Carísime deudori, compañeros, camaradas, correligionaries o como cada cual se autoperciba:

Ya creía que había perdido mi capacidad de asombro y que, si la quería recuperar, tendría que sacar un crédito de esos que te dan en el FMI. Aunque, pensándolo bien, el FMI no me lo habría otorgado. Quizás, a lo sumo, me hubiera mandado un mensaje de wasap y su correspondiente factura, en la que, en su versión corta, diría “no”, y en la larga me explicaría que no soy lo suficientemente neoliberal como para recibir plata prestada, pero que mi leve pertenencia al campo nacional y popular me hace, en cambio, merecedor de ser quien la devuelva.

Volviendo a mi capacidad de asombro, y hablando ahora de algo que podríamos llamar política, me parece percibir que existe una especie de “común desacuerdo” entre las sedicentes fuerzas mayoritarias respecto de que “en las elecciones del 2023 se juega nuestro destino como país, nuestro proyecto como sociedad, nuestro futuro como Estado”.

Créanme que yo escuché esas expresiones, u otras similares, en boca de personas que son, digamos, resonantes para nuestro álbum de figuritas político. Pero resulta que ese partido se jugaría en las elecciones de 2023, ¡y ya estamos en 2023! Entonces, no puedo dejar de preguntarme, y sobre todo de preguntarles: “¿Cómo van a hacer para que todo eso que se juega termine bien?”.

Por supuesto que desde el “lado neoliberal” la tienen razonablemente clara. Ante mi pregunta, me dirían: “Callate y seguí pagando” y que “termine bien” refiere a “bien, para ellos”. Pero no tienen claro –y deberían– que la voracidad del sistema es insaciable y una vez que terminen con nosotros, se los van a manducar a ellos en un sánguche de pan de masa madre con rúcula, brie y mayonesa de zanahoria. “Bueno, pero para eso falta”, dirán en sus momentos de sinceridad. Lo que no saben es cuánto falta.

De –¿podemos llamarlo “este”?– lado, diríamos que se agrupan los demás. Unidos no por el amor, sino por el espanto. Y quizás, con algún sueñito un tanto utópico de cierto proyecto colectivo, o al menos cooperativo, donde las singularidades encajen creativamente, conmuevan y muevan. Es a ellos a quienes interpelo, a la vez que me siento interpelado, porque honestamente me duele que la respuesta sea: “Sentate con el control remoto y esperá que empiece la próxima temporada".

Finalmente, una reflexión. La semana que está terminando es importante para gran parte de la Humanidad.

* Los judíos celebran Pésaj o Péisaj, o sea la liberación, el fin de la esclavitud, cuyo precio fue caminar 40 años por el desierto, y que recordamos comiendo pescado relleno (que no sé dónde lo conseguían, en el desierto).

* Los cristianos celebran Pascuas, la Pasión y la Resurrección de Cristo, también comiendo pescado.

* Muchos rememoran el andar de los judíos o el calvario de Jesucristo haciendo también su propio recorrido, más amable y turístico.

* Los vendedores de pescado festejan como nunca la conjunción celebratoria de ambas religiones, y de quienes, sin adscribir a ninguna de ellas, quieren comer pescado esos días.

* En la Argentina recordamos, cada 2 de abril, nuestra soberanía sobre las islas Malvinas, aunque una actual precandidata propuso, hace un par de años, entregarlas a cambio de vacunas.

* En un ámbito mucho más íntimo y privado, pero que no por ello dejaremos afuera, el 2 de abril se celebró también el cumpleaños de nuestro actual presidente.

Teniendo en cuenta la cantidad de eventos enumerados –y es posible que algunos otros hayan escapado a mi percepción–, ¿no podríamos haber logrado, aunque sea por estos días, una tregua en la Guerra Contra la Inflación? Nuevamente imagino lo que me respondería el mercado: “Callate y seguí pagando”.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “que profunda inflación” de Rudy-Sanz: