Elon Musk pertenece al selecto club de los tecno-híper-ricos que buena parte del mundo mira con envidia y pleitesía. Este grupo de elegidos constituye una nueva casta que maneja compañías con ingresos superiores al PBI de países enteros: la fortuna personal de Musk oscila apenas por debajo de los 200 mil millones de dólares, casi cuatro veces la deuda Argentina con el FMI.

Al poder del dinero de estos personajes, de por sí enorme, se le suma el acceso a tecnologías de punta que pocas personas entenderían y al que muchas menos acceden. Estos individuos (hombres, blancos y del primer mundo, obviamente) condensan una serie de factores tales como una inteligencia inusual, ambición y la suerte de haber encarado de jóvenes un desarrollo en el momento justo, ni demasiado tarde ni demasiado temprano. Bill Gates alguna vez reconoció: “He sido premiado desproporcionadamente por el trabajo que hice”. Lo mismo ocurrió a otros personajes cuya riqueza personal es de una desmesura que solo el capitalismo actual, no el puro talento, puede explicar.

Pero como vivimos en una sociedad (que se cree) meritocrática, la fortuna (en todos los sentidos de la palabra) de estos híper-ricos se interpreta rápidamente como cualidad personal en un círculo tautológico del que no resulta fácil salir: si son tan ricos es porque se trata de seres únicos y por ser únicos se volvieron inmensamente ricos. Las palabras (o tuits) de estos personajes se leen con la atención que se presta a un oráculo y tienen un poder performativo sobre el mundo que va más allá de las capacidades reales de los emisores de descollar en todos los terrenos. Es desde esta perspectiva que se puede analizar a un personaje singular (pero humano) como Elon Musk.

En el momento justo

Elon Reeve Musk nació en 1971 en Sudáfrica y, luego de obtener un “bachelor” en economía y física en Canadá, se mudó a California donde vivió por un tiempo en uno de los hoteles de la Asociación Cristiana de Jóvenes, la YMCA. En 1995 formó junto a su hermano la empresa Zip2, que proveía a diarios de un software para hacer agendas online. Internet comenzaba a crecer y la primera burbuja "punto com" a inflarse. En 1999, con solo 27 años, vendió Zip2 y embolsó veintidós millones de dólares. Con ese dinero lanzó X.com, una startup de servicios financieros que devendría en PayPal, pionera en lo que hoy llamaríamos “fintech”. En 2002 la empresa se vendió a eBay por mil quinientos millones de dólares, de los cuáles ciento sesenta y cinco fueron a su fortuna personal.

A partir de ese momento, quien suele presentarse como “ingeniero” y devoto del método científico, se transformó en un emprendedor serial lanzado a todo tipo de empresas de punta con resultados también variados. El amplio rango de sus proyectos parece sacado o de los sueños tecnológicos de uno de esos adolescente de los 80’s que usaban gorra de la NASA.

En 2002 fundó SpaceX, donde invirtió cien millones del dinero obtenido de PayPal. La empresa se dedica a la fabricación de productos aeroespaciales y el transporte: el primer viaje comercial lo realizó en 2020 cuando llevó cuatro astronautas a la Estación Espacial Internacional. SpaceX prometió realizar los primeros vuelos de turismo en 2021, pero su mayor objetivo es establecer una base en la Luna y llegar a Marte para colonizarlo, un anhelo de Musk, quien suele mostrarse preocupado por el destino del planeta. El reciente accidente de una de sus naves no fue obstáculo para seguir consiguiendo apoyo de inversores. Dentro de esta empresa se encuentra la división Starlink, que se hizo famosa por el lanzamiento de cientos de nano satélites que permitirán brindar internet de alta velocidad a todo el planeta. Algunas noches despejadas se puede ver a los satélites surcando el cielo como un tren de luces, algo que no agrada tanto a los astrónomos y que preocupa por el aumento de la chatarra espacial que ocasiona accidentes graves. El objetivo es ubicar más de once mil de estos dispositivos en el cielo.

En 2003 lanzó Tesla, su empresa más conocida, para entrar en otro nicho con un enorme costo de entrada: la industria automovilística. Sus coches son eléctricos y su objetivo es bajar el precio para hacerlos populares. En 2020 Tesla vendió casi 500.000 vehículos y facturó ingresos por 10.740 millones de dólares con un margen del 19%. La empresa tiene una rentabilidad competitiva y cotiza en la bolsa, algo fundamental para que Musk aparezca con cierta regularidad como el hombre más rico del mundo. Tesla es también la fuente de mayores dolores de cabeza de Musk. En una entrevista confesó, al borde del llanto, que cuando fue el lanzamiento del Tesla 3 el estrés casi le impidió presentarse. Este modelo además tuvo serios problemas en sus comienzos para satisfacer la demanda de un público con enorme expectativa, históricamente más cercana a la de fans de un artista (o los iPhones, para el caso) que de un auto. Por otro lado el precio, cercano a los $35.000 dólares, no le permite aún ofrecer un alternativa económica.

