Argentina, una vez más, es un caso ejemplar. Un fenómeno de esta dimensión no tiene una sola o pocas causas para entenderlo.

Se sabe que el voto bronca fue una de las razones de fondo de que la mayoría votara en contra del Gobierno, en contra de la izquierda, en contra del Estado. Eso, entre las razones del voto de rechazo.

Otra de las razones fundamentales fue la capacidad del candidato de la derecha de identificarse con el cambio. En una de sus propagandas, el decía algo como "hay que cambiar el país y no se puede cambiar con los mismos". El mensaje iba acompañado de imágenes de gobernantes y líderes peronistas.

Nada más sugestivo para conquistar el voto hacia el que aparecía como outsider como manejar la imagen de la casta, que la izquierda ha intentado desacreditar denunciando la alianza con representantes de esa casta --Macri y Bullrich, entre ellos. Un mecanismo que, por lo visto, no ha funcionado.

¿En qué se diferencia esta derrota de otras? En primero lugar, que se ha dado a través de un proceso electoral. Es decir, que ha sido precedida por una campaña electoral, en que las alternativas han sido sometidas a los electores. La disputa se ha desplazado al campo de las campañas.

Y, como muchos de nosotros ya habíamos anunciado, una derrota política es antecedida por una derrota en el campo ideológico, de los valores, de la disputa sobre la conciencia de las personas.

Antes de la derrota electoral hubo una derrota en la conciencia de la mayoría de las personas. Como en otros países del continente, estamos perdiendo la disputa a nivel de los valores, en la que la descalificación del Estado, de su rol, de sus políticas, es decisivo.

La diferencia es que se ha sido impotente para impedir que una alternativa tan radical, de extrema derecha, haya capitalizado el fracaso de políticas de gobiernos de izquierda para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de las personas. Impedir que el Estado sea responsabilizado por todo ello, para que una alternativa que proponga, de la forma más radical, el Estado mínimo y, con ello, el derecho de las personas, que solo puede ser garantizado con el Estado. Con los ataques y la responsabilización del Estado, atacan y buscan destruir los derechos de las personas. Buscan derrotar y destruir los obstáculos a la imposición de la centralidad del mercado, al proceso de mercantilización radical de la sociedad, objetivo último del neoliberalismo.

La disputa fundamental se dará entre la esfera mercantil y la esfera pública. Por la derecha, como ha enunciado Ronald Reagan al inicio de la era neoliberal: el Estado ha dejado de ser solución, para ser problema. Hay que destruir la capacidad de garantía de los derechos de las personas, de regulación del Estado, de mantención de las propiedades públicas, de protección del mercado interno, de la soberanía nacional.

Como toda disputa en América Latina en este período histórico, el enfrentamiento central se da entre el neoliberalismo y el antineoliberalismo, en la búsqueda de un modelo posneoliberal. El estado de la disputa puede ser medido en la medida en que la derecha logre mercantilizar nuestras sociedades y nosotros logremos resistir a esos cambios, reafirmar y fortalecer los derechos, la democracia, la soberanía, que supone siempre la democratización de los Estados.

Reconquistar, en primer lugar, aquellos que no sentían que perdían derechos porque no los tenían. Mucho más difícil, porque vamos a perder, con el fin del mandato, la capacidad de garantizar esos derechos.

En segundo, elaborar un proyecto de democratización del Estado. En tercer término, rearticular los procesos de integración latinoamericana y elaborar una política internacional de superación del neoliberalismo y de fortalecimiento del Sur global.

Empezar por un evento de balance y perspectivas del nuevo período político en América Latina, porque el cambio de gobierno en Argentina introduce una nueva correlación de fuerzas en la región, tanto por el fin del gobierno en el país, cuanto por el surgimiento de un nuevo liderazgo de extrema derecha.

No podemos dar ninguna tregua a ese nuevo liderazgo. Valernos de sus debilidades, especialmente su aislamiento internacional, su falta de políticas sociales, su incapacidad de mejorar las condiciones de vida de la población.

 

De la experiencia brasileña se puede sacar la lección de la reafirmación de la prioridad de las políticas sociales, la democratización del Estado, el fortalecimiento de las políticas de integración regional y el Sur del mundo, especialmente a través de los Brics.