El 25 de mayo de 1951, Evita entró al Teatro Colón del brazo de su marido, el presidente Juan Perón, para asistir a las clásicas galas de las celebraciones patrias. Lucía un vestido de Christian Dior que hizo traer de París provisto de una falda adornada con decenas de hojas bordadas de hilos plateados, strass y lentejuelas bajo cada una de las cuales pendía un brillante de un quilate. Evocando aquel momento, el propio Dior llegó a reconocer a Paris Match que la “única reina que vestí fue Eva Perón”. 

Distinta fue la reacción de la oposición política que calificó al vestido del célebre diseñador francés como “el más descarado derroche del Estado de la historia argentina”. Mientras los sectores populares contemplaban maravillados a su diva política, los volantes repartidos por la élite porteña de Barrio Norte rezaban una frase agraviante: “Un carro oficial hundido en el barro y tironeado por una yegua”.

Tal como advierte Beatriz Sarlo, en La pasión y la excepción, a partir de Evita, los vestidos y las joyas se transformaron en una cuestión de Estado. Nunca -quizás hasta las carteras Louis Vuitton de Cristina- los atuendos de una mujer provocaron, al mismo tiempo, tal fascinación ni tal catarata de críticas. 

No trascendió ni se sabe la manera en que se vestía Clara del Corazón Funes y Díaz, beldad de su época y esposa del presidente Julio Argentino Roca. Tampoco se sabe nada respecto de los trajes y brillantes de Susana Rodríguez Viana, primera dama en tiempos de Manuel Quintana, ni de ninguna de las esposas de quienes ejercieron la primera magistratura en los tiempos de la autodenominada e infame Argentina moderna (hoy reivindicada por el discurso oficial). 

 Tampoco se sabe como vestía Regina Pacini, cantante de ópera casada con Marcelo T. de Alvear, ni María Luisa Iribarne, amor de la vida del presidente Roberto María Ortiz, ni María Delia Luzuriaga, la esposa de Ramón Castillo, ni las otras esposas de los presidentes de la llamada “década infame”.

En cambio, frecuentemente a Evita se le endilgó -y se le sigue endilgando- que, siendo la “Madrecita de los humildes”, se vistiera como una reina. Ella se defendía diciendo que “a los pobres les gusta verme linda” y que así daba cuenta de que las mujeres desposeídas también tenían derecho a acceder a esos bienes simbólicos. De esa forma, Evita convirtió a “los trapos” en una herramienta política y social. La otra manera fue entregando máquinas de coser a incontables mujeres -muchas de ellas madres solteras o simplemente solas-, quienes a partir de ese artefacto material salieron de la pobreza o lograron la independencia económica.

Una trama llamada Evita, se hace eco de ambas tradiciones y luchas de “esa mujer”. En efecto, la muestra que se presenta temporariamente en el Museo Evita, está compuesta principalmente de bordados realizados por mujeres cordobesas inspiradas por la figura de Eva Perón. Desde 2016, Sabina Zamudio, Micaela Albrecht, Ana Bottazi, Lorena Videla, Andrea Videla, Lidia Gómez, Edis Gelabert, Constanza Molina, Laura Rosales, Vanina Quinteros, Sabrina Guidugli, Roxana Cuello, Orfilia Tolosa, María del Carmen González, Erica Videla y Valeria Corzo constituyen junto a su fundadora Mariana del Val un colectivo de obreras, amas de casa, artistas y estudiantes provenientes de barrios populares y “villas miserias” que se reúnen a bordar todos los sábados en el Museo Evita de Córdoba. 

Organizadas por los Museos Evita de ambas localidades y con la curadoría de Leonardo Casado, estas mujeres humildes exhiben producciones donde recuperan distintas imágenes de Evita: desde la glamorosa como una actriz de cine con sus sombreros, aigrettes, pieles y vestidos exuberantes hasta la más sencilla estilo militante vestida con traje sastre. 

Pero también rescatan fragmentos de los discursos más conmovedores, incendiarios y emblemáticos de Eva: “Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo”; “Renuncio a los honores, pero no a la lucha”; “Claro que es melodrama, todo en la vida de los pobres es melodrama, porque los pobres no inventan el dolor. ¡Ellos lo aguantan!”.

Plasmados en tela por las habilidosas y amorosas manos de estas trabajadoras -que al restituir los dichos y escritos de Evita restituyen también su propia biografía-, las palabras de Eva Perón sorprenden por su inalterable vigencia que se erige contra los oscuros tiempos actuales de la cruzada neoliberal: “Nuestra patria dejará de ser colonia o la bandera flameara sobre su ruina”; “No hay grandeza de la Patria a base del dolor del Pueblo, sino a base del pueblo trabajador”; “El que sufre, no puede esperar” o la que, no por vilipendiada por Milei deja de ser más certera: “Donde existe una necesidad, existe un derecho”. 

A su vez, tal como explican algunas sus mismas forjadoras, las luchas del pasado se resignifican con luchas actuales de mujeres, trans, lesbianas, maricas y otras identidades disidentes en frases tales como “La revolución es, ante todo, el triunfo de las nuevas formas de justicia social”.

En épocas ultramontanas en que se invoca la moral de la “gente de bien” y a las fuerzas del cielo no hay que olvidar que a Evita le criticaron mojigatamente hasta los escotes del vestido que llevaba en la cena de asunción presidencial de Perón del 4 de junio de 1946 en compañía del cardenal Santiago Copello. 

La escena llegó a ser parodiada en un teatro de revistas por Sofía “La Negra” Bozán. Cuando años después la esposa del dictador Pedro Aramburú lució un escote más amplio y en la mesa había un sacerdote no hubo prensa en contra, ni burlas alusivas en el Maipo. Los escotes de la esposa del dictador Onganía fueron celebrados como el epítome de la elegancia en los fastos del 9 de julio de 1967. Entonces, evidentemente, para algunos, el problema no son los vestidos, ni las joyas, ni las carteras, sino quién los usa y su origen social. Por el contrario, Una trama llamada Evita -con reminiscencias a la figura del plebeyo Paquito Jamandreu- reivindica a las ilegítimas de siempre. 

Una trama llamada Evita se puede visitar durante todo el verano en la Sala Temporaria del Museo Evita. Lafinur 2988.