La lista de empresas sigue: en 2006 fundó SolarCity dedicada a productos fotovoltaicos y servicios. En 2016 creó Neuralink para construir interfaces cerebro-máquina. Los avances que exhibió hasta ahora despertaron el entusiasmo de los medios y el escepticismo de los neurocientíficos por la escasa novedad de desarrollos que se presentan como revolucionarios. Por ahora sus demostraciones no alcanzan lo que ya se hace en laboratorios especializados desde hace tiempo y, además, están lejos de las promesas mesiánicas de la empresa. Con la fundación sin fines de lucro, OpenAI, piensa disputar el trono de la inteligencia artificial que, como aseguró en varias entrevistas, está al borde de salirse de control y terminar con la humanidad. En uno de sus tuits anticipaba: "La competencia por la inteligencia artificial en el ámbito nacional es la causa más probable de la tercera guerra mundial, en mi opinión".

La Boring Company, de 2016, se dedica a hacer túneles para reducir el tráfico en la superficie con un moderno sistema de perforación. También, entre Tesla y SpaceX tienen el proyecto Hyperloop, un diseño de trenes que circulan por tubos al vacío.

Nada menos.

Autoexplotado

Al repasar la lista de empresas y proyectos de Musk, se entiende el porqué de su estrés e inestabilidad emocional. Incluso, cabe preguntarse si es posible, aún para el mejor inventor del mundo, aportar algo concreto sobre temas tan variados más allá de una mirada muy general.

Por si fuera poco, Musk tiene tiempo para opinar sobre otros temas. Es particularmente recordada la respuesta a un tuit sobre la situación en Bolivia donde aseguraba: "¡Le vamos a dar un golpe a quién se nos cante, bancátela!". El comentario alimentó especulaciones sobre las razones para sacar a Evo Morales del poder: acceder a las reservas de litio más grandes del planeta, mineral utilizado en las baterías que necesitan los automóviles eléctricos como los de Tesla. Musk se considera políticamente neutral aunque llegó a decir sobre Donald Trump (en un tuit, por supuesto): "Creo que no es el tipo adecuado". Luego de la asunción de este como Presidente, aceptó formar parte de un concejo consultivo al que renunció, junto con otros empresasrios, más adelante.

En 2018 de alguna manera tuvo tiempo de elaborar una propuesta para hacer una cápsula de rescate que permitiría traer con vida a los 12 niños atrapados en una cueva en Tailandia. Cuando su desarrollo llegó a ese país, la mayoría había sido rescatada por buzos con máscaras de oxígeno para los niños. En 2019 recibió un premio del Rey de Tailandia por su esfuerzo.

Otra muestra del efecto de cada palabra de Musk ocurrió cuando (nuevamente por Twitter) aseguró estar evaluando la posibilidad de recomprar las acciones de Tesla a 420 dólares y sacarla de la bolsa. En otras ocasiones ya había protestado por la forma en que Wall Street apostaba contra sus empresas y quería tener el control total sobre ellas. El tuit hizo subir las acciones de Tesla un once por ciento produciendo quebrantos por cerca de 1.300 millones de dólares a quienes habían ido "corto" contra ella (como ocurrió recientemente con el caso GameStop, sobre el que también opinó). Tres semanas después reconoció que no sería posible hacer la compra y disparó una investigación desde los organismos de regulación financiera, además de cuestionamientos de la junta directiva respecto de su comportamiento errático.

En algunas entrevistas más íntimas se ve que es una persona inteligente pero afectada por el mismo tipo de dificultades emocionales que buena parte de la humanidad: problemas con su padre, miedo a estar solo, cierta tendencia a la mitomanía (probablemente necesaria en esos niveles de competencia), etc., como cuenta en una interesante entrevista que dio a la revista Rolling Stone.

El listado de polémicas e intervenciones contradictorias de quien gusta definirse como "ingeniero" podría continuar por varias páginas. Algunas de ellas pueden verse como shows deliberados para atraer clientes e inversores, una práctica frecuente al menos desde los tiempos de Steve Jobs quien transformó las presentaciones de nuevos productos en espectáculos. Jobs explotó esa herramienta al máximo para transformarse en gurú del futuro donde antes se habría visto solo un buen vendedor. Al igual que le ocurre a otros híper-ricos, Musk ve su fortuna personal subir y bajar a merced de la marea bursátil y las "expectativas del mercado". Mantenerlos entretenidos, está claro, es parte del negocio.

Con tanta atención permanente era esperable que Musk, como otros de su casta, empiecen a verse como una suerte de superhéroes todoterreno. En particular, Musk abona este personaje armando una empresa tras otra y opinando sobre todo ¿Cómo podría, si no, explicarse que en un mismo día ayude a diseñar autos eléctricos, planee viajes a Marte, opine sobre la bolsa o discuta cómo construir cápsulas para rescatar niños tailandeses? Muchas personas podrían plantearse los mismos objetivos y pasar desapercibidos, pero Musk concentra las expectativas de millones de personas de tal manera que puede encararlas con un piso de atención que a otros les habría costado una enormidad. Su estatus social de superhombre es probablemente la forma que encontró la sociedad de justificar una riqueza desmesurada con atributos supranaturales. Así visto, Elon Musk parece más bien el síntoma de una época en la que talento, show, negocio y una vocación casi mística se tornan indistinguibles.

