“¿Esto mueve el amperímetro?”, le preguntó un señor de barbita a su acompañante, de aspecto intelectual, interesado en la política. La pregunta quedó allí. Traía a la memoria las otras convocatorias de la CGT, sobre todo la que se hizo en el Monumento a los Trabajadores en Paseo Colón. Fue inmensa, con el respaldo de todos los gremios. Pero no movió el amperímetro. Muchos de los que estaban allí habían votado por Macri y lo volverían a hacer. Aquella vez no le importó al gobierno. Estaba en ganador absoluto. En cambio ahora se mostró muy preocupado y trató de boicotear la concentración. Esta vez, el acto masivo se produjo en un momento de caída abrupta de la imagen del gobierno. Diferente a los actos anteriores, esta vez sí mueve el amperímetro, se suma al malestar por las tarifas, por la reforma previsional, la decepción por Triaca y los escándalos con cuentas offshore de altos funcionarios. En aquel momento, el reciente triunfo electoral de Cambiemos blindaba al gobierno. Ahora es al revés: el desgaste cada vez más acentuado, hace que el acto aporte al clima de malestar y bronca.

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Además de amenazar con persecución judicial a convocantes y participantes o pronosticar hechos de violencia que no ocurrieron, otra de las formas de amedrentamiento fue el despliegue represivo. Desde la noche anterior, la ciudad fue militarizada o “policializada”. Belgrano estaba cortada desde Entre Ríos por un cerco de varias cuadras alrededor de la central de policía. Los colectivos que traían manifestantes del interior fueron detenidos en las rutas, hicieron bajar a los pasajeros y los palparon de armas como si fuera la época de la dictadura. Los helicópteros de las fuerzas de seguridad sobrevolaron la ciudad desde temprano y había grupos de policías en todas las esquinas de acceso a la zona del acto. En la previa pesaban las violentas represiones a los actos de fin de año frente al Congreso.

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“¡¡¡Le copamos el rancho!!!”, gritaba feliz un gordo con la camiseta verde de los camioneros. “Mejor, para que sepa”. El que tiene que saber es Mauricio Macri. El hombre no hacía estimaciones, era lo que se veía. A vuelo de pájaro se hubiera visto la avenida 9 de Julio, entre Belgrano y San Juan, llegando a Constitución, convertida en un hormiguero. Repleta de banda a banda, con las veredas un poco más aireadas. En las calles laterales había grupos, concentrados en las esquinas, tribus que venían en colectivo y temían desperdigarse. Camisetas con todas las inscripciones posibles, muchas evitas, perones, otras cristinas y néstores, pero también chés, y otras con siglas de innumerables sindicatos. Romería, cancha de fútbol o fiesta popular. Fue una gran concentración muy heterogénea, en la que, por ejemplo, el titular del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez, en un momento estaba a 20 metros de Luis Zamora. Y muy grande: 200 mil dijo la policía, 300 mil o 400 mil, lo que haya sido. Esa masividad tan heterogénea se unificó al grito futbolero, cantado festivamente y sin violencia, de “¡¡¡Mauricio Macri, la puta que te parió!!!”

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De vez en cuando, algún porteño ajeno a la concentración se veía obligado a atravesarla o rozarla. El contraste que producía era fuerte. Un hombre mayor, bien vestido y con las canas prolijamente peinadas, atravesó incluso las columnas con un ejemplar de La Nación bajo el brazo. Fue como una provocación. Nadie se inmutó, nadie dijo nada. No había agresividad ni violencia. Pero el gesto de odio de algunos que pasaban por la zona y no participaban era muy ostensible. Ya en la desmovilización, a unas cuadras del acto, una señora mayor con un gran peinado teñido de rubio, comentaba por su celular, casi a los gritos para ser escuchada: “Sí, vos sabés cómo son, con las botellas de plástico de Coca-Cola llenas de vino...” La corriente de odio clasista es mucho más de un lado que del otro, y en este país tiene ese arraigo gorila con tantos años de esmerado añejamiento.

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Carlos Schmid, Pablo Micheli, Hugo Yasky, Sergio Palazzo y Hugo Moyano fueron los oradores en un escenario donde había una presencia todavía más plural. Que, a su vez, se ampliaba más en la multitud que estaba sobre la avenida donde las columnas estaban entremezcladas sin que se produjera ningún incidente. Son campos de confluencia incipiente. Varios gremios que podrían haber estado no lo hicieron por desconfianzas y rencillas internas, algunas incluso inducidas por maquinaciones del gobierno, otras por celos de poder. No hubo guerra de consignas y los oradores se cuidaron de centrar sus dardos contra el gobierno, aunque algunos periodistas trataran después de conseguir declaraciones contra el kirchnerismo. Son campos de confluencia que empiezan a gravitar y ser afectados a nivel político, donde se producen convocatorias equivalentes.

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Pocas horas antes de la protesta sindical, Macri había dicho en la localidad entrerriana de Concordia que “bajó la inflación, creció el empleo, bajaron los impuestos y bajó el déficit fiscal. Todo esto no sucedía desde hace cien años”. Y al mismo tiempo se refirió indirectamente al acto en la 9 de Julio como un “apriete” o “una actitud mafiosa”. Lo dijo de cara a 200 o 400 mil personas que estaban en la 9 de Julio porque sufren todo lo contrario a lo que él dijo y que no son mafiosos. Sostener una realidad virtual de falsa prosperidad cuando la sociedad está sufriendo tarifazos e inflación y visualizar públicamente un acto de protesta como actitud mafiosa es un síntoma de descomposición. Como si tratara de tapar el sol con un dedo porque no puede hacer más concesiones.

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Con su experiencia de veterano orador sindical, Moyano sintetizó una imagen del gobierno: “Ni ellos creen en el modelo que están imponiendo, porque si creyeran, traerían toda la guita que tienen afuera”. Aunque en términos esquemáticos, se podía escuchar comentarios sobre ese tema entre los manifestantes. Gente de trabajo que no debe tener ni idea de esos procedimientos, de repente comentaban “¿Y vos te creés que el tipo no sabe, que se puede sacar la plata así nomás?”, “Macri firma todo, sabe todo”. Son temas que la prensa oficialista eludió y cualquiera pensaría que no forman parte del imaginario del mundo del trabajo. Pero el blindaje mediático empieza a resquebrajarse a medida que la situación económica empeora. Moyano no es un orador ingenuo. Sabe que esa estampa ya ilustra parte del imaginario popular.

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El tema de la corrupción, que ha sido el caballito de batalla del macrismo contra sus adversarios del campo político, judicial o sindical, esta vez fue parte del arsenal en contra de Cambiemos. Es un síntoma de que los argumentos que le funcionaron al gobierno se le están volviendo en contra. Necesita renovarse. Sin hacer referencia a las campañas contra otros sindicalistas, algunos de su gremio de origen, como Roberto Baradel, Hugo Yasky insistió en los negociados de funcionarios macristas con sus empresas y las cuentas offshore: “Si quieren buscar delincuentes –subrayó– que los busquen en Balcarce 50”.