La pregunta de si se debe o no pagar la deuda tiene en principio una respuesta fácil. Dado su carácter fraudulento y extorsivo no se debe pagarla.

La otra cuestión más precisa es si se puede o no pagarla. Y en particular los enormes y graves problemas que surgen, tanto si se paga como si no se lo hace.

No pretendo entrar en esta nota en los problemas técnicos y el carácter insoluble de los mismos, tan solo me quiero situar exclusivamente en el sentido político de no pagarla y conjeturar sobre las condiciones de ese verdadero acontecimiento político.

En primer lugar el acto de no pagar y no ceder a la presión arbitraria del Fondo implica que esa negativa se articule y se formule como una demanda popular. No se trataría solamente de una decisión gubernamental, sino de la traducción política de una demanda popular. Esta demanda debe existir de un modo efectivo y no debe ser imaginada ni supuesta.

Dicho de otro modo esa demanda debe articularse y conjugarse con otras demandas diferentes, el no pagar la deuda en este caso debería constituirse en la construcción de un pueblo como la nueva voluntad nacional y popular emergente en la coyuntura. Si se trata de cruzar el Rubicón o atravesar el desierto, no solo deben ser discutidas desde el Estado las consecuencias del default, también se debe visibilizar el protagonista determinante de esa decisión: el Pueblo que vuelve, tal como lo acaba de decir la Vicepresidenta.

No pagar la deuda sin la construcción política que pueda dar la batalla hegemónica del sentido de esa decisión sería una catástrofe económica y política. El no pagar la deuda no puede ser el no de la izquierda clásica que se desinteresa por la mayoría popular transformadora.

O existe de verdad un pueblo que se apropie de la decisión o será un paso al abismo.

La discusión sobre el no pagar no es sólo sobre las consecuencias económicas del default, es también la problemática cuestión de organizar a partir de ese acto el sujeto colectivo que lo va a tener que soportar y superar.