En un futuro apenas cercano, el cadáver de una mujer aparece en la playa de Corsen, en la Bretaña francesa. La locación trae malos recuerdos al comandante Ludovic Béguin (Tomer Sisley), quien perdió a su esposa en ese mismo lugar hace ya 27 años. Mélanie (Camille Claris) murió al caer de un acantilado el 19 de julio de 1998. En el 2025, Zoé Levy yace tendida en la arena con los signos de un aparente suicidio. Los drones que sobrevuelan la zona capturan información vital para reconstruir la escena mediante la creación de una realidad virtual. Tras varias horas de investigación sobre la víctima y las consabidas presiones del fiscal para resolver el caso, Ludo se interna en el dominio de la realidad virtual, portando unos sofisticados anteojos que lo trasportan a la escena registrada en la playa. Su propia imagen asoma consternada entre los policías que enumeran pruebas, revisan el cadáver, elaboran hipótesis. En la arena, un corazón con las letras N y Z parece desdibujarse por la erosión de las olas. Sin embargo, y para su sorpresa, un elemento anómalo invade la Corsen recreada. En la zona C, la más alejada, una mujer aparece corriendo por la playa. Ludo mira con detenimiento y estupor al descubrir que es Mélanie, unos días antes de su muerte en aquel fatídico 1998.

Vórtice se llama la miniserie francesa que amalgama los dominios del policial y la ciencia ficción para construir un extraño laberinto temporal en el que pasado y presente se desvían y corrigen en un recurrente efecto mariposa. Y el “vórtice” es lo que agrieta la realidad virtual destinada a la investigación de la muerte de Zoé Levy mediante un pasadizo temporal hacia 1998, en la misma playa de Corsen, apenas 12 días antes de la muerte de Mélanie Béguin. Creada por Sarah Farkas y Camille Couasse y comprada por Netflix después de un gran éxito en la televisión francesa, la miniserie utiliza la ficción científica apenas como un disparador argumental, citando con clara autoconciencia el recuerdo de Volver al futuro y las posibles trampas que se alojan en los viajes temporales. Lo que para Marty McFly suponía una aventura en el pasado con impensadas consecuencias para 1985, para Ludo es una cuestión de vida o muerte: poder evitar la muerte de su esposa, que resulta ser obra del mismo asesino de Zoé Levy. ¿Será posible salvarla sin desbaratar su presente, 27 años después?

Bajo la apariencia de infinitos desdoblamientos, lo que la historia pone en cuestión es la pregunta por el libre albedrío, tema que han abordado numerosas distopías de este y otros tiempos. Ya Metrópolis (1927) de Fritz Lang instalaba el interrogante sobre la voluntad de esos hombres-máquina confinados a las profundidades de la ciudad para desarmar el orden que los oprimía. Lo mismo sucedía en Minority Report (2002), película de Steven Spielberg sobre el relato de Philip K. Dick, a raíz del castigo por un crimen todavía no cometido. ¿Es posible condenar a un hombre por un asesinato perpetrado en su futuro? Las sociedades del control se han erigido sobre ese determinismo, la convicción de que no hay forma de torcer el destino, el culpable siempre será culpable. Ahora bien, si un pequeño acto en 1998, aunque sea la mera asistencia de Mélanie a ver las semifinales del mundial -en el que Francia saldría campeón- junto a un grupo de amigos se modifica, y eso cambia toda la cadena de sucesos en el futuro, es entonces la voluntad humana la que gesta toda posible idea de destino. Sobre esa lógica opera Vórtice: ¿es posible recuperar lo perdido sin perder ahora lo construido durante una vida entera?

La vida de Ludo a lo largo de esos 27 años ha logrado dejar atrás la tragedia de su juventud. La pequeña Juliette (Anaïs Parello), que tenía apenas meses cuando Mélanie apareció muerta, es residente de ginecología y ha formado pareja con Noemí; Ludo se ha vuelto a casar con Parvana (Zineb Tricki), una inmigrante afgana que ha perdido a toda su familia en un bombardeo en Kabul, y juntos fueron padres de Sam (Maxime Guenguen), un preadolescente fanático del fútbol. El compañero de Ludo en la policía, Nathan (Éric Pucheu), se ha casado con Florence (Sandrine Salyères), secretaría del juzgado de instrucción de Mélanie, y han sido padres de dos hijos. Todo ese mundo estable, aunque imperfecto, es el que comienza a alterarse a lo largo de las sucesivas visitas que Ludo realiza a la escena del crimen de Zoé Levy y a raíz de los encuentros virtuales con la Mélanie de su pasado. Día tras día, a hojas prefijadas, en aquella playa de Corsen, la versión de 52 años de Ludo y la versión 1998 de Mélanie, asediada por la inminencia de su muerte, dirimen los detalles de la investigación, los posibles sospechosos del crimen, los cambios que cada decisión que tomen pueda ocasionar en el futuro.

En Shining Girls (2022), miniserie de Apple TV basada en la novela de Lauren Beukes, también el accionar de un asesino en serie se entremezcla con impredecibles viajes temporales. Allí no hay vórtice sino una extraña ubicuidad del asesino que la sobreviviente de uno de sus ataques intenta dilucidar, aún prisionera de un abanico de “efectos mariposa”. El enigma no es la identidad del asesino, expuesta en el comienzo, sino el mecanismo del truco, el verdadero trampolín para los saltos en el tiempo. En Vórtice, el truco es lo que menos importa, de hecho el recurso fantástico es una proyección posible de los hallazgos científicos contemporáneos. La Inteligencia Artificial aplicada, en este caso, a la investigación policial que, por una anomalía, abre un conducto de comunicación con el pasado. Ludo nunca intenta dilucidar el por qué del vórtice sino explotar los beneficios de su existencia: comunicarse con Mélanie le permite no solo tratar de evitar su muerte sino volver a verla, aunque sea en una imagen intangible que se desintegra ante sus ojos.

Si bien el suspenso y los recursos convencionales del policial de procedimiento alimentan la narrativa de la historia, lo que subyace es la verdadera dimensión de la voluntad humana. En recientes ficciones como la distopía de frontera Westworld, o las creaciones de Sam Esmail Mr. Robot y Homecoming, y sobre todo en la Devs de Alex Garland, la dinámica entre libre albedrío y determinismo es el eje principal. La previsión de las conductas alimenta la estrategia del control del comportamiento humano, pero libera al hombre de su responsabilidad en el destino de la humanidad. Si todo es obra de las fuerzas del destino, comandadas por el “sistema”, por la inercia de la tecnología o por un Dios todopoderoso, el individuo queda reducido a acatar o transgredir las normas pero nunca a transformar el mundo con sus acciones. Lo que presenta Vórtice, bajo el manto lúdico de una investigación policial entremezclada con un amor a través del tiempo, es la verdadera medida de la fuerza humana, contra todo lo previsto, contra todo lo anticipado.