Como en otras ocasiones en que lo consideré necesario, voy a utilizar esta columna para compartir con ustedes una reflexión sobre un tema personal que puede, creo desde mi humilde opinión, ser inspirador para otrxs.

Hace diez años aproximadamente recorrí el mismo trayecto que estos días hice: Puerto Madryn - Punta Pirámides (Península de Valdés), ciudades unidas por la ruta 2. Aquella vez, el viaje me había parecido eterno. Quizá fuera por ansiedad, ya que ese tiempo estaba transitando uno de los momentos más maravillosos de toda mi vida: la llegada de mis hijxs. ¿Será una causalidad que justo la gira de teatro me traiga a esta ciudad en esta fecha?

Al mirar por la ventana de la camioneta, por momentos siento como si el tiempo no hubiera pasado. Todo está igual: el paisaje sigue árido, y los guanacos al costado de la ruta elegantes, con sus cuellos largos y hermosos pelajes, posan firmes como soldados dándome la bienvenida. La isla de los pájaros continúa mágica e intacta, como detenida en el tiempo. A lo lejos ya puedo ver el golfo Nuevo y el golfo San José. A medida que nos acercamos, el mar se torna de un azul profundo mientras unas ballenas saltan y mueven sus colas en el horizonte, como si bailaran una coreografía al mejor estilo Esther Williams. Las mismas casitas de pescadores, toda bajas de llamativos colores, pintorescas, parecen el plató de un estudio cinematográfico.

En el mismo lugar, dos películas se superponen: una, conmigo allá en la dulce espera, y otra, diez años después, con el diario del lunes. En un abrir y cerrar de ojos vuelvo a revivir todo, en especial las emociones de ese momento. ¡Cuánto miedo sentía, cuánta incertidumbre e ilusión también! ¿Sería capaz de estar a la altura de semejante responsabilidad? ¿Era digna de llevar esa palabra que tanto molestaba, generando debates y polémicas? La palabra era «mamá». Para el patriarcado, un emblema casi santo.

Estaba a punto de cumplir el sueño más importante de toda mi vida. Yo, mamá. Como vos, como todas, como tantas, como ninguna, como la que había perdido tan pronto. Como ya todos saben, fueron años difíciles y hoy puedo decir que me hicieron mucho daño sin nada que lo justificara. Tanta violencia solo por mi identidad trans. Fue duro asimilar tantos discursos de odio que recibí, sostenidos y replicados en la televison por todo tipo de personas. Parecía un juego ver quién podía ser más cruel o hiriente. Entre otras cosas, se decía de mí que yo era un trava con documento de mujer y que, en tal caso, no era mamá sino papá. Seguramente aún hoy sigue existiendo un sector de la sociedad que no está de acuerdo con que a personas como yo se las considere jurídicamente mujeres.

Me gustaría que se pusieran en mis zapatos por unos días para que vean contra todo lo que tuve (y tengo) que luchar diariamente. No saben lo difícil que ha sido ser yo, lo que tuve que pelear y lo feliz
que soy por poder haber cerrado el círculo de mis inseguridades, de
los prejuicios sociales, de la incertidumbre de una mamá trans. Lo que fue no poder dormir pensado en mis hijxs y en cómo hacer para que los prejuicios no les hicieran daño y contenerlxs para que tengan una infancia libre y feliz, como todas las infancias se merecen. Maternar en medio de tanto odio les juro que no fue fácil. Trataba de hacer como si nada sucediera.

Mi experiencia como mamá en estos diez años fue maravillosa, mejores hijxs no pude tener. Me salvaron con su amor puro incondicional, me dieron fuerzas cuando no las tenía; cuando sentía que el mundo se venía abajo, ahí estaban siempre con su alegría. Hoy mi cabeza explota de imágenes, de canciones de cuna a la madrugada, de las noches en vela con mamaderas interminables, y se aferra a esas miradas en el silencio de la oscuridad que podían detener el mundo. Sus primeras comidas, las primeras palabras, los primeros pasos con ayuda de mis manos, la primera vez que escuché de sus bocas la palabra «mamá», el primer día de jardín, el primer grado, el primer cinturón de Taekwondo, el primer tutú de ballet, las tardes estudiando las primeras poesías juntxs, los abrazos interminables con la frase «te amo, mamá»: todo eso me salvó. Probablemente no sea ni la mejor ni la peor mamá del mundo, pero sé que todos los días hago lo mejor que puedo.

Acá en el sur todo sigue igual, pero la que está diferente soy yo. No ha sido fácil mi vida, ya lo he dicho miles de veces. Pero esta actualidad que me encuentra plena, respetada, reconocida como una orgullosa mujer trans y madre no es un éxito mío; es una conquista social, así que también agradezco por eso.

¡Feliz cumpleaños, Bella y Paul! Mamá.