Los bitcoins de Elon

El 8 de febrero Tesla compró el equivalente de 1.500 millones de dólares (sobre 19.000 millones que tenían ahorrados) en Bitcoins y abrió la puerta a la comercialización de autos en esa criptomoneda. El apoyo explícito de Tesla, una de las compañías más grandes del mundo, a una moneda con una cotización muy fluctuante y poco vínculo con la economía real, empujó su cotización hacia arriba unos cuatro mil dólares hasta llevarla a los cuarenta y ocho mil, un récord sin precedentes (en septiembre de 2020 arrimaba apenas a los diez mil dólares), luego superado con creces pero también fuertes oscilaciones.

Bitcoin es una criptomoneda atractiva para los libertarios que quieren sacarse de encima los controles de cualquier entidad y creen ciegamente en las leyes de la oferta y la demanda. Musk, además, está enojado con Wall Street por la manipulación que hacen de las acciones en contra de sus negocios. Para él Bitcoin representa la libertad y llevaba tiempo coqueteando por Twitter con la posibilidad de invertir en ella. A principios de año cambió las regulaciones internas de Tesla para, finalmente, hacer la compra. La movida tiene su riesgo: las fluctuaciones de la criptomoneda revelan un campo ideal para especuladores sin demasiado escrúpulos y poco afectos a la producción. También es ideal para todo tipo de delitos ya que las transacciones resultan muy difíciles de asociar con una persona en particular.

Pero probablemente el rasgo de la criptomoneda que más se contradice con los principios de Musk y su preocupación por la salud del planeta es el crimen brutal que esta moneda significa para el ambiente. Es que su gestión requiere la realización de complejos problemas matemáticos que computadoras de todo el mundo compiten por resolver lo antes posible. Quién primero logre la respuesta podrá quedarse con una recompensa y no dejará nada para los demás. Es tal el derroche de energía de la criptomoneda que, según un informe de la Universidad de Cambridge, la administración de todos los nodos implica un costo energético comparable al de un país de desarrollo medio como la Argentina, cerca de 121 Terawatts por año.

¿Qué prioridad tienen los objetivos de Elon Musk de salvar a la humanidad? Muchos de sus proyectos vienen teñidos de una jerga ambientalista que las justifica pero parecen quedar de lado cuando se ponen en la balanza junto a decisiones financieras.

El pequeño Elon

La historia de Elon Musk no es simple. Su madre Maye Haldeman, nacida en Canadá, fue nutricionista, modelo y llegó a la final de Miss Sudáfrica en 1969. Al año siguiente se casó con Errol Musk, un ingeniero sudafricano con el que tuvo tres hijos. Elon, nacido en Pretoria en 1971, es el mayor. Como los padres trabajaban todo el día, los pequeños tuvieron mucha libertad: Elon afirmó: "Fui criado por libros. Libros y, después, mis padres". Cuando tenía 8 años la pareja se rompió y él fue con su madre a vivir en Durban (una ciudad en la cosa este de Sudáfrica) pero como veía triste a su padre, en 1981 decidió irse a vivir con él. Todavía lamenta la decisión por los malos tratos, sobre todo psicológicos, que sufrió de su parte. En entrevistas posteriores lo describió como "un terrible ser humano".

A los doce años vendió un juego electrónico que él mismo había programado, llamado Blastar, por 500 dólares. En esa misma época era víctima frecuente del acoso escolar. Según él explicó, era uno de los más pequeños de su clase debido a que nació el 28 de junio, justo antes del corte que lo habría enviado a un curso posterior. Para defenderse aprendió judo, karate y lucha. A los dieciséis años pegó el estirón que lo equiparó, finalmente, a sus acosadores. Recuerda en particular la vez que golpeó en la nariz al peor de ellos y logró, finalmente, un poco de paz.

Al terminar el secundario reclamó la ciudadanía canadiense de su madre y se fue a vivir allí con ella y sus hermanos. En Canadá la familia debió realizar todo tipo de trabajos para sobrevivir. En 1992, Elon obtuvo una beca para estudiar economía y física en la prestigiosa Universidad de Pensilvania. Poco después comenzaría su imparable carrera por acumular empresas. En 2000 se casó con la escritora Justine Wilson, con quien tuvo 6 hijos. El primogénito murió a las pocas semanas. Luego tuvieron gemelos y finalmente trillizos. Se separaron en 2008. Luego se casó dos veces, en 2010 y en 2013 con la actriz Talulah Riley de quien también se divorció en sendas ocasiones.