CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR

Enroque

 Por Juan Sasturain

“En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.”

J. L. Borges, Ajedrez

La auténtica novedad del ataque criminal del 11 de septiembre de 2001 fue que el Imperio, por primera vez desde Pearl Harbour, fue agredido militarmente dentro de su perímetro territorial. Y esta vez no fue en un confín hawaiano y estrictamente militar sino en su mismísimo corazón económico, simbólico y sentimental.

La represalia asimétrica y ejemplar al exabrupto nipón de Pearl Harbour fueron –tras la durísima Guerra del Pacífico– los crímenes injustificables de Hiroshima y Nagasaki. Mejor (para la conciencia yanqui) no hagamos cuentas comparativas respecto de pérdidas de los unos y de los otros en bienes y personas. Civiles, sobre todo: gente, bah, como usted o yo si atomizaran, bombardearan Buenos Aires, como imaginó Oesterheld y temió Charly García en diferentes circunstancias.

En cuanto al espantoso aniversario que nos ocupa, el mejor balance, para mi gusto, de estos diez años transcurridos en el mundo tras el ataque contra Nueva York, lo hizo, como suele suceder últimamente –lecturas desaforadas para hechos incalificables– la contratapa del incombustible semanario Barcelona que está en el kiosco, con fotos alusivas: 2001 / 11 de septiembre / 2011. Nueva York: 2600 muertos. Irak-Afganistán: un millón de muertos. Y la conclusión, al pie, maradoniana: “Islam, you have it inside” (“Islam, la tenés adentro”). Tal cual.

En términos ajedrecísticos, la pérdida de dos torres es, en cuanto material, muy importante. Hay quienes –osada, perversamente– suponen un sacrificio calculado y consciente en función de logros mayores de calidad en el contraataque. No creo, no quiero creer en esos lugares comunes de la peor suspicacia que ya “explicaron” Pearl Harbour en términos similares. Lo que sí creo es que esta pérdida material de dos torres, esta movida absolutamente inusual dentro de la serie de partidas atroces que el Imperio juega en simultáneas con adversarios más o menos desafiantes a los que reta para competir, siempre de visitante y siempre –también– con las blancas, esta pérdida de calidad, digo, se resignifica en perspectiva si se la considera desde otro movimiento que implica a las torres y sólo a ellas y al rey, el Poder, digamos: el enroque.

Sé poco o nada de ajedrez (apenas mover las piezas, se dice), pero amo los dos perfectos sonetos borgeanos que utilizan el juego milenario como metáfora o, mejor, alegoría de la vida misma y de la guerra, una e infinita. Por eso me animo a sostener la paradoja de dos torres que, al caer juntas, más fortalecen que debilitan al Poder, lo blindan en simbólico e imposible doble enroque –no ya material sino moral, equívocamente utilizado– para salvaguardar y justificar el sentido de la criminal empresa económica y sólo económica en que el Imperio y sus aliados europeos están empeñados a lo largo y a lo ancho del tablero universal.

Piedad, memoria y reflexión para los miles de víctimas del crimen de las torres, y también para todos los millones que no han tenido, en lugares menos fashion del planeta, ni antes ni después, ni hoy mismo –en Libia, por ejemplo–, su solícita CNN que los llore entre avisos de multinacionales predadoras y noticias del rescate financiero a los ladrones.

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