Durante este mundial, cada vez que Argentina hizo un gol intenté hacer dos cosas al mismo tiempo: abrazar al ser humano más cercano y mirar en la televisión el abrazo de los jugadores. Me imagino que para ellos abrazarse después de un gol en una semifinal de una copa del mundo debe ser de las cosas más lindas, de esas que no se pueden explicar porque no se van a entender. También me imagino que el último martes 13 a las 17:35 -hora argentina- hubo un montón de abrazos al mismo tiempo que Diego miró como desde acá abajo se ven las estrellas en una noche despejada.

Después del pase a Julián Alvarez para el tercer gol contra Croacia, Messi también hizo dos cosas: abrazó con un gesto a la tribuna y después abrazó a los jugadores. Entre el abrazo y el fútbol en estos días lo único que se encuentra es una bocanada de amor y de supervivencia. El abrazo se juega con las manos y el fútbol con las piernas, el fútbol es un deporte bellísimo y el abrazo es la unidad de producción afectiva que elegimos para celebrarlo ¿cuántas veces se deben haber abrazado los pibes de la selección desde que están en Qatar?

Hace algunos años fuimos con mi equipo de fútbol -la mayoría sub 40 y de cancha chica- a un Encuentro de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans que sucedió en Chaco. Un equipo que se llamaba "El impenetrable" nos invitó a jugar un partido en cancha de 11, ellas eran todas pibitas que se corrían todo y a las que se les notaba en la cara su pasión por jugar al fútbol.  Les pedimos que nos compartieran jugadoras porque no llegábamos a armar equipo de once, jugamos dos tiempos de 30 minutos y perdimos 5 a 1. El gol nuestro salió de mitad de cancha, así como el de Julián y lo hizo una piba del equipo contrario, que tenía 16 o 17 y jugaba para nosotras. La corrimos, no para recibir un pase sino para poder mirar la ferocidad con la que iba para adelante con la pelota. Después de correr muchísimo, llegó al área, esquivó a la arquera y se metió con pelota y todo en el arco. Nos metimos con ella entre la red y el pasto y abrazamos descontroladamente su pasión por el fútbol. La chaqueña de 16 sonreía muy parecido a como sonríe Julián.

A finales de 2020, después de un año que aún nos repele, celebramos la sanción de la ley del aborto, de esa madrugada recuerdo muchísimo los abrazos, eran bien apretados, la mayoría mojados porque hacía mucho calor y porque llorábamos de alegría. Este año nos abrazamos mucho cuando absolvieron a Higui, cuando intentaron matar a Cristina y cuando se murió Hebe.   Están muy lejos los motivos de este ligero conteo de abrazos, pero lo maravilloso es su capacidad de producción de afectos de lo mas variopintos, parece mentira que un gesto pueda hacer tanto como parece mentira que las piernas de Messi puedan inventar entre el pasto y la pelota lo inimaginable. Pero es así, el abrazo está en todos lados y cuando es colectivo la apuesta se redobla: como cuando en una fiesta se abrazan un grupo de amigues porque la están pasando bien, o cuando se festeja un gol en el picadito de la plaza o cuando se termina de armar entre muchxs la pelopincho en el patio a finales de diciembre.

Durante la pandemia se charló mucho sobre la imposibilidad de abrazar, los puñitos, el alcohol en gel y los barbijos monopolizaron la cantera de afectos. Ahora, afortundamente, nos queda cada vez más lejos saludar, celebrar y amar en la lejanía de los cuerpos.

El abrazo también es lindo de mirar, como todas estas veces que Argentina hizo un gol y  los pibes se abrazaron. Ahora viene una final que no nos condona la deuda, no baja la inflación ni hace este mundo un lugar más justo. Pero tenemos una oportunidad de volver a plegarnos a esa felicidad fugaz y a que los abrazos de muchxs se miren desde el cielo.