gran momento, varios años atrás, tras superar la clasificación del US Open 2016, aparecerían los impedimentos físicos: a principios de 2017 tuvo un problema en la cadera, en Roland Garros de aquella temporada sufrió en la zona abdominal y después surgió una lesión complicada en la muñeca derecha.

Después de aquellos meses de dudas, la Peque afrontó la vuelta y recuperó confianza hacia mediados de 2018. De la mano de Juan Pablo Guzmán y Emiliano Redondi, sus entrenadores, se radicó en Alicante para achicar gastos y tener más opciones de competir ante la falta de torneos y recursos en Sudamérica. Por eso este logro configura un doble mérito, sobre todo porque el espejo retrovisor refleja un camino espinoso, con lesiones, problemas económicos y falta de continuidad. La realidad, a partir de ahora, será totalmente diferente: el ranking de elite le dará una mayor estabilidad monetaria y el acceso a los torneos más relevantes del circuito.

Costará dimensionar lo que consiguió Podoroska durante todos estos días. Argentina no tenía una semifinalista en singles en torneos de Grand Slam desde 2002, cuando actuara Clarisa Fernández también en Roland Garros. Los sueños están para hacerse realidad y la rosarina demostró que todo es posible pese a las dificultades geográficas y económicas que sufre el tenis argentino. Esto recién empieza.

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