“Vi el corazón de la gente atravesado por las espadas del hambre, la represión política y la injusticia económica. Las prácticas sadomasoquistas del terrorismo de Estado, aliado con la Iglesia, se me antojaban torturas y formas infinitas del dolor infligido al pueblo”. Este fragmento repudiado habla por sí mismo de la violencia de quienes abuchearon a Mercedes Morán en el Teatro Colón. Pero sus escupitajos sonoros cayeron en sus propias caras: despertaron el interés por la teóloga disidente Marcella Althaus-Reid (1952-2009) -interpretada por Morán- y casi desconocida, hasta ahora, en su país, la Argentina. Además, el abucheo amplió la difusión de la original versión del oratorio Theodora, de Händel, con dirección musical de Johannes Pramsohler, dirección escénica de Alejandro Tantanian y textos de Franco Torchia, sobre citas de Marcella Althaus-Reid. A esta nueva envestida conservadora Torchia la denomina “moción institucional de censura”, algo inadmisible en democracia.

Un sector de la platea atropelló a una mujer en manada, oralmente. No por actuación fallida, sino por no compartir ideas del personaje, ni la postura política y de género de la actriz. Argumentos ad femina. Tantanian también fue injustamente abucheado, pero no se ensañaron con el director. Una síntesis de los improperios en redes: “Morán se puso a delirar con el feminismo y el público no se lo perdonó / El kirchnerismo agoniza / Tira líneas sobre pseudofeminismo / Usan el Colón para cualquier pelotudez / Es una cobarde, se hizo acompañar para saludar”. Otra fake news: desde los ensayos Mercedes saludaba tomada de la mano de la soprano Yun Jung Choi.

Días atrás en este diario Diego Trerotola recordaba ataques similares a Dario Fo, a León Ferrari y a manifestaciones feministas y/o queer. Detrás de estas agresiones siempre está la iglesia católica. Planera vip, dependiente económicamente del Estado, intolerante como Diocleciano contra Theodora. Pero tolerante con sus curas abusadores. Grassi, aun juzgado culpable, no perdió su rango sacerdotal, ¿la excusa?: independencia de la justicia civil. Pero la pretendida ecuanimidad católica muere ante los pensamientos diferentes.

“La virgen María es la momia de los pobres” irritó a los defensores de una de las instituciones más pedófilas del mundo. Althaus-Reid en sus libros Teología indecente; perversiones teológicas en sexo, género y política, y Dios queer se propone estudiar las posiciones sexuales teológicas. Entre ellas, cómo se explota a las mujeres pobres bajo el manto “protector” de María: virgen, madre y, sobre todo, resignada y quieta. El sumun es la virgen de Guadalupe, encerrada en una valva. Su cuerpo delimitado por ondulantes labios de vulva le están marcando que los límites de su libertad son los límites de su vagina (cerrada). El varón que modeló la imagen de la virgen morena enconchada compuso un descarado simulacro de la misoginia cristiana.

María no es un personaje histórico. Es poco nombrada en las escrituras religiosas hegemónicas, aunque no en otras. “Carece de vida fuera de la imaginación teológica”, señala Marcella. No emitió discurso (a no ser aceptando que la embarace una paloma o reclamando pan y vino para una boda), pero la religión patriarcal le atribuye todas las virtudes que debe tener una mujer para ser doblegada. Recordemos que la teología (como la filosofía) es un género literario que construye conceptos y los desarrolla en relatos.

Un cura se indignó porque Marcella dice que cuando era chica los varones para confesarse tenían que arrodillarse frente al pene del confesor. Es así, en mi época (soy contemporánea de la teóloga) las niñas nos confesábamos arrodilladas a un costado del cura, y los niños debían hacerlo frente a los genitales consagrados, de lejos parecía una felatio inmóvil semi oculta por la sotana.

Althaus-Reid reconvirtió el marco epistemológico: en lugar de adherir a la teología heteronormativa encerrada en el placar, construyó una teología sexual y liberadora. “Hay que sacarle la bombacha a Dios”. Primera mujer graduada en teología de la liberación, pastora metodista, doctora en teología, practicante del poliamor y la bisexualidad. Impecable en su rigor intelectual. A pesar de su origen humilde alcanzó los mayores rangos académicos. Primera teóloga al frente de una cátedra en Escocia. Este país decretó duelo nacional el día de su muerte. Dice Marcella: “constantemente se nos recuerda que las mujeres pobres son devotas de la Virgen, pero es verdad que no lo son menos de los maridos que abusan de ellas”. La Virgen María latinoamericana es una mujer blanca, rica y que no camina. Hace sexy la violencia y promueve la arquitectura: en sus apariciones siempre pide que le construyan una iglesia en su honor.

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El arte no tiene por qué ser edificante, es el reino de la libertad. No se rige por verdades sino por metáforas. Una Theodora sublevada dialogando con una Marcella disidente es actualizar el oratorio del siglo XVIII y comprometerlo con las diferencias sexuales y económicas de quienes sufren opresión. “Soy yo y los esqueletos ocultos en mi placar”, exclama Marcella y abre otros placares, obscenos: “la junta militar tenía un proyecto sexual, además de criminal”. Pero existen personas que se exponen porque aman la vida en tal medida que han decidido resistir las estructuras de la opresión. En 1999, Marcella se enteró de la tortura y asesinato de un joven universitario estadounidense por asumirse gay. Se preguntó si resucitaría y concluyó: quizás cuando reconozcamos que la resurrección es una tarea común para la salvación terrenal podremos resucitar a las víctimas de hambre, de la homofobia o de la misoginia, y demás personas oprimidas que conocen diferentes muertes a diario: la esperanza, los sueños, los derechos, el amor, el deseo. 

Las prácticas discriminatorias se construyen desde valores religiosos al servicio del dominio y su moralina explotadora llega a la población lacerando vidas. ¡Ah!, la reacción anti Theodora feminista aportó más combustible para la separación de la Iglesia y el Estado. Pues, como dice Tantanian “la tolerancia de los grupos disidentes encuentra la intolerancia de la ortodoxia del poder”. ¿Conclusión? Por ella misma y por sus consecuencias considero que esta versión performática del oratorio representa una osadía imprescindible y una necesidad ética, política y estética.